El Domund es el día en que, de un modo especial, la Iglesia universal reza por los misioneros y colabora con las misiones.
Se celebra en todo el mundo el penúltimo domingo de octubre, el “mes de las misiones”.
#DOMUND
El Domund es el día en que, de un modo especial, la Iglesia universal reza por los misioneros y colabora con las misiones.
Se celebra en todo el mundo el penúltimo domingo de octubre, el “mes de las misiones”.
#DOMUND
El lema de este Domund nos lo ofrece el papa Francisco, inspirándose en la parábola del banquete de bodas. La misión es un “ir” incansable para invitar al mundo entero al banquete de la fraternidad, de la Eucaristía, de la reunión final con el Señor; una invitación hecha con el estilo de Cristo -con ternura, caridad y cercanía-, que es quien nos envía y al cual anunciamos. Porque la salvación que Jesús ha venido a traernos es para “todos, todos, todos” y, en especial, para los últimos, los lejanos, los excluidos.
Ser seguidor de Cristo es haber escuchado al Señor, que nos invita a entrar en su morada para celebrar con nosotros una gran fiesta, en la que no falta de nada: buen vino, comida abundante, bailes, risas, compañerismo, amistad… Jesús quiere que participemos de su alegría, de sus riquezas, de su amor…, y, ¡encima, ponemos pegas y condiciones!
Pero no es solamente eso: es que quiere contar contigo y conmigo para animar a otros a que se unan a su gran banquete. Sí, quiere que los bautizados sintamos la alegría de poder ayudar a otros a encontrarse en la mesa con el Señor, y hacernos a nosotros, pobres hombres, partícipes de su generosidad para con todos.
Jesús ha venido a este nuestro mundo para que la persona, de cualquier condición, raza, color, situación social…, pueda descubrir el verdadero motivo de la alegría capaz de hacer superar las dificultades y las cruces, pequeñas o grandes, que cada uno de nosotros hemos de llevar. Por eso, en el Evangelio, el Señor nos interpela: “Id”, no os quedéis contemplándoos a vosotros mismos, no os encerréis en la autocomplacencia de tener una buena comida y compañía. ¡Salid!, buscad a quien todavía no ha encontrado el verdadero sentido de su vida y de su vocación. Como tanto le gusta decir al papa Francisco, ¡sal de tu autorreferencialidad!
“E invitad a todos al banquete”; salgamos a hacer que los hombres y mujeres de hoy tengan la oportunidad de descubrir que el Señor les llama, les invita, les ama. Como Jesús hace con nosotros, no forzamos, no presionamos: les invitamos como quienes saben de lo que el corazón del hombre está necesitado, y les mostramos la belleza de lo que Dios tiene preparado para cada uno.
“Id e invitad a todos al banquete” (cf. Mt 22,9). Esta frase es la que el Papa ha elegido como lema para el Domund de este año 2024. Y es un lema precioso para entender, por un lado, la vocación cristiana al apostolado, a la misión. Porque todos somos discípulos misioneros. Pero, por otro lado, también nos hace descubrir la razón por la que la Iglesia existe y es necesaria hoy: para invitar a todos los hombres del mundo a entrar en el palacio maravilloso que Dios ha preparado para nosotros; y así, nos emocionamos y nos alegramos cuando vemos el esfuerzo que la Iglesia está haciendo por llegar a los sitios más recónditos de este mundo nuestro.
Este lema, nos ayuda a los que vivimos nuestra fe en España a sentirnos nosotros misioneros también, acompañando, rezando y apoyando la labor de las consagradas, obispos, laicos, sacerdotes que en tierras de misión se esfuerzan cada día para invitar a quienes todavía no conocen a Dios a entrar en su banquete. El Domund es la oportunidad que tiene la Iglesia para recordarnos a todos los bautizados la suerte que tenemos —que no debemos vivir como una carga— de poder sentir el peso de la evangelización de la Iglesia en tantos países, zonas o pueblos en los que Cristo todavía no es conocido, todavía no es experimentado como una bendición.
Y este lema, además de recordarnos esta bonita exigencia de nuestra vocación, nos habla también de la eucaristía. Porque el banquete al que Jesús nos está invitando no es solo el cielo, al que queremos llegar cuando nos toque y en el que queremos encontrarnos con todos los hombres y mujeres que le han amado. Ese banquete se hace presente ya, también, en nuestra vida mortal, en nuestro mundo actual. El Señor quiere invitar a todos a participar del banquete de la eucaristía, en el que Él mismo se nos da como alimento, como manjar, como viático para la vida eterna.
Qué bonito es lo que hemos experimentado todos: ver la ilusión, el entusiasmo, la cara de sorpresa de los niños que reciben por primera vez la comunión. Esa misma ilusión, esa misma inquietud la tienen los hombres y mujeres que se encuentran con Cristo Eucaristía por primera vez, y descubren, con asombro, que Dios mismo se les da en esa comunión como alimento.
Los misioneros están invitando a todos con los que se encuentran a entrar en el banquete en el que Cristo renueva su sacrificio salvador, y así abren las puertas del cielo para que todos ellos entren en el banquete que nunca acaba, en la fiesta para la que todos nosotros fuimos creados y pensados por Dios. Siéntete enviado también tú a esta preciosa misión de la Iglesia, y apoya con tu oración, con tu sacrificio ofrecido y con tu donativo a que muchos hombres y mujeres ¡entren en el banquete de Dios!
La dimensión evangelizadora de la liturgia
La liturgia debe evangelizar siendo fiel a su naturaleza, es decir, sin perder de vista su finalidad principal, lo cual se concreta en que la liturgia anuncia la Buena Noticia celebrándola con un lenguaje propio, el lenguaje litúrgico, el cual es un lenguaje simbólico (que puede ser verbal o no verbal), compuesto de personas, lugares, cosas, ritos, gestos, símbolos, la música, el canto, la imagen y el silencio; y así, al anunciar la Buena Noticia celebrándola, la liturgia educa de esta manera en la fe.
Evangeliza la liturgia desplegando festivamente la salvación anunciada, haciéndola presente en la comunicación y en el gozo, dándonos un pregusto de su realización total, al mismo tiempo que nos libra de toda ilusión y orgullo.
Sí, nos queda claro: la liturgia tiene una fuerza evangelizadora; pero también hay que cuidar de no reducirla a la categoría de instrumento pedagógico, porque su finalidad no es didáctica, sino ante todo doxológica.
Aclarado lo anterior, ahora se suscita otro interrogante: ¿cómo lograr que evangelice la liturgia? Esta es una cuestión importante; sin embargo, no es un problema teológico, sino pastoral, ya que nadie lo pone en duda. Aquí la pregunta es cómo hacer para que los signos propios de la liturgia “funcionen” de modo efectivo y, por tanto, adquieran su plena eficacia con vistas al anuncio y a la comunión.
En efecto, es como la partitura de una sinfonía, cuyo resultado interpretativo varía de modo notable, tal vez sin alterar ni siquiera una sola nota, dependiendo de la calidad del director y de los músicos que la interpretan. Esto requiere, pues, la atención a algunos factores, tales como: una atenta valoración de la asamblea que —en la liturgia— es evangelizada y evangelizadora; conjugar lo objetivo contenido en el libro litúrgico, con lo subjetivo que pertenece a la asamblea que celebra; ser fieles a Dios y al hombre, al misterio que se celebra y a todos aquellos que son destinatarios y protagonistas. Se requiere también una pastoral cada vez más insertada en el año litúrgico, en el que la Palabra, contenida en el instrumento litúrgico del Leccionario, explica todas sus posibilidades de ser un buen instrumento catequético.
Teniendo esto presente, la liturgia se convierte de verdad en lo que el decreto conciliar Presbyterorum Ordinis dice acerca de la eucaristía, que es “fons et culmen totius evangelizationis” (n. 5b), es decir, fuente y cumbre de la evangelización, momento y lugar privilegiado en el diálogo entre Dios y su pueblo, de comunicación de la fe y de la experiencia salvífica de la edificación de la comunidad, del testimonio de la caridad y del servicio del hombre.
La dimensión misionera de la eucaristía
Partiendo de la celebración de la eucaristía, corazón de la liturgia, el envío al finalizar la misa es como una consigna que impulsa al cristiano a comprometerse en la propagación del Evangelio y en la animación cristiana de la sociedad (cf. Mane nobiscum Domine, 24). “Una Iglesia auténticamente eucarística es una Iglesia misionera” (Sacramentum caritatis [SCa], 84), ya que “la institución misma de la eucaristía anticipa lo que es el corazón de la misión de Jesús: Él es el enviado del Padre para la redención del mundo (cf. Jn 3,16-17; Rom 8,32)”. Por tanto, “no podemos acercarnos a la Mesa eucarística sin dejarnos llevar por ese movimiento de la misión que, partiendo del corazón mismo de Dios, tiende a llegar a todos los hombres. Así pues, el impulso misionero es parte constitutiva de la forma eucarística de la vida cristiana” (ibid.).
Pero ¿cómo concretar tal dimensión en la existencia cristiana?; ¿cuáles serán las implicaciones sociales de la dimensión misionera de la liturgia, en especial, del misterio eucarístico?
La misión primera y fundamental que recibimos de los santos misterios que celebramos es la de dar testimonio con nuestra vida siendo testigos de su amor (cf. SCa 85), anunciar a Jesucristo, único Salvador (cf. SCa 86), ser “pan partido” para los demás y, por tanto, trabajar por un mundo más justo, fraterno (cf. SCa 88) y pacífico (cf. SCa 89).
Concluyendo, la dimensión misionera de la liturgia nos tiene que proyectar a dos tareas esenciales: a anunciar a Jesucristo siendo testigos de su amor y a poner en práctica la dimensión social de nuestra fe con todas sus implicaciones.
En efecto, la liturgia es dinámica, en cuanto impulsa a los fieles a que “expresen en su vida, y manifiesten a los demás, el misterio de Cristo y la naturaleza auténtica de la verdadera Iglesia” (Sacrosanctum Concilium, 2), según aquella límpida frase de la liturgia romana, síntesis de una auténtica espiritualidad litúrgica: “ut sacramentum vivendo teneant quod fide perceperunt”, “viviendo el sacramento conserven en su vida lo que recibieron en la fe” (cf. ibid., 10).
Para la Jornada Mundial de las Misiones de este año he elegido el tema de la parábola evangélica del banquete nupcial (cf. Mt 22,1-14). Después de que los invitados rechazaron la invitación, el rey, protagonista del relato, dice a sus siervos: “Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren” (v. 9). Reflexionando sobre esta palabra clave, en el contexto de la parábola y de la vida de Jesús, podemos destacar algunos aspectos importantes de la evangelización, los cuales resultan particularmente actuales para todos nosotros, discípulos-misioneros de Cristo, en esta fase final del itinerario sinodal que, de acuerdo con el lema “Comunión, participación, misión”, deberá relanzar a la Iglesia hacia su compromiso prioritario, es decir, el anuncio del Evangelio en el mundo contemporáneo.
1. “¡Vayan e inviten!”. La misión como un incansable ir e invitar a la fiesta del Señor
Los dos verbos que expresan el núcleo de la misión —“vayan” y “llamen”, con el sentido o significado de “inviten”— están colocados al comienzo del mandato del rey a sus siervos.
Respecto al primero, hay que recordar que anteriormente los siervos habían sido ya enviados a transmitir el mensaje del rey a los invitados (cf. vv. 3-4). Esto nos dice que la misión es un incansable ir hacia toda la humanidad para invitarla al encuentro y a la comunión con Dios. ¡Incansable! Dios, grande en el amor y rico en misericordia, está siempre en salida al encuentro de todo hombre para llamarlo a la felicidad de su Reino, a pesar de la indiferencia o el rechazo. Así, Jesucristo, buen pastor y enviado del Padre, iba en busca de las ovejas perdidas del pueblo de Israel y deseaba ir más allá para llegar también a las ovejas más lejanas (cf. Jn 10,16). Él dijo a los discípulos, tanto antes como después de su resurrección: “¡Vayan!”, involucrándolos en su misma misión (Lc 10,3; Mc 16,15). Por esto, la Iglesia seguirá yendo más allá de toda frontera, seguirá saliendo una y otra vez sin cansarse o desanimarse ante las dificultades y los obstáculos, para cumplir fielmente la misión recibida del Señor.
Aprovecho la ocasión para agradecer a los misioneros y misioneras que, respondiendo a la llamada de Cristo, han dejado todo para ir lejos de su patria y llevar la Buena Noticia allí donde la gente todavía no la ha recibido o la ha acogido recientemente. Queridos hermanos, vuestra generosa entrega es la expresión tangible del compromiso de la misión ad gentes que Jesús confió a sus discípulos: “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos” (Mt 28,19). Por eso continuemos rezando y dando gracias a Dios por nuevas y numerosas vocaciones misioneras dedicadas a la obra de evangelización hasta los confines de la tierra.
Y no olvidemos que todo cristiano está llamado a participar en esta misión universal con su propio testimonio evangélico en todos los ambientes, de modo que toda la Iglesia salga continuamente con su Señor y Maestro a los “cruces de los caminos” del mundo de hoy. Sí, “hoy el drama de la Iglesia es que Jesús sigue llamando a la puerta, pero desde el interior, ¡para que lo dejemos salir! Muchas veces se termina siendo una Iglesia […] que no deja salir al Señor, que lo tiene como «algo propio», mientras el Señor ha venido para la misión y nos quiere misioneros” (Discurso del Santo Padre Francisco a los participantes en el congreso organizado por el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, 18 febrero 2023). ¡Que todos nosotros, los bautizados, estemos dispuestos a salir de nuevo en misión, cada uno según la propia condición de vida, para iniciar un movimiento misionero, como en los albores del cristianismo!
Retomando el mandato del rey a los siervos de la parábola, el ir es inseparable del llamar o, más precisamente, del invitar: “Vengan a las bodas” (Mt 22,4). Esto deja entrever otro aspecto no menos importante de la misión confiada por Dios. Como podemos imaginar, esos siervos-mensajeros transmitían la invitación del soberano con urgencia, pero también con gran respeto y amabilidad. De igual modo, la misión de llevar el Evangelio a toda criatura debe tener necesariamente el mismo estilo de Aquel a quien se anuncia. Al proclamar al mundo “la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado” (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 36), los discípulos-misioneros lo realizan con gozo, magnanimidad y benevolencia, fruto del Espíritu Santo en ellos (cf. Gál 5,22); sin forzamiento, coacción o proselitismo; siempre con cercanía, compasión y ternura, aspectos que reflejan el modo de ser y de actuar de Dios.
2. Al banquete. La perspectiva escatológica y eucarística de la misión de Cristo y de la Iglesia
En la parábola, el rey pide a los siervos que lleven la invitación para el banquete de bodas de su hijo. Este banquete es reflejo de aquel escatológico, es imagen de la salvación final en el Reino de Dios, realizada desde ahora con la venida de Jesús, el Mesías e Hijo de Dios, que nos dio la vida en abundancia (cf. Jn 10,10), simbolizada por la mesa llena “de manjares suculentos, […] de vinos añejados”, cuando Dios “destruirá la Muerte para siempre” (Is 25,6-8).
La misión de Cristo es la de la plenitud de los tiempos, como Él declaró al inicio de su predicación: “El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca” (Mc 1,15). Así, los discípulos de Cristo están llamados a continuar esta misma misión de su Maestro y Señor. Recordemos al respecto la enseñanza del Concilio Vaticano II sobre el carácter escatológico del compromiso misionero de la Iglesia: “El tiempo de la actividad misional discurre entre la primera y la segunda venida del Señor […] Es, pues, necesario predicar el Evangelio a todas las gentes antes que venga el Señor” (Decr. Ad gentes, 9).
Sabemos que el celo misionero en los primeros cristianos tenía una fuerte dimensión escatológica. Ellos sentían la urgencia del anuncio del Evangelio. También hoy es importante tener presente esta perspectiva, porque nos ayuda a evangelizar con la alegría de quien sabe que “el Señor está cerca” y con la esperanza de quien está orientado a la meta, cuando todos estaremos con Cristo en su banquete nupcial en el Reino de Dios. Así pues, mientras el mundo propone los distintos “banquetes” del consumismo, del bienestar egoísta, de la acumulación, del individualismo, el Evangelio, en cambio, llama a todos al banquete divino donde, en la comunión con Dios y con los demás, reinan el gozo, el compartir, la justicia y la fraternidad.
Esta plenitud de vida, don de Cristo, se anticipa ya desde ahora en el banquete de la Eucaristía que la Iglesia celebra por mandato del Señor y en memoria de Él. Y así, la invitación al banquete escatológico, que llevamos a todos a través de la misión evangelizadora, está intrínsecamente vinculada a la invitación a la mesa eucarística, donde el Señor nos alimenta con su Palabra y con su Cuerpo y su Sangre. Como enseñaba Benedicto XVI, “en cada celebración eucarística se realiza sacramentalmente la reunión escatológica del Pueblo de Dios. El banquete eucarístico es para nosotros anticipación real del banquete final, anunciado por los profetas (cf. Is 25,6-9) y descrito en el Nuevo Testamento como «las bodas del cordero» (Ap 19,7-9), que se ha de celebrar en la alegría de la comunión de los santos” (Exhort. ap. postsin. Sacramentum caritatis, 31).
Por eso, todos estamos llamados a vivir más intensamente cada Eucaristía en todas sus dimensiones, particularmente en la escatológica y misionera. A este propósito, reitero que “no podemos acercarnos a la Mesa eucarística sin dejarnos llevar por ese movimiento de la misión que, partiendo del corazón mismo de Dios, tiende a llegar a todos los hombres” (ibid., 84). La renovación eucarística, que muchas Iglesias locales han estado promoviendo encomiablemente en el período post-Covid, será también fundamental para despertar el espíritu misionero en cada fiel. ¡Con cuánta más fe e impulso del corazón, en cada misa, deberíamos pronunciar la aclamación: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven, Señor Jesús!”!
En esta perspectiva, en el año dedicado a la oración en preparación al Jubileo de 2025, deseo invitar a todos a intensificar ante todo la participación en la misa y la oración por la misión evangelizadora de la Iglesia. Ella, en efecto, obediente a la palabra del Salvador, no cesa de elevar a Dios en cada celebración eucarística y litúrgica la oración del Padrenuestro con la invocación “venga a nosotros tu reino”. Y así la oración diaria y particularmente la Eucaristía hacen de nosotros peregrinos-misioneros de la esperanza, en camino hacia la vida sin fin en Dios, hacia el banquete nupcial preparado por Él para todos sus hijos.
3. “Todos”. La misión universal de los discípulos de Cristo y la Iglesia completamente sinodal-misionera
La tercera y última reflexión se refiere a los destinatarios de la invitación del rey, “todos”. Como he subrayado, “esto está en el corazón de la misión, ese «todos», sin excluir a nadie. Todos. Por tanto, toda nuestra misión brota del Corazón de Cristo, para dejar que Él atraiga a todos hacia sí” (Discurso del Santo Padre Francisco a los participantes en la Asamblea General de las Obras Misionales Pontificias, 3 junio 2023). Aún hoy, en un mundo desgarrado por divisiones y conflictos, el Evangelio de Cristo es la voz dulce y fuerte que llama a los hombres a encontrarse, a reconocerse hermanos y a gozar de la armonía en medio de las diferencias. Dios quiere que “todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,4). Por eso, no olvidemos nunca, en nuestras actividades misioneras, que somos enviados a anunciar el Evangelio a todos, y “no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable” (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 14).
Los discípulos-misioneros de Cristo llevan siempre en su corazón la preocupación por todas las personas de cualquier condición social o incluso moral. La parábola del banquete nos dice que, siguiendo la recomendación del rey, los siervos reunieron “a todos los que encontraron, malos y buenos” (Mt 22,10). Además, precisamente “los pobres, los lisiados, los ciegos y los paralíticos” (Lc 14,21), es decir, los últimos y los marginados de la sociedad son los invitados especiales del rey. Así, el banquete nupcial que Dios ha preparado para el Hijo permanece abierto a todos y para siempre, porque su amor por cada uno de nosotros es grande e incondicional. “Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna” (Jn 3,16). Quienquiera, todo hombre y toda mujer es destinatario de la invitación de Dios a participar de su gracia que transforma y salva. Solo hace falta decir “sí” a este don divino y gratuito, revistiéndonos de él como con un “traje de fiesta”, acogiéndolo y permitiéndole que nos transforme (cf. Mt 22,12).
La misión universal requiere el compromiso de todos. Por eso es necesario continuar el camino hacia una Iglesia al servicio del Evangelio completamente sinodal-misionera. La sinodalidad es de por sí misionera y, viceversa, la misión es siempre sinodal. Por tanto, una estrecha cooperación misionera resulta hoy aún más urgente y necesaria en la Iglesia universal, así como en las Iglesias particulares. Siguiendo la línea del Concilio Vaticano II y de mis predecesores, recomiendo a todas las diócesis del mundo el servicio de las Obras Misionales Pontificias, que son los medios primarios para “infundir en los católicos, desde la infancia, el sentido verdaderamente universal y misionero, y de recoger eficazmente los subsidios para bien de todas las misiones, según las necesidades de cada una” (Decr. Ad gentes, 38). Por esta razón, las colectas de la Jornada Mundial de las Misiones, en todas las Iglesias locales, están enteramente destinadas al Fondo Universal de Solidaridad que la Obra Pontificia de la Propagación de la Fe distribuye después, en nombre del Papa, para las necesidades de todas las misiones de la Iglesia. Pidamos al Señor que nos guíe y nos ayude a ser una Iglesia más sinodal y más misionera (cf. Homilía del Santo Padre Francisco, Clausura de la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, 29 octubre 2023).
Por último, dirijamos nuestra mirada a María, que obtuvo de Jesús el primer milagro, precisamente en una fiesta de bodas, en Caná de Galilea (cf. Jn 2,1-12). El Señor ofreció a los esposos y a todos los invitados la abundancia del vino nuevo, signo anticipado del banquete nupcial que Dios prepara para todos, al final de los tiempos. Supliquemos también hoy su materna intercesión por la misión evangelizadora de los discípulos de Cristo. Con la alegría y la solicitud de nuestra Madre, con la fuerza de la ternura y del afecto (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 288), vayamos y llevemos a todos la invitación del Rey Salvador. ¡Santa María, Estrella de la evangelización, ruega por nosotros!
Francisco
Roma, San Juan de Letrán, 25 de enero de 2024, fiesta de la Conversión de San Pablo
El Domund es una Jornada universal que se celebra cada año en todo el mundo, el penúltimo domingo de octubre, para apoyar a los misioneros en su labor evangelizadora, desarrollada entre los más pobres.
El Domund es una llamada a la responsabilidad de todos los cristianos en la evangelización. Es el día en que la Iglesia lanza una especial invitación a amar y apoyar la causa misionera, ayudando a los misioneros.
Los misioneros dan a conocer a todos el mensaje de Jesús, especialmente en aquellos lugares del mundo donde el Evangelio está en sus comienzos y la Iglesia aún no está asentada.
En 1926 el papa Pío XI estableció que el penúltimo domingo de octubre fuera para toda la Iglesia el Domingo Mundial de las Misiones, en favor de la Obra Pontificia de la Propagación de la Fe; un día para mover a los católicos a amar y apoyar la causa misionera.
Desde 1943, esta “fiesta de la catolicidad y de la solidaridad universal” se conoce en España como Domund (de “DOmingo MUNDial”).
Este nombre ha ayudado a identificar y difundir aún más esta Jornada, de modo que su mensaje —una llamada de atención sobre la común responsabilidad de todos los cristianos en la evangelización del mundo— ha calado en la profunda sensibilidad y tradición misionera de nuestro país.
Los 1.127 territorios de misión, dependen de las ayudas del Domund. La Iglesia apoya equitativamente a todas las misiones, sin importar la congregación o nacionalidad de sus misioneros, cuidando de una manera especial aquellas que tienen más necesidades.
La Jornada Mundial de las Misiones, el Domund, se celebra en todo el mundo. 120 países organizan sus colectas y las ponen a disposición del Santo Padre que pasan a formar parte del Fondo Universal de Solidaridad de la Obra Pontificia de la Propagación de la Fe ‒responsable del Domund‒.
La Asamblea General de OMP, por encargo del Papa, mira las necesidades y distribuye las ayudas, gran parte de las aportaciones sostienen las necesidades ordinarias de los territorios de misión. También se apoyan proyectos extraordinarios para llevar adelante la evangelización y la promoción humana.
España es el segundo país que más colabora con el Domund.
Estos son los datos del dinero enviado a las misiones en 2023:
Mira un resumen de nuestra Memoria de Actividades 2023.