Paolo Manna, de misionero fracasado a apóstol de la misión

Paolo Manna, de misionero fracasado a apóstol de la misión

  • On 15 de septiembre de 2022

OMPRESS-ROMA (15-09-22) Durante este año las Obras Misionales Pontificias han unificado bajo el lema “A hombros de gigantes”, toda una serie de aniversarios significativos. Hoy se celebra uno de ellos. Hace 70 años, el 15 de septiembre de 1952, fallecía uno de los fundadores de las OMP, el beato Paolo Manna.

Fundador de la Pontificia Unión Misional, una de las cuatro Obras Misionales Pontificias, la enfermedad le llevó a tener que dejar su misión en Birmania, tras 10 años de entrega. A su vuelta se hizo misionero del amor a la misión, que es amor al que envía, Cristo. Gracias a su trabajo, las Obras Pontificias que ya existían, las de la Propagación de la Fe y de la Infancia Misionera, y la de San Pedro Apóstol, de apoyo a las vocaciones en los países de misión, se difundieron en toda Italia. Pero su verdadera aportación a la Iglesia fue el concienciar de la necesidad del compromiso misionero en todos los bautizados, especialmente en los sacerdotes.

Paolo Manna nació en Avellino, a 40 km de Nápoles, en el seno de una familia religiosa y humilde el 16 de enero de 1872. A los 15 años ingresó en una congregación religiosa, pero su vocación se definió como más claramente misionera leyendo Le Missioni Cattoliche. A los 19 años, en 1891, entró en el seminario de las Misiones Extranjeras de Milán (PIME) y fue ordenado sacerdote en 1894. En 1895 partió a la misión de Toungoo (Birmania, actual Myanmar), donde permaneció diez años entre los ghekkú, pero el clima húmedo y extremo le hizo enfermar de tuberculosis y se vio obligado a regresar a Italia. Se veía como “un misionero fracasado”. En una peregrinación a Lourdes pidió a la Virgen recuperar la salud, pero, sobre todo, “enamorarse de Jesús y entregar su vida a la difusión del Reino de Dios”.

En 1909 fue nombrado director de la revista que le había inspirado su vocación misionera, Le Missioni Cattoliche. Su ardor misionero dio nuevo impulso a una publicación que tenía que “recordar a los católicos su deber de ser apóstoles de su propia fe, dar a conocer el progreso de la fe en el mundo y las necesidades del apostolado”. La revista se convirtió en una fuente de la que manaban continuamente ideas, iniciativas, libros…, para extender la pasión misionera.

El padre Manna veía clara la necesidad de una mayor participación de los sacerdotes en la obra misionera. Para ello fundó en 1916 —con la inestimable ayuda de Mons. Guido María Conforti, obispo de Parma y fundador de los Misioneros Javerianos— la Unión Misional del Clero. Benedicto XV la aprobó el 31 de octubre de 1916, y Pío XII la elevó a Pontificia en 1956. Hoy, abierta no solo a los sacerdotes, sino a religiosos, religiosas y agentes de pastoral, la Obra tiene el nombre de Pontificia Unión Misional. El padre Manna dedicó todos sus esfuerzos a difundir la Unión, primero en Italia y luego en todo el mundo. El fin de la misma era eminentemente espiritual y formativo: dar a conocer los principales problemas de la misión y hacer conscientes a todos los cristianos ‒no solo obispos, sacerdotes y congregaciones religiosas‒ de la urgente necesidad de anunciar el Evangelio en toda la tierra.

De 1924 a 1934 Paolo Manna fue superior general del PIME. En 1927, y durante casi dos años, visitó una decena de países de Asia, Oceanía y Norteamérica y escribió sus reflexiones en un documento enviado a Propaganda Fide, “Observaciones sobre el método moderno de evangelización”, en el que subrayaba la necesidad de evitar el proteccionismo y de fortalecer las comunidades locales, suscitando vocaciones nativas.

El padre Manna murió en Nápoles en 1952. Su pensamiento misionero ha tenido gran influencia en la reflexión de la Iglesia, con huellas en las encíclicas Fidei donum (1957), de Pío XII, que abrió el camino de las misiones al clero diocesano, y Redemptoris missio (1990), de san Juan Pablo II (1990), que en el n. 84 cita la consigna del padre Manna “Todas las Iglesias para la conversión de todo el mundo”. Su espíritu lo resumió acertadamente el Papa Pablo VI, “la Pontificia Unión Misional es el alma de las Obras Misionales Pontificias”, por unir en torno a la misión a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas y agentes de pastoral de todo el mundo para que no olviden el carácter universal de su vocación. El ser enviados no solo a su comunidad sino a la Iglesia universal. Paolo Manna decía: “El espíritu misionero es ante todo una gran pasión por Jesucristo y su Iglesia”.

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