“No debemos perder la memoria de quienes nos han anunciado la fe”

“No debemos perder la memoria de quienes nos han anunciado la fe”

  • On 15 de septiembre de 2022

OMPRESS-KAZAJISTÁN (15-09-22) Hoy concluirá el viaje apostólico del Papa Francisco a Kazajistán que ha girado en torno a la apertura del Congreso de Líderes de Religiones Mundiales y Tradicionales, pero que no ha olvidado ni mucho menos a la Iglesia que peregrina en este país, ni a quienes les transmitieron la fe y la “novedad de Jesús, la novedad que es Jesús”.

“No nos habituemos a la guerra”, “Dios es paz y lleva siempre a la paz”. Con estas afirmaciones el Papa Francisco ha comenzado y concluido su intervención el miércoles en el Congreso, en el Palacio de la Independencia de Nursultán, tras la oración silenciosa de todos los participantes, con algunos de los cuales ha tenido encuentros en privado, tras la sesión plenaria. Por la tarde tenía lugar la misa en la capital kazaja, celebrada en la Expo Grounds, en la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Instrumento de salvación para todos, nos llama a crecer en la fraternidad “porque de la Cruz de Cristo aprendemos el amor no el odio”.

Ayer jueves se reunía el Papa con los obispos, sacerdotes, diáconos, consagrados, seminaristas y agentes pastorales en la Catedral Madre de Dios del Perpetuo Socorro, ante los que valoraba la diversidad étnica y de procedencia de los católicos de Kazajistán: “Nadie es extranjero en la Iglesia, somos un solo Pueblo santo de Dios enriquecido por muchos pueblos”. Y ha querido centrar su intervención en dos términos: herencia y promesa: “Si hoy en este vasto país multicultural y multirreligioso podemos ver comunidades cristianas vivas y un sentido religioso que atraviesa la vida de la población, es sobre todo gracias a la rica historia que os ha precedido. Pienso en la difusión del cristianismo en Asia Central, que tuvo lugar ya en los primeros siglos, en los muchos evangelizadores y misioneros que se dedicaron a difundir la luz del Evangelio, fundando comunidades, santuarios, monasterios y lugares de culto. Hay, pues, una herencia cristiana, ecuménica, que hay que honrar y custodiar, una transmisión de la fe que ha tenido como protagonistas también a muchas personas sencillas, a muchos abuelos y abuelas, padres y madres. En el camino espiritual y eclesial no debemos perder la memoria de quienes nos han anunciado la fe, porque el recuerdo nos ayuda a desarrollar el espíritu de contemplación por las maravillas que Dios ha obrado en la historia, incluso en medio de las penalidades de la vida y fragilidades personales y comunitarias”.

Es necesaria la memoria de todos estos hechos, porque “sin memoria no hay estupor”, porque “cuando perdemos la memoria, se agota la alegría”, insistía el Papa. “Si nos fijamos en esta herencia, ¿qué vemos? Que la fe no se ha transmitido de generación en generación como un conjunto de cosas que hay que entender y hacer, como un código fijado de una vez por todas. No, la fe se transmitió con la vida, con el testimonio que llevó el fuego del Evangelio al corazón de las situaciones para iluminar, purificar y difundir el calor consolador de Jesús, la alegría de su amor que salva, la esperanza de su promesa. Haciendo memoria, por tanto, aprendemos que la fe crece con el testimonio. El resto viene después”. Es, por ello, animaba el Santo Padre, que no debemos cansarnos “de dar testimonio del corazón de la salvación, la novedad de Jesús, la novedad que es Jesús. La fe no es una hermosa exposición de cosas del pasado –esto sería un museo–, sino un acontecimiento siempre presente, ¡el encuentro con Cristo que sucede aquí y ahora en la vida!”. Y es que “la memoria del pasado no nos encierra en nosotros mismos, sino que nos abre a la promesa del Evangelio”, que no se funda en nuestras capacidades. Así, “ricos en nada, pobres en todo, caminamos con sencillez, cerca de los hermanos y hermanas de nuestro pueblo, llevando la alegría del Evangelio a las situaciones de la vida”.

Y recordaba, finalmente, al “Beato Bukowiński, un sacerdote que dedicó su vida al cuidado de los enfermos, los necesitados y los marginados, pagando la fidelidad al Evangelio con prisión y trabajos forzados en su propia piel. Me han dicho que, incluso antes de su beatificación, siempre había flores frescas y una vela encendida en su tumba. Es la confirmación de que el Pueblo de Dios sabe reconocer donde hay santidad, donde hay un pastor enamorado del Evangelio”. Y también quiso recordar “a los mártires greco-católicos, al obispo Mons. Budka, al sacerdote don Zarizky y a Gertrude Detzel, cuyo proceso de beatificación ha comenzado”. Y concluía: “Vosotros sois su herencia: ¡sed promesa de nueva santidad!”.

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