EN ESTE NÚMERO…
Cuando nos portamos mal es como si nuestro corazón se hubiera caído al suelo. Como la niña de la portada, que está llena de heridas. Nos ponemos tristes, sentimos pena, dolor… no queremos portarnos mal. No queremos tener esas caídas. Como Dios sabe que somos débiles y hacemos cosas mal, nos ha regalado un sacramento que sirve para corregir todos nuestros errores. Todos los sacramentos son una fiesta, pero este de modo especial, porque recibimos el abrazo de Dios después de habernos portado mal.
Es muy fácil querer y abrazar a las personas cuando se portan bien, pero Dios nos quiere y nos abraza siempre. Cuando nos portamos bien y cuando nos portamos mal. Él nunca dice –“ah no, como tú te has portado mal yo ya no te quiero”– Nunca nos trata así. Su amor por nosotros es INCONDICIONAL. Esto significa que nos quiere tal como somos, sin condición alguna. Nos quiere a todos y a todas porque somos sus hijos.
¿Quién está sosteniendo a la niña de la portada? Muy bien. Lo has adivinado: la Virgen María. Ella nos sostiene en sus brazos, nos cuida y nos acerca más a Jesús.
Cuando nos portamos mal cometemos pecados. Un pecado es cualquier cosa que haga daño a nuestro corazón, al corazón de los demás y al corazón de Dios. Después de portarnos mal, nos sentimos dolidos o culpables, como si hubiera una vocecita en nuestro interior que nos dice “te has portado mal, no ha estado bien eso que has hecho”. Esa vocecita se llama conciencia y es la voz del Espíritu Santo dentro de nuestro corazón cuando nos damos cuenta de que nos hemos portado mal.
Cuando vamos a confesarnos, lo normal es ir un poquito tristes o tener un poquito de vergüenza. Después de escuchar del sacerdote “yo te perdono, vete en paz…”, guau, sentimos una paz enorme dentro del corazón. Esa paz es el amor de Dios. No existe ningún camino más rápido para recuperar la paz del corazón que confesar nuestros pecados en el sacramento de la reconciliación. Cada vez que nos confesamos estrenamos un corazón nuevo, más fuerte, más sano y se curan todas las heridas de nuestra alma. Estrenamos una casa interior más limpia y en esa casa celebramos la fiesta del amor de Dios.
(Extracto de Catequizis 16 de Juan Manuel Cotelo).