Un misionero a orillas del Mekong

Un misionero a orillas del Mekong

  • On 22 de marzo de 2024

OMPRESS-CAMBOYA (22-03-24) El padre Guillaume Pingat, sacerdote de las Misiones Extranjeras de París, lleva seis años en Camboya. En una entrevista concedida a la revista de su instituto misionero habla de su misión entre las comunidades católicas camboyanas y una pequeña comunidad pesquera vietnamita, donde la fe se vive con sencillez.

La comunidad vietnamita se encuentra en el pueblo pesquero de Prekpor, situado en la margen derecha del Mekong, al noreste de Phnom Penh, aproximadamente a una hora de la capital. “Allí, voy en barco dos domingos al mes y todos los viernes”, cuenta el misionero francés, “y el resto del tiempo visito mis otras parroquias en moto”. Esta comunidad es muy particular porque se organiza alrededor de una sola calle con casas principalmente de madera y alguna infraestructura permanente. “Sus miembros viven junto al río que parece, a primera vista, su único horizonte. En este pueblo viven unas cincuenta familias”, explica el padre Guillaume, “y todos son vietnamitas. Hay treinta y cinco familias católicas, doce familias budistas y las demás no tienen religión”. Los hombres pescan y las mujeres limpian el pescado y lo venden en los mercados. La vida es muy sencilla y el padre, cuando va, les celebra misa a las 6 de la mañana, al amanecer, que recuerda que hace “unos años celebrábamos misa en un barco para escapar de la policía”. En la escuela, tienen incluso una gruta de Lourdes donde niños, adultos y visitantes, creyentes y no creyentes, van a rezar a María. “El año pasado celebramos una veintena de primeras comuniones y una decena de confirmaciones. Todos están muy involucrados en la vida de fe”, dice el misionero.

Esta pequeña comunidad católica es sorprendente. Es fruto de la fe de su actual líder, el anciano Lauk ta den. Cuando era muy joven, quiso ser sacerdote en Vietnam, pero su país cayó bajo la influencia comunista y tuvo que refugiarse en Camboya. Al poco de llegar también la Iglesia camboyana fue aplastada por el régimen comunista maoísta del Pol Pot. Antes de casarse, esperó más de diez años, confiando en la vuelta de la Iglesia a Camboya, que no llegó. “Hoy es un abuelo y un bisabuelo feliz al frente de una numerosa familia”, cuenta el padre Guillaume. En total, en esta familia suman unos doscientos cincuenta católicos. No obstante, tanto ellos como muchos otros vietnamitas sufren el ser considerados inmigrantes ilegales. Las relaciones entre Vietnam y Camboya siguen siendo difíciles. Los vietnamitas que huyeron de la persecución que se vivía en su país acabaron sufriendo después el régimen del Pol Pot. Lo que ocurrió es que, “cuando Camboya fue liberada, no tenían derechos ni papeles. Nadie quería ayudarlos. Y no se regularizó su situación”. Y así, a pesar de que las familias llevan decenios en Camboya, “son como inmigrantes indocumentados”, sin derecho a escolarización y un alta tasa de analfabetismo y además no hablan jemer, lo que aún les bloquea más.

La educación, señala el padre Guillaume, tiene mucha influencia en Camboya y, “a diferencia de otros países, los franceses han dejado una buena imagen en la mente de la gente. Algunos no olvidan que los franceses fueron llamados en 1863 por el rey de Camboya para frenar los deseos y posibles ataques de los vecinos vietnamitas y tailandeses. Por eso nuestras pequeñas estructuras educativas los atraen”. En la celebración del último Año Nuevo chino y vietnamita la misión inauguró una nueva escuela.

En cuanto a cómo son aceptados los misioneros en Camboya, cuenta que no siempre es fácil, pero se comunican fácilmente con todos “porque hablamos su idioma y dominamos su cultura, lo cual es poco común en los extranjeros, estén de paso o sean residentes. Además, las personas religiosas, cualquiera que sea su denominación, son muy respetadas en Camboya. Seguimos los pasos de San Pablo; ser ‘jemeres entre los jemeres’ es nuestro  leitmotiv. Tratar de acercar los valores cristianos del respeto y los derechos de la persona, como niño, mujer u hombre, es lo que guía nuestra misión. En muchas partes de Asia no siempre se comprenden ni se respetan los derechos o se respeta al individuo. Nuestra enseñanza y nuestra forma de vida, imbuidas de la filosofía griega y el conocimiento del derecho romano que dio forma a Europa, aportan una nueva perspectiva a la cultura y a las creencias de las sociedades asiáticas. No venimos a reemplazar los valores vietnamitas o jemeres, sino a aportar nuestra parte de apoyo espiritual, material, caritativo o humanitario a nuestra misión”. Esto involucra, añade el misionero, “nuestros hábitos y nuestra actitud, nuestra forma de vivir, nuestro comportamiento y sobre todo nuestra forma de escuchar a los demás”.

Antes de ser misionero en Camboya, el padre Guillaume estuvo muchos años en Madagascar, donde el culto a los antepasados era muy importante. En Camboya, parece que “han olvidado la historia, avanzan, no cultivan lugares de memoria, o muy poco, se concentran en el tiempo presente”. Y luego está “el pudor de sentimientos. Aquí nadie se queja nunca”. Aún así, “¡qué infinito sufrimiento se esconde detrás de esta eterna sonrisa propia de determinadas regiones del sudeste asiático!”.

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