Para dar testimonio un cristiano “debe ensuciarse las manos”
- On 7 de noviembre de 2022
OMPRESS-BAHRÉIN (7-11-22) Con un llamamiento a una paz duradera en Etiopía y en la martirizada Ucrania, concluía el viaje apostólico del Papa Francisco en Bahréin. Un viaje, en el que teniendo presente la realidad de la región visitada, el Papa ha animado a la fraternidad, la acogida, el amor sin condiciones y sin medida.
El viernes, en la clausura del Foro de Bahréin para el Diálogo, no dudó en recordar, entre creyentes, que “el Creador nos invita a actuar, especialmente en favor de tantas de sus criaturas que todavía no encuentran suficiente espacio en las agendas de los poderosos: pobres, niños por nacer, ancianos, enfermos, migrantes. Si nosotros, que creemos en el Dios de la misericordia, no escuchamos a los indigentes y no damos voz a quien no la tiene, ¿quién lo hará?”. Una idea que ha marcado gran parte de este viaje. A los jóvenes, el sábado, les habló de la cultura del cuidado: “¡No pierdan nunca la valentía de soñar y de vivir en grande! Aprópiense de la cultura del cuidado y difúndanla; sean campeones de fraternidad; afronten los desafíos de la vida dejándose orientar por la creatividad fiel de Dios y por buenos consejeros”.
Ayer por la mañana el Papa Francisco se trasladaba a la Iglesia del Sagrado Corazón de Manama, la primera iglesia católica construida en Bahréin, en 1940. Le esperaban 60 sacerdotes y más de 1.300 catequistas y agentes pastorales, pertenecientes al vicariato apostólico de Arabia del Norte, en el que trabajan cerca de dos millones de católicos, presentes en Bahréin, Kuwait, Qatar y Arabia Saudita. Con ellos el Papa ha celebrado el último acto de este viaje. En esta tierra, decía, “hay mucho desierto, pero también hay manantiales de agua dulce que corren silenciosamente en el subsuelo, irrigándolo. Es una hermosa imagen de lo que son ustedes y sobre todo de lo que la fe realiza en la vida; emerge a la superficie nuestra humanidad, demacrada por muchas fragilidades, miedos, desafíos que debe afrontar, males personales y sociales de distinto tipo; pero en el fondo del alma, bien adentro, en lo íntimo del corazón, corre serena y silenciosa el agua dulce del Espíritu, que riega nuestros desiertos, vuelve a dar vigor a lo que amenaza con secarse, lava lo que nos degrada, sacia nuestra sed de felicidad”. Porque, añadía, “el Espíritu es fuente de alegría. El agua dulce que el Señor quiere hacer correr en los desiertos de nuestra humanidad, amasada de tierra y de fragilidad, es la certeza de no estar nunca solos en el camino de la vida”. De ahí surge la alegría cristiana que es contagiosa, “porque el Evangelio hace salir de sí mismo para comunicar la belleza del amor de Dios”.
Todos los bautizados han recibido el Espíritu, continuaba el Papa Francisco, y todos son profetas, como tales, “no podemos fingir que no vemos las obras del mal, quedarnos en una ‘vida tranquila’ para no ensuciarnos las manos. Un cristiano tarde o temprano debe ensuciarse las manos para vivir bien su vida cristiana y dar buen testimonio”.
Finalmente, el Papa ha dado las gracias a la tierra que lo ha acogido y a todos aquellos que han trabajado por este viaje, “a Su Majestad el Rey y a las autoridades de este país”, por la exquisita hospitalidad.