El otro padre Pío, el misionero enamorado de Cabo Verde
- On 19 de marzo de 2024
OMPRESS-BOSTON (19-03-24) Le recuerdan con cariño como un sacerdote bueno y santo. Se llamaba Pio Gottin, italiano de nacimiento. Fraile capuchino, pasó 30 años en Cabo Verde como misionero y después no dudó en convertirse él también en emigrante, como sus hermanos caboverdianos.
Cabo Verde está en la costa occidental de África. Un conjunto de islas en las que la hermosura de los paisajes de calas e islas constata con la dureza de la vida, marcada por la falta de agua. Allí fue enviado como misionero el padre Pío y la huella que dejó se recuerda con tanto cariño que se ha celebrado toda una serie de actividades alrededor de su figura que culminaron este pasado 11 de marzo, que habría sido cuando cumpliera 100 años.
Pero las celebraciones en recuerdo del misionero no se han limitado a su querida Cabo Verde. Ese día, el 11 de marzo, cientos de caboverdianos, muchos de ellos con camisetas y otras imágenes del misionero, se reunieron en la Parroquia de San Patricio en Roxbury, Boston, Estados Unidos, para una misa en su memoria. La Misa fue celebrada por el cardenal Arlindo Gomes Furtado, arzobispo de Santiago de Cabo Verde, que se encontraba en Boston para celebrar el próximo 500 aniversario de su arquidiócesis. La explicación de esta misa y de que el centenario del padre Pío se viviera también en Boston tiene su explicación.
El Padre Pío Olivio Gottin nació el 11 de marzo de 1924 en Pozzoleone, cerca de Vicenza, en el Veneto italiano. Tras hacerse religioso capuchino fue ordenado sacerdote el 1 de febrero de 1948 y, en cuestión de un año, el 31 de marzo de 1949 partía como misionero a Cabo Verde. Fue destinado a la Parroquia de São Lourenço, en la isla de Fogo, en la parte baja de la letra “C” invertida que forman las 10 islas del archipiélago. El padre Pío llegó a Cabo Verde en una época difícil. Su parroquia llevaba 23 años sin sacerdote y faltaba de todo, escuela, ropa, comida y medicinas. El religioso capuchino se involucró en todo. Y después vino la erupción de 1951 que tuvo lugar en esa misma isla que hizo honor a su nombre, “Fuego”. El misionero fue el primero en ayudar a la población y brindar apoyo con los recursos disponibles.
En la Isla de Brava, donde llegó cuatro años después, en 1954, puso en marcha diversas obras, entre las que destacó la Escuela Madre, que albergaba a todos los niños de la isla con dificultades de todo tipo. Empezó con 30 niños y al poco tiempo eran ya más de 300. En esta isla, la más pequeña de las habitadas, fue donde fundaría la Congregación de las Hermanas Franciscanas de la Inmaculada Concepción. Incansable, se involucró en todos los ámbitos, desde lo social a lo educativo, pasando por la cultura y, sobre todo, la salud. Así fue hasta 1979.
Después de 30 años en Cabo Verde, se pidieron misioneros que fueran a Estados Unidos a atender a la numerosísima comunidad emigrante que había partido de las islas africanas. Se ofreció al instante y, dejando todo, partió como un emigrante más con destino a los barrios de Boston, a Roxbury, Brockton, New Bedford… Allí trabajaría otros 20 años más hasta su fallecimiento en 1999. En su nuevo destino misionero hacía de todo, incluso llevar a niños caboverdianos a la escuela en su scooter, o ir a buscar a feligreses liados con la burocracia del aeropuerto, e incluso colectas de alimentos. Cuando llegó a Boston era el único sacerdote “caboverdiano” en la archidiócesis, así que celebraba tres o cuatro misas todos los domingos, viajando de Boston a Rhode Island. Creó una organización benéfica, a la que ahora le han puesto su nombre, y que lleva a cabo los mismos actos de servicio que hacía él: brindar ayuda económica a los necesitados, recaudar fondos para enviar medicamentos a Cabo Verde y ayudar a los inmigrantes caboverdianos a integrarse en la sociedad. “Quien da a los pobres, a Dios presta”, solía decir el Padre Pío.
En la misa de Boston de este 11 de marzo, el cardenal de Cabo Verde, pronunció su homilía en la lengua criolla portuguesa de las islas. El párroco de San Patricio, el padre John Currie, señalaba al Boston Pilot, la publicación de esta archidiócesis norteamericana, que no entendió mucho la homilía, pero cuando el cardenal describió al padre Pío, como “sal y luz”, todo los presentes que le conocían aplaudieron con alegría.