Dos mujeres laicas, a las que les importaban las vocaciones sacerdotales en la misión

Dos mujeres laicas, a las que les importaban las vocaciones sacerdotales en la misión

  • On 6 de mayo de 2022

OMPRESS-MADRID (6-05-22) Este domingo 8 de mayo se celebra la Jornada de Vocaciones Nativas, promovida por la Obra Misional Pontificia de San Pedro Apóstol, una iniciativa creada por dos mujeres, madre e hija, que consideraban las vocaciones en los territorios de misión un verdadero tesoro que enriquecía a toda la Iglesia.

Fue sobre todo la hija, Juana Bigard (1859-1934), la que impulsó una obra que comenzó junto a su madre Estefanía. Ambas tenían una verdadera vocación de servicio a los misioneros. Les escribían recibían cartas de ellos, donde les informaban de sus actividades, necesidades y proyectos. Ellas les enviaban objetos litúrgicos, casullas confeccionadas por ellas y donativos. Como en el caso de Paulina Jaricot y de la Patrona de las Misiones, Santa Teresa de Lisieux, también normanda como ella, los misioneros, con los que más relación, tenían eran de las Misiones Extranjeras de París (MEP), con misiones en Manchuria, Corea y Japón. El primer misionero “apadrinado” por ella fue el padre Aimé Villion, que tenía como destino Kioto, Japón. A través de él contribuyeron a la construcción de la Iglesia de San Francisco Javier en Kioto, una de las primeras iglesias de Japón tras el cese de la persecución cristiana que había durado 300 años.

Otro misionero de las Misiones Extranjeras de París, Jules-Alphonse Cousin, obispo, vicario apostólico de sur de Japón y más tarde obispo de Nagasaki, sufría mucho por el tema de las vocaciones sacerdotales. Estaba convencido de la necesidad de disponer de sacerdotes japoneses para reconstruir la Iglesia local, pero se veía obligado, por falta de recursos, a rechazar con gran dolor a jóvenes que tenían claros signos de vocación sacerdotal. Le hablaron de las Bigard, y les escribió una carta el 1 de junio de 1889. Esta cara sería el punto de partida para la fundación de la Obra de San Pedro Apóstol.

Para Juana Bigard, así lo dice, aquella carta fue como un rayo de luz que iluminó su camino. Habló con su madre, y organizaron colectas y modos de recaudar dinero. Y empezaron por ellas mismas. Tomaron la decisión de reducir sus gastos personales, retirándose a dos pequeñas habitaciones, evitando grandes gastos, comodidades o bienes de cualquier tipo, para poder enviar la mayor cantidad de dinero posible a los seminaristas que ya no serían solo de Japón. Recopilaron información a través de los obispos y vicarios apostólicos de las Misiones Extranjeras de París. De los misioneros de todas partes tanto en India, Cochinchina, Manchuria, África, recibieron la misma noticia qua ya conocían: el futuro de las misiones dependía de la formación del clero local, pero que la falta de medios no les permitía acoger las numerosas vocaciones que se presentaban. Así que se dieron cuenta que había que organizarse y entre 1889 y 1896, crearon y afianzaron lo que sería la Obra de San Pedro Apóstol.

Los objetivos de la misma estaban claros: recaudar dinero para financiar becas en seminarios misioneros o al menos para pagar algunas cuotas anuales para el sustento de los seminaristas hasta el sacerdocio. Y, por supuesto, orar por los sacerdotes y religiosos indígenas, pidiendo para ellos un gran celo por la conversión de sus compatriotas y una fiel adhesión a la Iglesia.

El primer esquema de la Obra se imprimió en octubre de 1894. El 12 de julio de 1895, el Santo Padre León XIII concedió la bendición apostólica a la Obra de San Pedro y a sus fundadoras y miembros. La Obra estaba en marcha y el 3 de mayo de 1922, hace un siglo el Papa, junto a las otras Obras, la convertía en una Obra Misional Pontificia, la hacía una Obra del Papa, una Obra de la Iglesia.

 

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