“Es fundamental que Infancia Misionera ayude a ver y sentir con la compasión de Dios”
El P. Juan Carlos Carvajal Blanco es profesor de la Facultad de Teología de la Universidad Eclesiástica San Dámaso de Madrid, donde dirige el Departamento de Teología de la Evangelización y Catequesis, y coordina la Cátedra de Misionología. Miembro de una comisión de trabajo organizada en 2020 por el Secretariado Internacional de la Santa Infancia, es coautor de un libro sobre esta Obra Pontificia.
En una sociedad que muchas veces no quiere ver las necesidades de los otros, ¿puede Infancia Misionera ayudar a los niños a descubrir la generosidad, la solidaridad y el compromiso?
A lo primero a lo que tiene que ayudar Infancia Misionera es a mirar y ver: mirar con los ojos de Dios, con los ojos del Niño de Belén, que seguro que veía las necesidades que estaban a su alrededor y se compadecía de sus vecinos, de otros niños… Es fundamental que Infancia Misionera ayude a ver y sentir con la compasión de Dios, que ayude a “padecer-con”. Solo así brota la solidaridad; lo otro, mirar de una forma inmediata para ser generoso, solidario y comprometido, puede ser un mirar ideológico.
¿Entienden los niños de hoy el sentido de un compartir que no simplemente es “dar”, sino que nace de un pequeño sacrificio o renuncia?
Planteada así la cuestión, es difícil que los niños lo descubran. Es bueno que a los niños se les vincule la mirada con el amor. Solo desde el amor tienen sentido el sacrificio y la renuncia; sin él, estos son un acto voluntarista que a la larga repele, y los niños saldrían como “escaldados”. Infancia Misionera tiene que ayudar a mirar y amar como Jesús. Un niño invitado a amar a Jesús está invitado a amar a quienes Él ama: a todos, con predilección por los que lo pasan mal. Es así como se le encuentra sentido y tiene fuerza la renuncia, porque el niño ve en ella una expresión del amor.
Poner en común los bienes como Iglesia ¿es también “cosa de niños”?
Si un niño es capaz de amar —amar al modo de niño—, cómo no va a encontrar sentido a compartir y poner en común los bienes con aquellos a los que, en nombre de Jesús y por Jesús, quiere. Es, de nuevo, desde el amor como hay que ayudar a pasar de dar a darse: uno quiere darse porque empatiza con quienes lo están pasando mal, con quienes no conocen el Evangelio, con otros niños más desfavorecidos… Por querer darse, da pequeñas cosas y, a la vez, porque da pequeñas cosas para darse, renuncia a sí mismo. Es el amor, pues, el que llevará a los niños a encontrar sentido, primero, para darse, y, como signo de ese darse, dar cosas.
Las aportaciones de los niños parecen “pequeñas”, pero cambian la vida de muchos otros niños a través de los proyectos de Infancia Misionera…
Esto era lo esencial en el proyecto de Mons. Charles de Forbin-Janson: que la pequeña solidaridad de los niños misioneros formara un todo, un total abundante que cambiara la vida de los pequeños más desfavorecidos. Esto no se reducía a un cambio de vida de tipo económico o social: él pretendía que este gesto de solidaridad de unos niños con respecto a otros —expresión de fe y testimonio del amor de Dios— llevara también a estos niños a conocer el amor de Cristo; y ¿cómo no va a cambiar su vida al encontrar ese amor? Y así, a su vez, ellos mismos se convertirían en testigos del Evangelio ante otros niños cercanos.
¿Qué papel desempeña la confianza en Dios y su providencia dentro del modo de ser y actuar de esta Obra?
Fundamental. Podríamos decir que Infancia Misionera es obra de la providencia divina. Dios todopoderoso quiere realizar su obra a través de los pequeños; no solo los niños, sino los pobres, los necesitados, los enfermos, los que “no valen nada”…, los humildes, en una palabra. Si esta es “la Obra de los niños”, ciertamente se basa en la providencia, porque Dios, a través de los pobres medios que ellos prestan, lleva a cabo su obra. Es el modelo que da nombre a esta Obra Pontificia: el de la Santa Infancia. La obra de Jesús Niño en el portal de Belén, en su vida oculta de Nazaret, es tan salvífica como su vida pública, como su Pascua. Dios no solo realiza su obra a través de grandes acciones, sino de pequeñas acciones y de personas, niños, que no cuentan en la marcha del mundo. Todo fructifica por la misericordia de Dios.
¿Por qué es bueno para los niños hacer experiencia de que participar en la misión es sencillo y, a la vez, compromete?
Más que plantear directamente: “participar en la misión”, habría que plantear que los niños ya participan de la Iglesia. Es desde ella desde donde los niños se sienten acompañados, fortalecidos, impulsados. Un salto inmediato de los niños a la misión, para ellos es vertiginoso. No: porque ellos pertenecen a una pequeña comunidad o parroquia, porque también son miembros de la Iglesia universal, unidos a toda la Iglesia, ellos contribuyen con su propia porción. Así, los niños saben que, porque son miembros de la Iglesia, son misioneros; que, en la obra misionera de la Iglesia, ellos tienen su parte. Esto sí es un recorrido sencillo y, a la vez, comprometido.