105 años y la misión en el corazón: Andrés Díaz de Rábago

  • On 16 de junio de 2022

OMPRESS-TAIWÁN (16-06-22) Acaba de fallecer en Taiwán el misionero jesuita Andrés Díaz de Rábago a la edad de 105 años. Ha fallecido “con las botas puestas”, como él mismo deseaba. El padre Andrés llegó a China continental en 1947, y fue el último sacerdote extranjero ordenado allí antes de la expulsión de todos los misioneros. Tras su expulsión de China continental en 1952, trabajó en Filipinas y Timor, antes de llegar a Taiwán, donde ha vivido más de 50 años. Colaborador del Domund e Infancia Misionera, el padre Andrés, nacido en A Pobra do Caramiñal, La Coruña, contó él mismo su vida en un testimonio grabado en vídeo para las Obras Misionales Pontificias:

“Nací el 3 de octubre de 1917. Desde muy pequeño oí hablar de las Misiones a mis padres. En el Colegio de Vigo, los Jesuitas me hablaron de la Misión en China. En 1940, meses antes de terminar la carrera de Medicina, me planteé una vez más mi gran problema: ¿Dónde me quiere Jesucristo? ¿Vida matrimonial o misionera en la Compañía de Jesús? En unos Ejercicios Espirituales vi claro que la vida misionera era la vocación que el Señor quería para mí.

Llegué a China en 1947. El mes de octubre de l948 fue un momento importante. Mao Tse-Tung estaba próximo a Pekín. La preocupación abrumaba a la gente; la llegada de las tropas de Mao era cuestión de semanas. Probablemente muchos no se daban cuenta de lo se les venía encima; yo, por mi experiencia de nuestra guerra civil y por mi edad, viví aquel día intensamente. La caída del Frente Norte provocó que los superiores nos mandasen a Shanghai para continuar nuestros estudios. Vivir tres años con los comunistas no fue fácil, pero la Gracia de Dios ayuda siempre.

Recuerdo que el rector del Seminario nos llamó una tarde de 1952 para comunicarnos que habían decidido que todos los escolares extranjeros salieran de China. Esto provocó que nuestra ordenación sacerdotal se adelantara y esto dulcificó un poco la situación. El día 16 de abril de 1952 fuimos ordenados 11 chinos y 8 extranjeros (fue la última ordenación con extranjeros en la China continental). La celebración la presidió el obispo de Shanghai, Ignatius Gong Pinmei, que después pasaría 20 años en la cárcel y sería creado cardenal “in pectore”, siendo prisionero, por Juan Pablo II.

China desapareció de mi vida y entraron otros inesperados nombres geográficos: Manila (1952-1961); Timor Leste, (1961-1969); Taiwán (desde 1969). Aquí viene muy bien lo de san Pablo: “para los que aman a Dios… Todo colabora al bien”. El amor incondicional, tiene que ser “amar hasta que duela”, y cuando salí de China, con los ojos mojados, dejar aquellos hermanos y hermanas, aquella querida tierra… dolió, ¡vaya si dolió! Hasta que sin olvidar el pasado me enamoré de Filipinas y sus habitantes, y pasé entre ellos nueve años inolvidables.

En 1961, recibí una nueva orden, ir a Timor Leste, entonces portugués, como rector del Seminario de Nossa Señora de Fátima, en Dili. Ni siquiera era capaz de localizar ese país en un mapa. Y mis ojos volvieron a humedecerse al tener que despedirme de mis alumnos filipinos. Pero volví a enamorarme otra vez de Timor y sus habitantes.

Ocho años en ese inolvidable país, y vuelta a China, pero esta vez a la China insular, a Taiwán, donde asumí la cátedra de Deontología en la Universidad y un curso de lengua latina en las facultades de Derecho y de Lingüística. En Taiwán, mi apostolado no solo fue la enseñanza sino también el cuidado de la salud, que sigo ejerciendo en mis visitas a los misioneros enfermos y a católicos y no católicos en los hospitales.

Después de 70 años de misionero en cuatro países diferentes, mi consejo a quien tenga vocación misionera y esté dispuesto a irse a la misión es que “ame al nuevo país y sus habitantes hasta que duela.” En mi vida he pasado por 5 naciones (4 en el hemisferio norte y una en el hemisferio sur) y siempre me he sentido en casa”.

Las Obras Misionales Pontificias de España dan gracias a Dios por su larga y fecunda vida misionera y rezan para que goce ya en la presencia del Señor al que entregó su vida.

 

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