Sin entrar en su trayectoria académica y docente, Mons. Julián Barrio Barrio es arzobispo de Santiago de Compostela desde 1996, tras haber sido tres años obispo auxiliar y administrador diocesano de esa misma diócesis. Pertenece a la Subcomisión Episcopal de Seminarios y Universidades de la CEE, es miembro de la Comisión Permanente desde 1999 y también fue miembro del Comité Ejecutivo de 2011 a 2017.
En pleno Año Santo Compostelano, con el Camino y con la Peregrinación Europea de Jóvenes en el corazón, ¿cómo le resuena al arzobispo de Santiago el “Deja tu huella…” del lema?
Como un motivo de gran esperanza. El Camino de Santiago se ha ido haciendo a través de las huellas de tantos peregrinos que, a lo largo de los siglos, lo han ido recorriendo. Estoy convencido, por la experiencia de otras peregrinaciones europeas de jóvenes. Estos han dejado su huella orientadora, descubriendo su propia identidad y dejando constancia de ella. No debemos distraernos, sino despertar la capacidad de percibir lo esencial en medio de lo accidental, ofreciendo la posibilidad de ver y tocar con la mano los signos de la cercanía de Dios.
En nuestro mundo de redes sociales es bastante fácil dejar una huella efímera, pero ¿cómo puede un joven hoy dejar una huella que permanezca?
Ciertamente estamos viviendo la cultura de lo efímero, también en lo que se refiere a la comunicación de las redes sociales. La comunicación masiva e indiscriminada volatiliza casi inmediatamente su contenido. En el contexto del laicismo y relativismo, de la tecnología y de la electrónica, de la movilidad y de los viajes rápidos, de la exploración del espacio y de las superautopistas de la información, considero que un joven puede dejar una huella permanente echando raíces sobre el suelo firme y estable de lo sagrado, sintiéndose transmisor de saberes, preservando la expresión pública del hecho religioso y valorando la religión como una aportación positiva para la cohesión social.
¿Qué significa para la vida de nuestras Iglesias de larga andadura el que surjan nuevas vocaciones de especial consagración?
Ayuda a proyectar el futuro con confianza, liberándolo de las propias insatisfacciones o ensimismamientos. Ha de llevarnos también a mirar al pasado con agradecimiento y a asumir el presente con responsabilidad. Las nuevas vocaciones de especial consagración son don de Dios y una necesidad de la Iglesia para construir y testimoniar el Reino en medio del mundo. Son un signo elocuente de esa dimensión transcendente que se está viendo asfixiada por nuestra proyección inmanentista. Como el profeta Elías, hemos de salir a la puerta de nuestra cueva, porque el Señor está pasando.
Y en las Iglesias recientemente surgidas de la misión, ¿qué supone el que sus vocaciones locales puedan culminar su formación, superando tantos obstáculos? ¿Es tan importante que acudamos en su ayuda?
Es fundamental el proceso de formación que con tanta perseverancia están realizando, a pesar de las dificultades que pueden encontrar. Hoy más que nunca, tenemos que dar razón de nuestra esperanza en el contexto cultural en el que peregrinamos, y esto exige una formación sólida. Evidentemente, todo lo que podamos hacer de manera afectiva y efectiva en este sentido será siempre poco.
El lema completa su invitación diciendo “… sé testigo”, y, sin duda, los misioneros lo son. ¿Qué huella dejan los misioneros, para que muchos jóvenes de los territorios de misión se planteen hoy el seguimiento radical de Cristo?
Una huella basada en la experiencia de Dios, que les lleva a hacerle presente en la sociedad, contribuyendo al despertar religioso y espiritual y a proyectar el futuro desde la verdad, la libertad y la justicia. Dan testimonio expropiándose de sí mismos, para hacer el bien entregando su vida con gratuidad y generosidad al servicio de los demás, acompañándoles en la plena realización de la dignidad humana. Como nos dice el papa Francisco, la dinámica de los cristianos no es retener con nostalgia el pasado, sino acceder a la memoria eterna del Padre, y esto solo es posible viviendo una vida en caridad. Este testimonio llama la atención y motiva al seguimiento de Cristo, calzados con las sandalias de la esperanza.
A propósito, su diócesis cuenta con uno de los misioneros españoles en activo más longevos, el jesuita Andrés Díaz de Rábago, en Taiwán a sus 104 años. ¿Qué reflexión le sugiere este ejemplo?
Como diría san Juan Pablo II, el padre Andrés es un joven de 104 años que ha asumido la vida como don y tarea, descubriendo cada día la novedad de Cristo, que configura en él un estilo de vida lleno de entusiasmo y de alegría. Sorprende y fascina comprobar cómo transmite motivos para la esperanza en esa preocupación de construir la ciudad de Dios en medio de la ciudad de los hombres.