La Jornada de Vocaciones Nativas es un día especialmente dedicado a la oración y la cooperación con los jóvenes que son llamados al sacerdocio o la vida consagrada en los territorios de misión.
La Jornada de Vocaciones Nativas es un día especialmente dedicado a la oración y la cooperación con los jóvenes que son llamados al sacerdocio o la vida consagrada en los territorios de misión.
“Hágase tu voluntad”. Lo pedimos cada día en el padrenuestro, sabiendo que Dios “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,4). “Me apunto” a esa voluntad amorosa suya respondiendo a su llamada —“Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad” (Sal 39)— y participando en la misión.
“Todos discípulos, todos misioneros”. Es momento de “rezar al Dueño de la mies, para que los cristianos que viven su fe en las Iglesias de primera evangelización sean verdaderos discípulos misioneros y que, con nuestro sacrificio y ayuda económica, cuenten con jóvenes que puedan formarse y desarrollar la vocación concreta, personal, a ser, en medio de sus pueblos, pastores y guías” (P. José María Calderón).
¡Es Pascua! El paso de la muerte a la vida, de la esclavitud a la libertad… Y este cuarto domingo de Pascua, 21 de abril este año, tomamos la imagen de Jesús, Buen Pastor. Él es, efectivamente, el buen pastor que conoce a sus ovejas, que las llama por su nombre, que las busca cuando se pierden, que las protege del lobo que quiere aniquilarlas… Y Jesús pone a nuestro lado hombres y mujeres que, con su oración, su testimonio de vida y su entrega, sirven de ayuda, de ejemplo y de ánimo para vivir la fe cada día, incluso, y especialmente, en los momentos de zozobra.
Este domingo la Iglesia en España celebra dos jornadas, dos campañas: la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones y la Jornada de la Obra Misional Pontificia de San Pedro Apóstol, conocida en nuestro país como Jornada de Vocaciones Nativas. Siempre de la mano, oramos a Dios por las vocaciones, tanto en nuestras Iglesias locales como en los territorios dependientes del Dicasterio para la Evangelización donde trabajan y evangelizan nuestros misioneros.
Pero este año tiene una connotación que nos lo hace más fácil de celebrar: la oración. Sí, el Papa quiere que 2024 sea un año en el que pongamos especial énfasis en la oración, que fortalezcamos y, quizás, redescubramos el valor de la oración personal y comunitaria: “Oración, para agradecer a Dios los múltiples dones de su amor por nosotros y alabar su obra en la creación, que nos compromete a respetarla y a actuar de forma concreta y responsable para salvaguardarla. Oración como voz «de un solo corazón y una sola alma» (cf. Hch 4,32) que se traduce en ser solidarios y en compartir el pan de cada día. Oración que permite a cada hombre y mujer de este mundo dirigirse al único Dios, para expresarle lo que tienen en el secreto del corazón. Oración como vía maestra hacia la santidad, que nos lleva a vivir la contemplación en la acción” (Francisco, Carta a Mons. Rino Fisichella para el Jubileo 2025, 11-2-2022).
Por eso, secundando la invitación del Santo Padre, vamos a orar por las vocaciones, por todos los cristianos, para que vivamos nuestro compromiso con Dios como una verdadera vocación: una vocación a la amistad con Él, a la santidad, a la evangelización. Una oración que traspasa fronteras y que nos invita a tener un corazón universal, que abarque el mundo entero, un corazón católico; que nos motive a rezar por los cristianos que viven en aquellos sitios donde la fe cristiana es minoritaria, lugares donde la Iglesia, a duras penas, puede hacer una tarea de evangelización, por falta de ministros, de consagrados, de familias cristianas.
Si a algo nos ayudan estas jornadas es a ser conscientes de que Cristo quiere llegar a todas las personas, o, como dice Francisco, a “todos, todos, todos”… Es voluntad de Dios que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, y para ello debemos rezar y sentir en nuestros hombros el peso de la responsabilidad de cara a que, en los lugares donde escasean los pastores, imagen del Buen Pastor, puedan fomentarse, cuidarse y formarse las vocaciones apostólicas entre los jóvenes.
El lema de esta doble jornada es: “Hágase tu voluntad – Todos discípulos, todos misioneros”. Pedimos a Dios que se haga en la tierra su voluntad, tal como ocurre en el cielo, y así todos descubrir nuestra vocación a ser discípulos misioneros. Entonces, ¿qué puedo hacer yo, en mi querida España, por los cristianos que viven su fe con tantas limitaciones en las Iglesias jóvenes, de primera evangelización? Pues rezar al Dueño de la mies, para que esos cristianos sean verdaderos discípulos misioneros y que, con nuestro sacrificio y ayuda económica, cuenten con jóvenes que puedan formarse y desarrollar la vocación concreta, personal, a ser, en medio de sus pueblos, pastores y guías.
El Domingo del Buen Pastor ¡nos sentimos uno con nuestros hermanos de otros países, lenguas, culturas, razas…! Y queremos, con la oración, con el sacrificio ofrecido y con nuestra aportación material, ser y sentirnos misioneros junto a aquellos que un día experimentaron la llamada de Dios para dejar el lugar donde nacieron y entregar la vida anunciando el Evangelio hasta los confines de la tierra.
Mons. Luis Javier Argüello García es el obispo responsable del Servicio de Pastoral Vocacional de la Conferencia Episcopal Española. Tras treinta años de sacerdocio, recibió la consagración episcopal en 2016. Obispo auxiliar de Valladolid, primero, y actualmente arzobispo de dicha diócesis, ha sido secretario general de la CEE de 2018 a 2022.
¿Puede comentarnos brevemente el lema escogido para esta Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones y Jornada de Vocaciones Nativas, “Hágase tu voluntad – Todos discípulos, todos misioneros”?
La Iglesia universal ha convocado un año de la oración para preparar el Año Santo que se celebrará en Roma en 2025; ha sugerido el padrenuestro como pauta para la oración. Por eso el “Hágase tu voluntad”, parte del lema que expresa la disponibilidad obediente de Jesús al Padre. La Iglesia española prepara un congreso sobre la Iglesia “asamblea de llamados”, todos discípulos, todos misioneros. El lema recoge ambos acontecimientos con un mismo aliento vocacional.
¿Por qué es importante resaltar el valor de la oración en ese ámbito vocacional?
La oración expresa deseo y confianza: deseo de conseguir lo que se pide y confianza en el amor providente de Dios. Es muy importante que el Pueblo de Dios desee de verdad las vidas vocacionales que solicita. Por eso, es crucial que la oración sea verdadera, y que aquello que el orante pide, esté dispuesto a ofrecerlo si el Señor, escuchando la oración, se la devuelve en forma de llamada.
Las vocaciones locales que surgen en los territorios de misión y que solemos llamar “nativas”, ¿en qué “nos tocan” a nosotros?
La Iglesia es un Pueblo, una misteriosa comunión. Las vocaciones nativas son fruto de vocaciones misioneras de hombres y mujeres que dejaron su tierra y sembraron el Evangelio para formar comunidades. La implantación de la Iglesia no es plena si no da frutos vocacionales. En nuestro momento de sequía vocacional, las llamadas vocaciones nativas son estímulo y altavoz de la llamada que Dios nunca ha dejado de realizar también entre nosotros.
En esa misma línea, y con vistas a la cultura vocacional que se quiere promover desde el Servicio de Pastoral Vocacional, ¿qué nos puede enseñar la abundancia y vitalidad de las vocaciones en las Iglesias que están constituyéndose?
La confianza en Dios, el revisar nuestro estilo de vida, también nuestra mediocridad; pero, sobre todo, acrecentar el deseo de operarios para la abundante mies de nuestro mundo. Si nuestras comunidades no desean el perdón o la eucaristía, no desean la transmisión de la vida o no tienen celo evangelizador, es difícil que surjan las vocaciones que el Señor está dispuesto a conceder si se lo pedimos en serio.
¿Cómo podríamos facilitar la cercanía, más aún, la comunión entre las vocaciones de aquí y las de la misión?
Precisamos crecer en catolicidad; para ello, nos es bueno establecer alianzas y contactos concretos con Iglesias locales de otros lugares. Hacerlo nos vendrá bien asimismo en todas las dimensiones de nuestra vida eclesial y social.
A la luz de todos estos aspectos que nos ha ido señalando, la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones y la Jornada de la Obra de San Pedro Apóstol ¿qué se aportan la una a la otra?
Francamente, creo que se trata de una misma jornada para promover la vida como vocación en la Iglesia local y en la universal. Vocaciones Nativas supone un altavoz a la llamada que en todo lugar se escucha. Llama también a la gratuidad y generosidad en la petición. No pedimos solo para nosotros, sino también para otros. También la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones ayuda a caer en la cuenta de que los países llamados “de misión ad gentes” no necesitan solo ayudas materiales, sino personas que consagren su vida a la edificación de un Pueblo.
Cada año la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones nos invita a considerar el precioso don de la llamada que el Señor nos dirige a cada uno de nosotros, su pueblo fiel en camino, para que podamos ser partícipes de su proyecto de amor y encarnar la belleza del Evangelio en los diversos estados de vida. Escuchar la llamada divina, lejos de ser un deber impuesto desde afuera, incluso en nombre de un ideal religioso, es, en cambio, el modo más seguro que tenemos para alimentar el deseo de felicidad que llevamos dentro. Nuestra vida se realiza y llega a su plenitud cuando descubrimos quiénes somos, cuáles son nuestras cualidades, en qué ámbitos podemos hacerlas fructificar, qué camino podemos recorrer para convertirnos en signos e instrumentos de amor, de acogida, de belleza y de paz, en los contextos donde cada uno vive.
Por eso, esta Jornada es siempre una hermosa ocasión para recordar con gratitud ante el Señor el compromiso fiel, cotidiano y a menudo escondido de aquellos que han abrazado una llamada que implica toda su vida. Pienso en las madres y en los padres que no anteponen sus propios intereses y no se dejan llevar por la corriente de un estilo superficial, sino que orientan su existencia, con amor y gratuidad, hacia el cuidado de las relaciones, abriéndose al don de la vida y poniéndose al servicio de los hijos y de su crecimiento. Pienso en los que llevan adelante su trabajo con entrega y espíritu de colaboración; en los que se comprometen, en diversos ámbitos y de distintas maneras, a construir un mundo más justo, una economía más solidaria, una política más equitativa, una sociedad más humana; en todos los hombres y las mujeres de buena voluntad que se desgastan por el bien común. Pienso en las personas consagradas, que ofrecen la propia existencia al Señor tanto en el silencio de la oración como en la acción apostólica, a veces en lugares de frontera y exclusión, sin escatimar energías, llevando adelante su carisma con creatividad y poniéndolo a disposición de aquellos que encuentran. Y pienso en quienes han acogido la llamada al sacerdocio ordenado y se dedican al anuncio del Evangelio, y ofrecen su propia vida, junto al Pan eucarístico, por los hermanos, sembrando esperanza y mostrando a todos la belleza del Reino de Dios.
A los jóvenes, especialmente a cuantos se sienten alejados o que desconfían de la Iglesia, quisiera decirles: déjense fascinar por Jesús, plantéenle sus inquietudes fundamentales. A través de las páginas del Evangelio, déjense inquietar por su presencia que siempre nos pone beneficiosamente en crisis. Él respeta nuestra libertad, más que nadie; no se impone, sino que se propone. Denle cabida y encontrarán la felicidad en su seguimiento y, si se los pide, en la entrega total a Él.
Un pueblo en camino
La polifonía de los carismas y de las vocaciones, que la comunidad cristiana reconoce y acompaña, nos ayuda a comprender plenamente nuestra identidad como cristianos. Como pueblo de Dios que camina por los senderos del mundo, animados por el Espíritu Santo e insertados como piedras vivas en el Cuerpo de Cristo, cada uno de nosotros se descubre como miembro de una gran familia, hijo del Padre y hermano y hermana de sus semejantes. No somos islas encerradas en sí mismas, sino que somos partes del todo. Por eso, la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones lleva impreso el sello de la sinodalidad: muchos son los carismas y estamos llamados a escucharnos mutuamente y a caminar juntos para descubrirlos y para discernir a qué nos llama el Espíritu para el bien de todos.
Además, en el presente momento histórico, el camino común nos conduce hacia el Año Jubilar del 2025. Caminamos como peregrinos de esperanza hacia el Año Santo para que, redescubriendo la propia vocación y poniendo en relación los diversos dones del Espíritu, seamos en el mundo portadores y testigos del anhelo de Jesús: que formemos una sola familia, unida en el amor de Dios y sólida en el vínculo de la caridad, del compartir y de la fraternidad.
Esta Jornada está dedicada a la oración para invocar del Padre, en particular, el don de vocaciones santas para la edificación de su Reino: «Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha» (Lc 10,2). Y la oración —lo sabemos— se hace más con la escucha que con palabras dirigidas a Dios. El Señor habla a nuestro corazón y quiere encontrarlo disponible, sincero y generoso. Su Palabra se ha hecho carne en Jesucristo, que nos revela y nos comunica plenamente la voluntad del Padre. En este año 2024, dedicado precisamente a la oración en preparación al Jubileo, estamos llamados a redescubrir el don inestimable de poder dialogar con el Señor, de corazón a corazón, convirtiéndonos en peregrinos de esperanza, porque «la oración es la primera fuerza de la esperanza. Mientras tú rezas la esperanza crece y avanza. Yo diría que la oración abre la puerta a la esperanza. La esperanza está ahí, pero con mi oración le abro la puerta» (Catequesis, 20 mayo 2020).
Peregrinos de esperanza y constructores de paz
Pero, ¿qué significa ser peregrinos? Quien comienza una peregrinación procura ante todo tener clara la meta, que lleva siempre en el corazón y en la mente. Pero, al mismo tiempo, para alcanzar ese objetivo es necesario concentrarse en la etapa presente, y para afrontarla se necesita estar ligeros, deshacerse de cargas inútiles, llevar consigo lo esencial y luchar cada día para que el cansancio, el miedo, la incertidumbre y las tinieblas no obstaculicen el camino iniciado. De este modo, ser peregrinos significa volver a empezar cada día, recomenzar siempre, recuperar el entusiasmo y la fuerza para recorrer las diferentes etapas del itinerario que, a pesar del cansancio y las dificultades, abren siempre ante nosotros horizontes nuevos y panoramas desconocidos.
El sentido de la peregrinación cristiana es precisamente este: nos ponemos en camino para descubrir el amor de Dios y, al mismo tiempo, para conocernos a nosotros mismos, a través de un viaje interior, siempre estimulado por la multiplicidad de las relaciones. Por lo tanto, somos peregrinos porque hemos sido llamados. Llamados a amar a Dios y a amarnos los unos a los otros. Así, nuestro caminar en esta tierra nunca se resuelve en un cansarse sin sentido o en un vagar sin rumbo; por el contrario, cada día, respondiendo a nuestra llamada, intentamos dar los pasos posibles hacia un mundo nuevo, donde se viva en paz, con justicia y amor. Somos peregrinos de esperanza porque tendemos hacia un futuro mejor y nos comprometemos en construirlo a lo largo del camino.
Este es, en definitiva, el propósito de toda vocación: llegar a ser hombres y mujeres de esperanza. Como individuos y como comunidad, en la variedad de los carismas y de los ministerios, todos estamos llamados a “darle cuerpo y corazón” a la esperanza del Evangelio en un mundo marcado por desafíos epocales: el avance amenazador de una tercera guerra mundial a pedazos; las multitudes de migrantes que huyen de sus tierras en busca de un futuro mejor; el aumento constante del número de pobres; el peligro de comprometer de modo irreversible la salud de nuestro planeta. Y a todo eso se agregan las dificultades que encontramos cotidianamente y que, a veces, amenazan con dejarnos en la resignación o el abatimiento.
En nuestro tiempo es, pues, decisivo que nosotros los cristianos cultivemos una mirada llena de esperanza, para poder trabajar de manera fructífera, respondiendo a la vocación que nos ha sido confiada, al servicio del Reino de Dios, Reino de amor, de justicia y de paz. Esta esperanza —nos asegura san Pablo— «no quedará defraudada» (Rm 5,5), porque se trata de la promesa que el Señor Jesús nos ha hecho de permanecer siempre con nosotros y de involucrarnos en la obra de redención que Él quiere realizar en el corazón de cada persona y en el “corazón” de la creación. Dicha esperanza encuentra su centro propulsor en la Resurrección de Cristo, que «entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo. Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección. Es una fuerza imparable. Verdad que muchas veces parece que Dios no existiera: vemos injusticias, maldades, indiferencias y crueldades que no ceden. Pero también es cierto que en medio de la oscuridad siempre comienza a brotar algo nuevo, que tarde o temprano produce un fruto» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 276). Incluso el apóstol Pablo afirma que «en esperanza» nosotros «estamos salvados» (Rm 8,24). La redención realizada en la Pascua da esperanza, una esperanza cierta, segura, con la que podemos afrontar los desafíos del presente.
Ser peregrinos de esperanza y constructores de paz significa, entonces, fundar la propia existencia en la roca de la resurrección de Cristo, sabiendo que cada compromiso contraído, en la vocación que hemos abrazado y llevamos adelante, no cae en saco roto. A pesar de los fracasos y los contratiempos, el bien que sembramos crece de manera silenciosa y nada puede separarnos de la meta conclusiva, que es el encuentro con Cristo y la alegría de vivir en fraternidad entre nosotros por toda la eternidad. Esta llamada final debemos anticiparla cada día, pues la relación de amor con Dios y con los hermanos y hermanas comienza a realizar desde ahora el proyecto de Dios, el sueño de la unidad, de la paz y de la fraternidad. ¡Que nadie se sienta excluido de esta llamada! Cada uno de nosotros, dentro de las propias posibilidades, en el específico estado de vida puede ser, con la ayuda del Espíritu Santo, sembrador de esperanza y de paz.
La valentía de involucrarse
Por todo esto les digo una vez más, como durante la Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa: “Rise up! – ¡Levántense!”. Despertémonos del sueño, salgamos de la indiferencia, abramos las rejas de la prisión en la que tantas veces nos encerramos, para que cada uno de nosotros pueda descubrir la propia vocación en la Iglesia y en el mundo y se convierta en peregrino de esperanza y artífice de paz. Apasionémonos por la vida y comprometámonos en el cuidado amoroso de aquellos que están a nuestro lado y del ambiente donde vivimos. Se los repito: ¡tengan la valentía de involucrarse! Don Oreste Benzi, un infatigable apóstol de la caridad, siempre en favor de los últimos y de los indefensos, solía repetir que no hay nadie tan pobre que no tenga nada que dar, ni hay nadie tan rico que no tenga necesidad de algo que recibir.
Levantémonos, por tanto, y pongámonos en camino como peregrinos de esperanza, para que, como hizo María con santa Isabel, también nosotros llevemos anuncios de alegría, generaremos vida nueva y seamos artesanos de fraternidad y de paz.
Roma, San Juan de Letrán, 21 de abril de 2024, IV Domingo de Pascua.
FRANCISCO
Ponemos a tu disposición los materiales para celebrar la Jornada de Vocaciones Nativas y Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones.
Estos recursos están encaminados a facilitar la difusión del mensaje de la Jornada de Vocaciones Nativas y Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Las vocaciones surgidas en los territorios de misión son un tesoro que la Iglesia debe cuidar.
Las “Becas de estudio” te permiten ayudar a las vocaciones surgidas en las Iglesias nacientes, mediante el sostenimiento de las necesidades de los seminarios y noviciados de los territorios de misión.
Además, puedes hacerlo individualmente o en grupo –con tu parroquia, colegio, seminario…
Son los jóvenes que son llamados al sacerdocio o a la vida consagrada en los territorios de misión.
Las vocaciones nativas son muy importantes para las iglesias locales. Su presencia es apremiante porque en la actualidad un sacerdote en las misiones atiende al doble de personas que la media universal.
ORAR POR LAS VOCACIONES
En esta jornada se pide rezar por todas las vocaciones nativas, para que el Espíritu Santo siga llamando y no falte la respuesta generosa de los jóvenes.
Estefanía y Juana Bigard, madre e hija, leyeron en 1889 una carta del obispo francés de Nagasaki, en la que este contaba cómo los cristianos japoneses, debido a la persecución, tenían miedo de acercarse a los misioneros extranjeros, y que eso no ocurriría si los sacerdotes fueran naturales de su mismo país.
Las dos empiezan así una gran actividad para lograr que toda la Iglesia se implique en el sostenimiento de las vocaciones en Ios territorios de misión.
Es el comienzo de la Obra Pontificia de San Pedro Apóstol, encargada de impulsar la Jornada de Vocaciones Nativas.
Para apoyar las vocaciones que surgen en las misiones, el Papa tiene una herramienta: la Obra de San Pedro Apóstol, una de las cuatro Obras Misionales Pontificias. A ella está encomendado el cuidado de los 725 seminarios diocesanos que hay en los Territorios de Misión y el apoyo a noviciados. Y para que siga adelante, necesita de la colaboración de todos los católicos del mundo.
Con las aportaciones de todos los países se crea un Fondo Universal de Solidaridad, que en 2023 reunió 16.247.679,16€. Este dinero se distribuye equitativamente, para poder ofrecer una formación de calidad a los futuros sacerdotes, religiosos y religiosas en las misiones.
Desde OMP España, el pasado año se enviaron 1.762.519,00€, que apoyaron a 10.039 seminaristas y 288 formadores.