Viaje misionero a Ecuador: “nuestra misión no era «hacer mucho» sino «amar más»”
- On 29 de septiembre de 2022
OMPRESS-MADRID (29-09-22) Desde Alcalá partía este verano una expedición misionera camino de Manabí, en la costa ecuatoriana. La hermana Beatriz Liaño, cuenta lo que ha significado para 11 chicas la experiencia de conocer in situ la labor de misioneras y misioneros en esta hermosa región de Ecuador.
“Nuestro viaje misionero comenzó con la Misa de envío presidida por Mons. D. Juan Antonio Reig Pla en la Catedral de Alcalá de Henares el 31 de julio de 2022. El 3 de agosto cogimos nuestro avión con destino a Ecuador. Éramos tres Siervas del Hogar de la Madre y once chicas procedentes de diversas partes de España. En Guayaquil se nos unieron otras dos jóvenes procedentes de Colombia y México. Durante tres semanas colaboramos en los diversos apostolados de las comunidades de Siervas del Hogar de la Madre en Playaprieta, Chone y Guayaquil.
La primera semana la pasamos en Playaprieta, en la provincia de Manabí, recogiendo los frutos de más de quince años de trabajo misionero de las hermanas en la zona y, de manera especial, en la «Unidad Educativa Sagrada Familia», donde pasó sus últimos años de vida la Hna. Clare Crockett. Hubo algo que me llamó la atención. Las chicas iban preparadas para sufrir calor, mosquitos, posibilidad de enfermedades tropicales, una alimentación muy distinta a la que están acostumbradas… Pero, a medida que pasaban los días, era evidente que el Señor estaba reduciendo al mínimo la exigencia de sacrificio exterior para que pudieran concentrarse en la misión especial que esperaba de ellas: la batalla interior por la que el amor debe triunfar en nuestro corazón. Tuve la certeza de que, si ganaban esa batalla, el Señor derramaría muchas gracias, sobre ellas y sobre la misión. Fue muy bonito ver que también ellas lo experimentaban y comprendían así, y que luchaban con generosidad ese combate crucial.
De Playaprieta fuimos a Chone, desde donde nos desplazamos a la Manga del Cura, una aislada región del campo manabita, donde viven unas 24.000 personas, repartidas en más de ochenta comunidades desperdigadas entre inmensas plantaciones de cacao, maíz, plátano… Fuimos testigos del sacrificio con el que dos sacerdotes y cinco consagradas enseñan a estas almas el camino del Cielo. Para ello, deben recorrer cada día los peligrosos caminos que surcan esta «parroquia» de más de 500 Km2 a veces en 4×4, a veces a caballo y otras veces a pie. Las carreteras son de tierra, muy deterioradas por las frecuentes lluvias tropicales. La vida allí es austera y sencilla. Ante la imposibilidad de tener la Misa dominical en tantas comunidades, los sacerdotes —desde tiempos del P. Alberto Ferri, pionero en la evangelización de la Manga del Cura— han ido formando a guías o catequistas que cuidan de la celebración de la Palabra cada domingo. Si en la capilla de la aldea hay Sagrario, los guías pueden dar la Comunión a los fieles reunidos, sino deben conformarse con tener la Liturgia de la Palabra. Por eso, fue una alegría grande preparar a una de estas comunidades, llamada Los Ángeles, para la bendición de un nuevo Sagrario donado por los Grupos Misioneros del Hogar de la Madre dentro de su proyecto «Sagrarios para Manabí». Un Sagrario en una comunidad ofrece la posibilidad de una vida de intimidad con Jesús mucho más estrecha.
Terminamos nuestro viaje en Guayaquil, donde nos impresionaron de forma especial las experiencias vividas en los «barrios de invasión», barrios muy pobres de la periferia de la ciudad. Allí la pobreza material se entrelaza y retroalimenta con una pobreza interior aún más terrible. Hemos visto mucho sufrimiento, pero también hemos constatado que lo que más hace sufrir al ser humano no es la carencia de cosas, sino la degradación humana y moral que provoca la ausencia de Dios. Tienen muchas necesidades —y la caridad de nuestras hermanas sale al paso de muchos y terribles sufrimientos— pero necesitan sobre todo conocer el amor inmenso de Jesús por cada uno de ellos, su misericordia compasiva, su poder sanador que cura alma y cuerpo y reconstruye al ser humano en su dignidad perdida. Hemos sido testigos de cómo nuestras hermanas se entregan cada día a esta misión, conscientes de la verdad que hay en esas palabras de San Juan Pablo II: «La evangelización misionera constituye el primer servicio que la Iglesia puede prestar a cada hombre y a la humanidad entera en el mundo actual, el cual está conociendo grandes conquistas, pero parece haber perdido el sentido de las realidades últimas y de la misma existencia» (Redemptoris Missio 2). En estos barrios, hemos conocido a personas maravillosas que son como azucenas crecidas en medio del lodo. Y a otros muchos a los que el Señor ha reconstruido y que dan testimonio de que «Dios hace nuevas todas las cosas» (Ap. 21, 5).
Viendo tantas necesidades, me preguntaba muchas veces qué podíamos hacer nosotras, tan débiles, tan pequeñas y «de paso» por Ecuador. Y el Señor puso en mi corazón una certeza: nuestra misión no era «hacer mucho» sino «amar más», disponiéndonos a recibir la voluntad del Señor para cada una de nosotras. Así se lo pedí a las chicas y así lo pido a todos los que me lean. Que Nuestra Madre del Cielo nos enseñe a cooperar, con su ejemplo de «amor maternal», «a la regeneración de los hombres» (RM 92)”.