Una catedral italiana y las estatuas de un misionero y un católico chino
- On 11 de mayo de 2023
OMPRESS-ITALIA (11-05-23) La Catedral de San Juan de Macerata, una ciudad italiana de la región de las Marcas, comenzó a construirse el 12 de marzo de 1600, y su construcción se ha dado por concluida este 9 de mayo, 423 años después, con la colocación de dos estatuas, las de Matteo Ricci y Xu Guangqi…
En la tarde del 9 de mayo, tras una solemne misa en la ya concluida catedral, el cardenal secretario de Estado, Pietro Parolin, inauguraba y bendecía las estatuas. La primera es la de uno de los hijos más ilustres de la diócesis de Macerata, Matteo Ricci (1552-1610), el misionero jesuita en China, verdadero puente entre culturas. La segunda la del erudito de la corte china de los Ming y primer alumno de Ricci, Pablo Xu Guangqi (1562-1633), considerado el iniciador de la comunidad católica en Shanghai. Dos estatuas gemelas en mármol, que ahora ocupan dos hornacinas de la fachada del templo recién restaurado, y que han sido realizadas en China y donadas por la asociación de católicos chinos amigos del padre Ricci y Xu Guangqi.
En la ceremonia de inauguración además del cardenal Secretario de Estado, presentes el obispo de Macerata, Mons. Nazzareno Marconi, el alcalde de la ciudad y el presidente de la región de las Marcas. Y también la profesora Rachel Zhu Xiaohong de Shanghai, que no solo ha coordinado la recaudación de fondos para la estatua de Xu, sino que también ha colaborado activamente con varios eruditos y descendientes de Xu Guangqi que viven en Shanghai, realizando minuciosas investigaciones históricas sobre la forma de vestir de los altos dignatarios de la época Ming. De hecho, esta estatua de Xu Guangqi del que existen en China bustos o grupos escultóricos acompañado de otros personajes, es su primera representación de cuerpo entero. En su intervención, Zhu Xiaohong recordó el amor de los chinos por el venerable Matteo Ricci, y la amistad del misionero y el dignatario chino, que dio abundantes frutos en la difusión del Evangelio y también de la ciencia en China. Esperaba que ambos amigos, hoy venerables, pueda ser beatificados y canonizados juntos.
El padre jesuita Mateo Ricci llegó a Pekín en 1601 y el emperador chino de la época le permitió permanecer en la capital hasta su muerte el 11 de mayo de 1610. Un privilegio que no se solía dar a muchos extranjeros. Allí desarrolló una intensa labor cultural y misionera. Verdadero fermento intelectual en su entorno, el padre Ricci escribió numerosos libros, entre ellos el “Tratado de la Amistad”, considerado uno de los clásicos de la literatura china. También escribió un catecismo que se publicó por primera vez en Pekín en 1603, que mostraba el esfuerzo del que se puede considerar el primer misionero moderno en China, de “aclimatar” en la lengua y la cultura china los contenidos fundamentales del cristianismo. Desarrolló una profunda amistad con diversas personalidades china entre las que destaca el funcionario imperial Pablo Xu Guangqi (1562-1633), con quien colaboró en la traducción al chino de textos occidentales sobre matemáticas, hidráulica, astronomía, trigonometría y geografía. También tradujeron clásicos confucianos al latín para introducir la filosofía china en Europa. Xu Guangqi quedó impresionado por los conocimientos y la santidad del jesuita. Tres años después recibía el bautismo y tomaba el nombre de Pablo. Su familia se convirtió en la primera familia católica de Shanghai. En la actualidad está abierto su proceso de beatificación. El mismo Xu Guangqi describía a Ricci: “Creo que es un hombre singular porque vive en celibato, no se afana por cargos, habla poco, tiene una conducta regulada y esto todos los días, cultiva la virtud a escondidas y sirve a Dios continuamente”.
Cuando Ricci murió, la misión de China contaba con ocho misioneros y ocho jesuitas chinos, que trabajaban en cuatro comunidades y una misión. Había también unos 25.000 cristianos. Los chinos le recuerdan como “el hombre sabio de occidente”, e historiadores de renombre mundial, como el profesor Wolfgang Franke, le han considerado “el puente cultural más sobresaliente de todos los tiempos entre China y Occidente”.