Un viaje misionero por la selva de la hermana Adelina Gurpegui

  • On 14 de junio de 2018

OMPRESS-BOLIVIA (14-06-18) La hermana Adelina Gurpegui Goicoechea es Hija de la Caridad. Esta navarra, enfermera y fisioterapeuta, es misionera desde hace 30 años en Bolivia, tras haber pasado por Haití. Escribe desde el TIPNIS (Territorio indígena Parque Nacional Isiboro-Secure), al norte de Cochabamba, una zona de increíble belleza natural, contando lo que ha sido un viaje en canoa. En su relato reconoce que “las fotos no dicen nada, quedan bonitas, pero la realidad y vida son muy diferentes, cada paso podría ser una historia”.

Su relato empieza en un internado, en Katery, “en medio de la selva, donde hay 80 jóvenes, desde secundaria hasta terminar técnico superior en agropecuaria”. Luego cuenta su viaje a Trinidacito. Dista de Katery, unos 35 Km. Voy con el padre a celebrar su fiesta patronal. Hemos tardado 4 horas navegando en canoa con un pequeño motor. Imposible contar el viaje”. El paisaje es idílico, reconoce la misionera, con numerosos animales. “En la fiesta, realizan todas las ceremonias y rezos que les enseñaron los jesuitas, a pesar de que hace 4 siglos que fueron expulsados. Bailan los macheteros con sus grandes plumajes, pasan la noche velando al santo, con sus oraciones y bailes alternando”. Prosigue su viaje, comentando cómo se destruye la naturaleza y el modo de vida de estas comunidades: “es la actual lucha por la dignidad y el territorio. Con todo solo alcanza algunas comunidades, estas últimas no son beneficiadas en nada. Es mi actual misión. De verdad nada fácil. Pienso en los primeros gigantes o quijotescos misioneros y un desafío para mi edad”.

Después se dirigen a Nueva Trinidad. El viaje les lleva cuatro días con sus noches: “Nos ha tocado navegar en las noches cerradas, negras, con una linterna y bajo la lluvia. De verdad indescriptible, pero la mayor parte de mis rezos siempre van por esta maravillosa y valiente gente que nos lleva incansable por estos ríos conduciendo con un pequeño motor, sentados uno en cada punta de la barca de madera, bien atentos a esquivar troncos y ramas que a veces nos golpean, hacen entrar el agua y hay que sacar con una botella partida o una tutuma”. Cuenta que antes de esos cuatro días había llegado el “surazo”, con una bajada muy fuerte de temperaturas. Cuenta cómo se les rompió la hélice, cómo van pasando de comunidad en comunidad, Dulce Nombre, Villanueva… La acogida de la gente humilde en medio de la lluvia. Medicinas, fideos, pescado… Tras muchas penalidades llegaron a Nueva Trinidad.

“Solo puedo dar gracias a Dios por la fe de nuestros indígenas”, dice la hermana Adelina, “que sobrepasa la mía, su respeto y cariño, que nos ven enviados de Dios, a pesar de lo que somos. He orado en el camino como nunca, sobre todo por ellos”.

 

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