Susurrar el Evangelio más allá de cualquier frontera

  • On 6 de octubre de 2025

OMPRESS-ROMA (6-10-25) El cardenal Giorgio Marengo, Prefecto Apostólico de Ulán Bator, en la lejana Mongolia, explicaba este fin de semana, en el Jubileo del Mundo Misionero celebrado en Roma, con ese verbo, “susurrar”, lo que significa llevar el fuego del amor de Cristo y del Evangelio hasta los confines de la tierra.

El sábado por la tarde, como una de las actividades centrales del Jubileo, tuvo lugar en la Pontificia Universidad Urbaniana el Encuentro Misionero Internacional “La Missio ad gentes hoy: Hacia nuevos horizontes”, organizado por el Dicasterio para la Evangelización y las Obras Misionales Pontificias. En su intervención en este Encuentro, el máximo responsable de la Iglesia católica en Mongolia recordaba que en 1998, escuchó, en el Sínodo Especial para Asia un arzobispo indio, el saleisano Thomas Menamparampil, queriendo resumir la Iglesia en Asia, habló de “susurrar el Evangelio al alma de Asia”. Muchos de los que le oyeron sintieron que “había logrado sintetizar la esencia de la misión y su naturaleza multifacética en una imagen sumamente evocadora”, explicaba el cardenal Marengo. “El corazón de la misión es, sin duda, el Evangelio”, porque, señalaba, “la misión de la Iglesia es, siempre y en todo lugar, ofrecer a todos la oportunidad de conocer a Cristo y su Evangelio. Este tesoro está destinado al corazón, a lo más profundo y misterioso de la persona. Por eso susurramos: es un acto delicado, requiere confianza, presupone una relación de amistad sincera…”.

Susurrar el Evangelio nace del corazón y se dirige al corazón, decía el Misionero de la Consolata. “María Magdalena corre a informar a los discípulos del sepulcro vacío y de su encuentro con el Resucitado; los corazones ardientes de los discípulos de Emaús anhelan compartir la alegría del Caminante que ha disipado la oscuridad de su decepción. Existe, pues, un anuncio ad intra que anima a la primera comunidad creyente y la sostiene en todas partes y siempre, hasta nuestros días. Pero también surge inmediatamente un anuncio ad extra, tal como el Resucitado pidió a los Once: «Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura» (Mc 16,15; cf. Mt 28,19-20)”.

Por eso, explica que en el contexto del Jubileo del Mundo Misionero, “es importante retomar el don de la gracia y la consiguiente responsabilidad de anunciar el Evangelio a quienes aún no lo conocen. Esta es la naturaleza específica de la llamada Missio ad Gentes, que sigue siendo válida y necesaria hoy en día”.

Haciendo referencia al lugar de su intervención, el cardenal Marengo decía: “Es oportuno que digamos esto aquí, en la Pontificia Universidad Urbaniana, heredera del antiguo Colegio Urbano, fundado en 1627, precisamente para dar cuerpo al compromiso con la educación y la investigación científica que exige la misión. No está de más recordar aquí que la Sagrada Congregación para la Propagación de la Fe nació precisamente para reinstaurar en el corazón de la Iglesia la noble tarea de proclamar el Evangelio donde aún no se conocía”.

Un compromiso misionero que ha visto purificando por el Magisterio del último siglo: “Así, vislumbramos una línea magisterial que comienza con la Constitución Conciliar Ad Gentes, pasa por la ya mencionada Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi de San Pablo VI, y es confirmada por San Juan Pablo II con la Encíclica Redemptoris Missio. Esto se aclara aún más en los documentos de la Congregación para la Doctrina de la Fe, especialmente la Declaración Dominus Jesus de 2000 (firmada por el entonces cardenal Joseph Ratzinger) y la Nota Doctrinal sobre Algunos Aspectos de la Evangelización de 2007; la Exhortación Apostólica Postsinodal Verbum Domini del Papa Benedicto XVI (2010) contiene un claro estímulo a la importancia de la misión ad gentes, subrayando su importancia esencial; finalmente, la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium del Papa Francisco viene a confirmar y, al mismo tiempo, a revitalizar la inalterada dedicación de la Iglesia al anuncio gozoso del Evangelio, colocado de nuevo en el centro de la vida y la misión de la Iglesia, incluso en su organización central, como se reafirma en la Constitución Apostólica Praedicate Evangelium (2022)”.

No obstante, esta ha sido “la experiencia de la Iglesia desde sus inicios. San Pablo no podía entender su vocación fuera del anuncio: «¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!»”. Además “fue precisamente a esto a lo que los primeros creyentes, guiados por los Apóstoles, se sintieron llamados a compartir la alegría del Evangelio. Lo habitual era interactuar con quienes desconocían por completo a Jesucristo, y de ahí nació y arraigó la convicción amorosa de querer darlo a conocer”.

Por eso reavivar la misión ad gentes hoy significa “partir de aquí, con amor y sensibilidad, con el deseo de susurrar el Evangelio al corazón de cada persona y de cada cultura. Este compromiso amoroso por comunicar el Evangelio despierta una sincera pasión por las culturas y un riguroso compromiso por descifrarlas, captando sus rasgos más esenciales. A lo largo de los siglos, nos habíamos acostumbrado a un contexto de amplio conocimiento del cristianismo; ¡dos mil años de misión no son poca cosa! Sin embargo, aunque sea de forma limitada, hoy en día siguen existiendo situaciones en las que Cristo y su Evangelio aún son desconocidos, y las oportunidades concretas de interactuar con ellos son escasas, debido a la falta de testigos sobre el terreno. Es en estas situaciones donde se vive principalmente la misión ad gentes”. Se trata, explicaba el cardenal Marengo, de •estar presente donde la Iglesia visible aún no está presente o lo está de forma incompleta”.

Por otro lado, “el testimonio de los creyentes de las primeras generaciones tiene algo único y contagioso, como señalan periodistas y escritores que recogen sus voces. En el caso de Mongolia, el reciente éxito del libro de Javier Cercas, ‘El Loco de Dios en el Fin del Mundo’, es bastante emblemático. Un reportaje aún más directamente relacionado con el testimonio de los primeros católicos en Mongolia es el de Marie-Lucile Kubacki De Guitaut, en su libro ‘Jesús en Mongolia’”.

Contaba dos ejemplo de estos testimonios de los creyentes de primera generación: “Otgongerel Lucia es un ejemplo brillante: nació con una grave discapacidad física (ausencia de las partes terminales de las extremidades superiores e inferiores), y una vez que abrazó la fe, se dedicó a iniciativas caritativas, primero como voluntaria y luego como empleada a tiempo completo. Actualmente, dirige la Casa de la Misericordia en Ulán Bator, un centro inaugurado por el Papa Francisco en 2023 y dedicado a personas necesitadas, ofreciéndoles comida, atención médica y asesoramiento”. También estaba el ejemplo de Enkhtuvshin Agostino, “el único artista católico mongol. Obtuvo un doctorado en escultura en la Academia de Bellas Artes de Moscú y, al regresar a su patria, comenzó a colaborar con los primeros misioneros católicos que habían llegado entretanto. En su docencia universitaria y a través de su producción artística, ofrece importantes perspectivas para compartir la fe”.

Y es que “susurrar el Evangelio al corazón de una cultura fomenta una evangelización discreta y detallada, consciente de que su dinamismo es de atracción más que de proselitismo. La profundidad, como concepto central de la misión, se vislumbra a través de sus líneas. Todo un mundo cultural abierto al Evangelio requiere de delicadeza, de paciencia y, sobre todo, de la profundidad que la dimensión orante y contemplativa es capaz de preservar”.

Incluso en la misión ad gentes los misioneros pueden caer en un activismo que se resuma en una serie de “cosas que hacer”, advertía el cardenal misionero. Pero, en realidad, “evangelizar es algo decididamente más profundo y aún más hermoso. Es vivir nuestra relación personal con Cristo a un nivel tan vital que luego se extiende a nuestra vida cotidiana, sea cual sea. Por lo tanto, nuestras experiencias pueden ser muy variadas, pueden (y en algunos casos deben) incluso cambiar, siempre que en nuestro interior exista esa relación viva con Cristo, el único Sumo Sacerdote, el único Pastor verdadero, el Hermano universal. Si falta esta dimensión, somos verdaderamente dignos de lástima. ¡Qué vida tan miserable sin ese fuego!”.

A lo largo de la historia de la evangelización, han abundado los ejemplos de hombres y mujeres que vivieron así, con esta profundidad: “A menudo, el mundo ni siquiera los reconoce hasta después de su muerte; Pero su sacrificio ayudó a que la semilla del Evangelio creciera silenciosa y eficazmente en muchos países, incluso en medio de conflictos y persecuciones. En tiempos tan inciertos, plagados de densas nubes de odio entre los pueblos, vale la pena recordar el ejemplo del beato Pierre Claverie, OP, obispo de Orán, Argelia, un mártir”. Recordó, para terminar su intervención, las palabras de una de las homilías de este beato: “Estamos allí gracias a este Mesías crucificado. ¡Por ninguna otra razón, por ninguna otra persona! No tenemos intereses que defender, ninguna influencia que mantener… No tenemos poder, pero estamos allí como junto al lecho de un amigo, un hermano enfermo, en silencio, tomándole la mano, secándole la frente. Por Jesús, porque es Él quien sufre, en esa violencia que no perdona a nadie, crucificado de nuevo en la carne de miles de inocentes. […] ¿Dónde debería estar la Iglesia de Jesús, que es en sí misma el Cuerpo de Cristo, si no es allí, ante todo? Creo que está muriendo precisamente porque no está lo suficientemente cerca de la cruz de Jesús… La Iglesia se equivoca y engaña al mundo cuando se presenta como un poder entre otros, como una organización, incluso humanitaria, o como un movimiento evangélico espectacular. Puede brillar, pero no arde con el fuego de Amor de Dios”.

Comparte esta noticia en: