Sesenta años de sacerdocio y misión en Japón
- On 20 de marzo de 2025
OMPRESS-JAPÓN (20-03-25) El padre Pierre Perrand partió en 1965 como misionero a Japón. Era miembro de las Misiones Extranjeras de París, la venerable institución que ha enviado cientos de misioneros a Asia, sobre todo a Japón y al sureste del continente.
El padre Perrand escribe para recordar sus sesenta años como sacerdote y misionero en Japón pero, sobre todo, cómo llegó la Juventud Obrera Cristiana, la JOC, a Tokio, una institución a la que ha dedicado la mayor parte de su vida misionera. La JOC nació en Bélgica en 1912 fundada por un sacerdote de familia obrera, con el objetivo de educar y evangelizar a la juventud de clase trabajadora, sobre todo a aquellos que se encuentran en una situación de precariedad económica, personal o social. Desde Bélgica se extendió a muchos países del mundo, como a España, donde llegó en 1932.
“En 2024-2025, celebraré tres hitos”, cuenta el padre Perrand en una carta que han compartido las Misiones Extranjeras de París, “el quincuagésimo aniversario de la Casa de los Jóvenes Trabajadores en Tokio con la Juventud Obrera Cristiana (JOC), el sexagésimo aniversario de mi ordenación y destino en Japón, y los sesenta años de capellanía en la JOC en Japón. También será el centenario del nacimiento de la JOC Internacional, creada en el suburbio de Laeken, en Bruselas, por el padre Cardijn y tres jóvenes trabajadores belgas.
Con motivo del cincuentenario de la Casa JOC en Tokio, en octubre de 2024, aquí tenemos un mensaje de una religiosa, Sor Kimiko del Niño Jesús: ‘Para nosotros, los adultos, un año siempre será un año, como lo es para cualquier niño. Pero el crecimiento de un bebé en un año es tal que cualquiera que lo observa no puede evitar pensar: ¡es increíble cuánto ha crecido!’. A primera vista, este bebé solo llora y succiona el pecho de su madre, pero con el tiempo gatea y camina usando ambas manos. Han pasado ya cincuenta años desde que se fundó la Casa de los Jóvenes Trabajadores, administrada por la JOC de Tokio. No sé cómo era el panorama cuando los jóvenes empezaron a organizar esta casa. Debió de parecerse a los primeros pasos vacilantes de un bebé que descubre la vida. Estoy seguro de que un gran número de jóvenes celebraron el nacimiento de este espacio, aprendiendo a caminar juntos, a organizarse y a crecer.
Recientemente, siete miembros del actual JOC vinieron a pasar un tiempo en nuestra comunidad. Compartieron con nosotros sus retos y descubrimientos, lo que fue importante. Para ellos, las riquezas a lograr son ‘la amistad, las buenas relaciones, así como su deseo de compartir con los jóvenes vietnamitas, birmanos y filipinos, cada vez más numerosos, que vienen a trabajar a Japón’. A través de su testimonio, comprendimos que la JOC se esfuerza por ayudar a los jóvenes trabajadores a alcanzar sus deseos más profundos: vivir con dignidad y construir una nueva sociedad. Una sociedad donde la ayuda mutua y la hermandad sustituyan a la mera competitividad.
Deseo orar para que ‘Jesús, que es el camino, la verdad y la vida’ acompañe a cada uno de vosotros en la próxima etapa de vuestro camino; que vuestros deseos más profundos se cumplan y surja entre vosotros la fuerza necesaria para construir esta nueva sociedad. En nombre de toda mi comunidad religiosa, comparto hoy vuestra alegría y os apoyaré en la oración.
El segundo aniversario del que hablo es el de mi ordenación en 1965 por Mons. Jean Vilnet, obispo de Saint-Dié en los Vosgos. Ya han pasado sesenta años. Poco después partí hacia Japón, el lugar de misión que me fue confiado. Después de un año y medio de estudio del japonés en Tokio, marché hacia mi destino final: Hakodate, una ciudad de 250.000 habitantes situada en el extremo norte de Japón, en la isla de Hokkaido.
Durante mis estudios de idiomas, tuve el placer de conocer a un grupo de montañismo, formado por algunos miembros de la JOC de la parroquia de Tokuden (Tokio), cuyo sacerdote, Constant Louis, era un ferviente capellán de la JOC. Estos jóvenes me ayudaron a expresarme con el poco japonés que sabía. Estuvieron atentos a mis experiencias y deseosos de ayudarme a dar mis primeros pasos en este nuevo mundo que es Japón. Fue una experiencia inolvidable, que marcó mi vida como misionero. Entendí que el misionero es el que escucha lo que el otro intenta expresar. Poco a poco se va convirtiendo en amigo de aquellos a quienes es enviado. Estos jóvenes rápidamente me llamaron por mi nombre, y no por mi posición, lo que suele ser la norma aquí.
La vida en la JOC era la rutina diaria de mi misión, primero en Hakodate, luego en Sapporo con el padre Jules Raud. Después de siete años de permanencia en la JOC Internacional en Bruselas, volví de nuevo a Sapporo, antes de ir finalmente a Tokio, a petición de antiguos miembros de la JOC que querían relanzar un grupo en la capital. De hecho, la JOC había desaparecido por falta de dirigentes y capellanes motivados.
Mi vida de cristiano y misionero, o simplemente mi vida de discípulo de este Jesús a quien amo por encima de todo, está indisolublemente ligada a estos sesenta años de presencia en Japón. Los jóvenes me ayudaron a descubrir el verdadero significado de ‘ser misionero’. Ha sido una vida de felicidad, vivida con pasión.
El tercer aniversario marca el centenario del reconocimiento de la JOC por el episcopado de la Iglesia en Bélgica en 1925 y por el Papa Pío XI. Fundada en 1912 por Joseph Cardijn, entonces un joven vicario en la parroquia de Leaken, en Bruselas, el movimiento se ha extendido por los cinco continentes. Ha pasado por muchos desafíos, y he sido testigo de los altibajos de su crecimiento, así como de las dificultades internas y externas que todo movimiento vivo debe enfrentar. Cardijn, que llegó a ser obispo, influyó enormemente en los padres del Concilio Vaticano II con su método de trabajo ‘Ver, Juzgar, Actuar’, que fue menos enfatizado durante los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, pero que ha sido restablecido por el actual Papa Francisco.
Delegaciones de todo el mundo se reunirán en Bruselas para celebrar este centenario, del 1 al 7 de mayo de 2025. Este evento será un momento de intercambio, de alegría y el punto de partida de una nueva etapa. La delegación japonesa estará formada por treinta jóvenes trabajadores.
Sin embargo, no todo el mundo puede permitirse pagar su billete de avión o su alojamiento en Bruselas. Para apoyar este gran encuentro, que quiere ser una fiesta rica en recuerdos y celebraciones, así como un momento de renovación en su compromiso en la construcción de un mundo nuevo, el del Reino de Dios, las congregaciones religiosas locales, las parroquias, compañeros misioneros y las Misiones Extranjeras de París ofrecerán su ayuda”.