Ser misioneros con un afecto inagotable hacia cada uno de nuestros hermanos

Ser misioneros con un afecto inagotable hacia cada uno de nuestros hermanos

  • On 28 de junio de 2024

OMPRESS-ROMA (28-06-24) El Papa Francisco recibía ayer a los participantes en el Capítulo General de los Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús, también conocidos como padres Reparadores y Dehonianos, por su fundador el padre León Dehon. Les ha animado a seguir su misión con la misma fe y la misma generosidad que hasta ahora. Con un carácter muy misionero, desde el momento de su fundación los sacerdotes del Sagrado Corazón partieron para América, Asia y África. En este último continente en la actual República Democrática del Congo, fueron asesinados nada menos que 25 misioneros dehonianos durante el año 1964, dando testimonio con su sangre de que no abandonarían a las comunidades que se les habían confiado.

A los participantes en el que es el XXV capítulo de esta congregación, el Papa les recordaba cómo el venerable León Dehon, su fundador, unía estrechamente la “consagración religiosa y el ministerio al ofrecimiento de reparación del Hijo, para que todo, a través de su Corazón, vuelva al Padre”. Añadía que “todos, sea personal como comunitariamente, tenemos o tendremos momentos difíciles: no hay que asustarse. Los apóstoles han tenido muchos. Pero hay que estar cerca del Señor para que se haga la unidad en los momentos de tentación. Y para que esto ocurra, tenemos necesidad de hacerle espacio, con fidelidad y constancia, acallando en nosotros las palabras vanas y los pensamientos fútiles, y llevando todo ante Él”. Porque, insistía el Papa Francisco, “sin oración no se avanza, no se está en pie: ni en la vida religiosa, ni en el apostolado. Sin oración no se logra nada”.

Planteaba después la pregunta: “¿Cómo ser misioneros hoy, en un tiempo complejo, marcado por grandes y múltiples desafíos?”. La respuesta y “el secreto de un anuncio creíble, de un anuncio eficaz”, no es otro que dejar que “la palabra ‘amor’ se escriba, como Jesús, en nuestra carne, es decir, en la concreción de nuestras acciones, con tenacidad, sin detenernos ante los juicios que azotan, los problemas que angustian y las maldades que hieren, sin cansarnos, con un afecto inagotable hacia cada hermano y hermana, en solidaridad con Cristo Redentor en su deseo de reparación por los pecados de toda la humanidad. En solidaridad con Él, crucificado y resucitado, que frente a los que sufren, a los que se equivocan y a los que no creen, no nos pide juicios, sino amor y lágrimas por los que están lejos, y al mismo tiempo nos promete una paz que nos salva de toda tormenta. El venerable Dehon comprendió todo esto y lo vivió hasta el final, como lo demuestran las últimas, sencillas y hermosas palabras que os dejó en su lecho de muerte: «Por Él viví, por Él muero. Él es mi todo, mi vida, mi muerte, mi eternidad»”.

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