Ser misionero, “la labor más misteriosa y maravillosa”
- On 17 de abril de 2023
OMPRESS-ROMA (17-04-23) Este sábado el Papa Francisco se reunía con fieles llegados de la diócesis italiana de Crema, para recordar al misionero Alfredo Cremonesi, mártir en Myanmar. A través de la figura de este misionero y sus escritos, el papa Francisco recordó el ejemplo de vida de los misioneros.
“Este encuentro nuestro fue planeado hace algún tiempo, tras de la beatificación del padre Alfredo Cremonesi, nativo de Crema, misionero y mártir en Birmania, ahora Myanmar. Como sabéis, esta es una tierra atormentada que llevo en el corazón y por la que os invito a orar, implorando a Dios el don de la paz”. Con estas palabras recibía a los participantes de la peregrinación de la diócesis de Crema, en el Aula Pablo VI del Vaticano. Un encuentro aplazado por la pandemia, ya que iba a tener lugar tras la beatificación del misionero en octubre de 2019.
“Del padre Alfredo llama la atención la tenacidad con que ejerció su ministerio, entregándose sin cálculo y sin reserva por el bien de las personas a él confiadas, creyentes y no creyentes, católicos y no católicos. Un hombre universal, para todos”, subrayó el Papa, destacando cómo este misionero ha encarnado las virtudes de su tierra, de la misma tierra que los presentes: “la piedad robusta, el trabajo generoso, la vida sencilla y el fervor misionero. Sembró comunión, sabiendo adaptarse a un mundo completamente nuevo para él y haciéndolo suyo, con amor. Ejercitó la caridad especialmente con los más necesitados, encontrándose varias veces sin nada, obligado a mendigar. Se dedicó a la educación de los jóvenes y no se dejó intimidar ni desanimar por las incomprensiones y las oposiciones violentas, hasta la ráfaga de ametralladora que lo mató. Pero incluso esta violencia extrema no detuvo su espíritu y no silenció su voz”.
El Santo Padre recordaba el ejemplo de los misioneros que hoy siguen las huellas bel beato, como el padre Andrea Mandonico y el padre Pierluigi Maccalli, secuestrado durante dos años en Níger y Mali. Añadió no obstante que la tarea misionera, citando palabras del beato Alfredo que recuerdan algunas características importantes del misionero, “la humilde conciencia de ser un pequeño instrumento en las grandes manos de Dios; la alegría de realizar una ‘labor maravillosa’ haciendo que hermanos y hermanas encuentren a Jesús; el estupor ante lo que el Señor mismo hace en quien lo encuentra y lo acoge. Humildad, alegría y estupor: tres bellísimos rasgos de nuestro apostolado, en cada condición y estado de vida”. Por eso, exhortaba el Papa Francisco “a cultivar la comunión, entre las personas y entre las comunidades, en la ayuda mutua, en la colaboración, también en la apertura a nuevas vías, en un mundo que cambia cada vez más rápido”. Y añadía: “No tengáis miedo de traducir los valores antiguos a lenguajes modernos, para que puedan llegar a todos, y para que todos puedan saborearlos y disfrutar sus beneficios”. El Papa Francisco concluía la audiencia con algunos consejos, como tratar “de ser siempre acogedores e inclusivos con quien llama a vuestra puerta; de cuidar especialmente la educación de los jóvenes, ayudándoles a ‘sacar’ lo mejor de sí mismos y a encontrar el proyecto de Dios en su vida, haciéndolo una misión, con pasión. No os olvidéis de los ancianos, de los más débiles, especialmente de los pobres y enfermos; les invito a escucharlos, porque hay mucho que aprender de quien sabe lo que es la vida, el cansancio y el sufrimiento. Finalmente, en una tierra rica y hermosa como la vuestra, que podáis ser modelos de custodia respetuosa de la creación, de sobriedad en el uso de sus frutos y de generosidad en compartirlos”.
Alfredo Cremonesi nació en Ripalta Guerina, en la provincia de Cremona y diócesis de Crema, en 1902. Ingresó al seminario diocesano, pero en sus años de secundaria cayó gravemente enfermo de una terrible enfermedad linfática en la sangre. Una vez curado, seguro de que la patrona de las misiones, Santa Teresa del Niño Jesús había intercedido por él, entró en el Seminario para las Misiones Extranjeras de Milán en 1922. En 1925 ya era misionero en Birmania, la actual Myanmar. En la zona montañosa de Donoku vivió cerca del pueblo todos los dolorosos acontecimientos que sufrió el país, incluida la ocupación japonesa y la guerra. Sufrió hambre, soledad, desesperación… la misma que sufría el pueblo birmano en aquellos años, pero, como escribió en una carta: “estoy vivo. Es esta una gran gracia, tras haber afrontado la muerte casi cada día. El Señor me ha protegido visiblemente”. El 7 de febrero de 1953, las tropas del gobierno llegaron a Donoku, en medio de los enfrentamientos con los rebeldes. Acusaron al padre Alfredo y a los habitantes de la aldea de favorecer a estos últimos. El misionero intentó defender la inocencia de su gente, con la que tanto había vivido, pero recibió un disparo mortal, con fuego de ametralladora. Su cuerpo fue enterrado en el cementerio de la misión.
Un texto de sus escritos, citado por el Papa Francisco, decía: “Nosotros los misioneros no somos nada. La nuestra es la labor más misteriosa y maravillosa que se le da al hombre, no de hacer, sino de ver: guiar a las almas que se convierten es un milagro mayor que cualquier milagro”.