Ser contemplativo en una misión en Etiopía

  • On 27 de febrero de 2025

OMPRESS-ETIOPÍA (27-02-25) El misionero Paul Schneider, sacerdote de Getafe, escribe de nuevo desde su misión de Lagarba en Etiopía. Próximo a cumplir ocho años desde su llegada al país, habla de la vida contemplativa y de cómo su misión es un lugar ideal para vivirla.

“Estáis, como siempre, en mis oraciones y, en mi día a día, mi mayor ofrecimiento y privilegio es la Eucaristía. La ofrezco por todos, por los de aquí y los de allí, grandes y pequeños, ricos y pobres, por los creyentes y por los que aún no conocen a Dios. Porque Jesús es nuestra única esperanza, y la oración de su esposa la Iglesia es el diálogo vivo con Él. ‘El Espíritu Santo y la Esposa dicen Maranatha – Ven, Señor Jesús’ (Ap 22, 17-21).

Si no escribo más no es porque no tenga cosas que contaros, tengo cien. Ayer despedí a mi hermana Teresa y a su marido que me estuvieron visitando unos días, y se volvían a Michigan. Los monaguillos de mi foto de perfil son sus hijos. Aunque siempre estoy enredado con varios proyectos materiales, de ayuda económica a familias o de construcción, de un tiempo para acá el Señor también está poniendo en mi corazón un mayor anhelo de intimidad con Él. En realidad nunca estamos lejos de Él, pues ‘en Él vivimos, nos movemos y existimos’ (Hch 17, 28). La conversión es un cambio de mentalidad que, si bien no te desapega de lo material, te hace tomar una postura diferente. Usas mejor la creación, tienes una sabiduría respecto a la naturaleza, muchas ansiedades remiten. Cuando Dios es lo principal, relativizas muchas cosas, como qué vas a comer o cómo vas a vestir. Tu prioridad es conocerle más, amarle de veras, hacer Su voluntad y tratar mejor a los que tienes cerca.

Hay algo en la vida de la misión aquí en África que me está llevando a considerar la vida monástica, la experiencia contemplativa. En septiembre se cumplirán 8 años de mi venida, y puede que esta consideración sea algo pasajero, o que se concrete en una forma particular en un futuro. Para este discernimiento me encomiendo a San Benito, San Bruno, Rafael Arnáiz, Carlos de Foucauld, a todos los santos, a Nuestra Señora, y a vosotros.

Allá donde estemos –hoy, ahora–, todos los cristianos estamos llamados a ser contemplativos. En Betania (cfr. Lc 10, 38) Marta hacía una labor encomiable y valiosa sirviendo a Jesús, pero su hermana María escogió la mejor parte escuchándolo, sentada a sus pies. No era monja ni nada, era una mujer del pueblo. Pero conoció a Jesús, quedó enamorada, y ya nunca dejó de seguir al Maestro. Su corazón quedó cautivado. Yo, que antes nunca había prestado especial atención a este relato del Evangelio, ahora me parece que contiene un mensaje, una indicación para mí. Me entran ganas de irme al desierto, como Antonio y los Padres de Egipto, o como Carlos de Foucauld, para vivir sólo para Él, para ser totalmente suyo, sin las distracciones del presente.

Mi bella y rústica misión de Lagarba es ideal, tiene elementos de vida ermitaña, sin duda, pero a veces me parece que me he aclimatado hasta tal punto que las comodidades y la vanidad podrían llegar a ser un estorbo. Tal vez el Señor quiera llevarme al desierto, a un lugar nuevo. En cualquier caso, nada me preocupa, lo dejo en sus manos.

Mis profesores de Teología y formadores del Seminario me enseñaron a adorar, amar y servir a Cristo en todos los ámbitos: la intimidad del corazón, la vida de familia, el testimonio público, la Liturgia, la comunidad de creyentes, la evangelización y la caridad con los pobres, porque de ellos es el Reino. Se puede descubrir y conocer a Jesucristo en el rostro de los hermanos.

En los encuentros con mis vecinos y hermanos de Lagarba, quiero ser contemplativo. Aparte de que mis Misas y oraciones personales estén llenas de unción y de devoción –ese es mi deseo, ¡ay!– también quiero que todos los encuentros con mis buenos prójimos de aquí sean de una gran profundidad espiritual, y más de escuchar que de hablar por mi parte. De entrada, estamos en comunión, porque somos hijos de Dios. Hace falta algo de la inocencia del niño o la agudeza del filósofo para empezar de nuevo, asombrarse y aprender, hacer preguntas y contemplar. Al Dios invisible se llega por lo visible. Y luego lo visible y lo que se ha vivido se guarda en el secreto del corazón, como la Virgen – ‘María guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón’ (Lc 2, 19). La misión de la Iglesia es dar la ternura de una madre, como María, a un mundo herido, y anunciar el Evangelio es llevar la misericordia y el juicio definitivo de Jesucristo hasta los confines de la tierra. A todos los pueblos, lenguas y naciones.

En fin, aquí os he dejado una pequeña reflexión, ya en otro mensaje os compartiré historietas y aventurillas. Encomendad a Belen. Tendrá unos 7 años, y la he traído a Adís Abeba junto con su padre. La operan esta próxima semana de un nódulo que tiene bajo la ceja izquierda. Es una operación sencilla de cirugía maxilofacial, pero con anestesia total. Su padre es sacerdote ortodoxo de Lagarba, muy amigo mío”.

Hoy mismos, 27 de febrero, este misionero ha escrito: “La niña Belén acaba de salir ahora mismo de la operación, que ha sido un éxito. Había un grupo de médicos españoles. Gloria a Dios”.

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