Pascua Misionera del Migrante: “compartir risas, alegrías y saltos de valla…”

  • On 5 de abril de 2018

OMPRESS-CEUTA (05-04-18) Un grupo de jóvenes ha vivido esta Semana Santa la “Pascua Misionera del Migrante”. Organizada por los Misioneros Javerianos, esta “pascua” se ha vivido en Ceuta, en el Centro de Inmigrantes San Antonio de la ciudad autónoma. Una chica de Teruel que participó narra lo que ha significado para ella:

“Doce… el número resuena en mi cabeza, agudos martillazos, mi corazón se para y busco aire a mi alrededor. Nadie hace nada. Doce. No son importantes. No los han escuchado…

Soy María Ortín, una joven inquieta que buscaba vivir la Pascua de manera diferente. Había estado el verano anterior en Ceuta, en el Centro de San Antonio con Maite y el javeriano Rolando, compartiendo con inmigrantes africanos risas, alegrías, saltos de valla, historias y amistad. ¿Qué os puedo decir? Me enamoré de Ceuta y la humanidad con la que allí acogen al que sufre. Por lo que decidí irme esta Pascua allí ¿Qué mejor manera de estar junto a un Jesús sufriente que con aquellos que viven en sus mismas carnes la injusticia y dolor que Él mismo vivió?

Mi sorpresa fue encontrarme con que fueron ellos los que me acogieron a mí. Ellos, que venían de realidades tan duras que difícilmente podemos imaginar, consolaban a mí, a penas dañada mi alma. No me quito de la cabeza los oscuros ojos negros que tenía en frente, me miraban con una intensidad y amor con la que nunca antes me habían mirado. Mis lágrimas corrían a borbotones por mis mejillas pensando en mi escaso sufrimiento mientras esos ojos se apiadaban de mí ¿Cómo es posible tanta fortaleza en un hombre? Atravesó el desierto, perdió familiares, subió en una barca teñida de sangre, esquivó a la muerte… y aun así, sus ojos brillaban con tanta fuerza… sufría por verme a mí llorar. Su mirada me decía que no llorara más, que lo dejara ir, que él cargaba con mi pena.

Desde luego que vi a Jesús esta Pascua, pero no era yo la que lavaba los pies ni la que me sacrificaba por nadie. Eran esos ojos, pues no le importó su dolor particular y cargó también con el mío. Y, al igual que Jesús, nadie supo la magnitud de su sufrimiento y sacrificio pues, ojos como esos, mueren cada día en silencio.

Mientras yo volvía a casa en un confortable ferry un tanto mareada por el oleaje, una patera se hundía en las aguas del estrecho. Los noticieros de la mañana recitaron: ‘Doce personas mueren al intentar cruzar en patera’. El número resuena en mi cabeza como agudos martillazos, mi corazón se para y busco ayuda a mi alrededor, pero nadie hace nada… Mientras busco aire me viene a la mente las bocanadas inertes que ellos no pudieron dar y se ahogaron en el mar de la indiferencia, porque aquí nadie más ha escuchado la noticia… y entonces lloro, pero ya no están esos ojos para consolarme ni llevarse mi tristeza…

La muerte de un europeo tiene importancia, se protesta, se llora, nos indignamos… ¿Por qué no tiene la misma valía la de un africano? ¿Por qué la gente sigue su camino? En el mejor de los casos, de los más empáticos, se escucha un ‘pobrecillos, qué injusticia’ pero seguimos con nuestra rutina; poco podemos hacer, nos decimos.

No quiero negarlos, ni una, ni dos, ni tres veces. Quiero alzar la voz por aquellos doce que murieron en silencio, quiero ser su voz. Porque ahora sé dónde está Él, he visto su cruz en sus historias de sufrimiento, de pérdidas, de superación y quiero ayudar a levantarla como vosotros habéis hecho conmigo esta Pascua. Porque eso es el significado de ser cristiana. Gracias hermanos por enseñármelo, por ayudarme. Os llevo a todos en mi corazón. Os quiero. Afortunadamente de esos doce… uno sobrevivió”.

 

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