Padre Maccalli: “incluso con cadenas era misionero”
- On 21 de octubre de 2020
OMPRESS-ITALIA (21-10-20) En la primera entrevista concedida por el padre Maccalli, tras su liberación después de dos años de secuestro, el misionero de la Sociedad de Misiones Africanas describe ese periodo como una etapa “de gran silencio, tristeza y aislamiento”. El 8 de octubre llegó la tan esperada noticia desde hace más de dos años: el padre Gigi Maccalli ha sido liberado en Mali. El misionero perteneciente a la Sociedad de Misiones Africanas (SMA) fue secuestrado la noche del 17 de septiembre de 2018 en la misión de Bomoanga, en Níger, casi en la frontera con Burkina Faso, por un grupo armado. Tras el secuestro, el padre Pier Luigi Maccalli, ahora en cuarentena en su pueblo natal, Madignano, ha relatado a SIR, la agencia de noticias de las Conferencia Episcopal Italiana, como vivió este verdadero calvario.
“Al principio pensé en un atraco a mano armada”, cuenta el misionero. “Cuando les pregunté quiénes eran al día siguiente, dijeron que podía llamarlos yihadistas o terroristas. No fue hasta día 40, tras haber llegado a las dunas del desierto del Sahara, cuando me hicieron un video diciéndome que había sido secuestrado por el Grupo de Apoyo al Islam y a los Musulmanes (en acrónimo Gsim) una organización nacida del Aqmi (Al Quaida au Maghreb Islamique)”. El padre Maccalli cuenta cómo al principio cambiaban de lugar, especialmente cuando escuchaban drones. “He cruzado un Sáhara con muchas caras (arena, arbustos, piedras) de sureste a oeste hacia Mauritania y luego de oeste a noreste hacia Argelia para terminar los últimos 7 meses entre las 3 fronteras Mali-Argelia-Níger en la zona de Kidal. Es una aproximación que nos hemos hecho nosotros, los secuestrados italianos (Luca Tacchetti, Nicola Chiacchio y yo) compartiendo nuestros conocimientos de esa zona geográfica”.
En cuanto a cómo ha vivido esta experiencia, el Misionero de la SMA reconoce que “la fuerza vino de arriba, estoy convencido. Lloré, recé e invoqué a María y al Espíritu Santo. Fueron dos años de gran silencio, tristeza y aislamiento”. Su mayor tristeza, reconoce, fue ver a jóvenes (sus carceleros y guardias) adoctrinados por vídeos de propaganda alabando la Jihad y la violencia. “Me sentí como un misionero fracasado, que siempre ha predicado y creído en la no violencia como camino hacia la paz y el desarrollo. Mi compromiso por la formación de niños y jóvenes que son la fuerza viva y dinámica de un África nueva o al menos diferente, de un África no encadenada por la corrupción y por tantas injusticias… sufrió un golpe, me he sentido derrotado”. Sobre el miedo a morir, explica que fue pasando conforme transcurrían los días. Aún así sufrió amenazas y “me di cuenta de que cada una de mis palabras y gestos podían leerse como una provocación”.
“No pude celebrar la Eucaristía, ni leer la Palabra de Dios, estaba despojado de todo y a veces encadenado, pero no lo estaba mi fe”, añade el misionero. “Pasé la noche oscura y varias veces clamé a Dios con Jesús en la cruz: Padre, ¿por qué me has desamparado?” Era un pasaje pascual, pero ahora he resucitado y puedo cantar con el Salmo 125: Cuando el Señor rompió nuestras cadenas fue como un sueño, todas las bocas estallaron en gritos, los himnos florecieron en todas las gargantas”.
Preguntado sobre la importancia que tiene la realidad misionera en estas tierras, el padre Maccalli explicaba que “la misión es testimoniar la fraternidad en la vida cotidiana. Construyendo puentes de hermandad universal. La misión es combatir la ignorancia y el analfabetismo con las armas del diálogo y la no violencia, con humildad y paciencia. Lo que el hombre humaniza, Dios diviniza – dijo François Varillon -, este es mi credo misionero”.
En cuanto si va a volver a una misión, reconocía que “la misión no es una cuestión de geografía, sino del corazón. A mi fundador le encantaba decir: Sed misioneros desde el fondo del corazón. Esto es lo que siempre he intentado ser en África y en Italia en los 10 años de animación misionera que he realizado. La misión es el ser mismo de la Iglesia. Todos somos discípulos-misioneros, llamados y enviados. Incluso con cadenas yo era misionero; las cadenas me ayudaron a comprender mejor la Missio Dei. Pensaba que me habían robado dos años de vida y de misión, me he dado cuenta de que han sido dos años de fecundo ministerio en África e Italia que nunca me hubiera imaginado”.