Morir con el corazón puesto en la misión
- On 14 de marzo de 2025
OMPRESS-MADRID (14-03-25) Lilia Karina Navarrete nació en México, y el testimonio de una misionera en su parroquia encendió en ella la vocación desde muy corta edad. Estudió enfermería y, a pesar de que su madre lo desaprobaba, entró en las Misioneras Combonianas. Fue destinada a un hospital en Mozambique, donde vivió varias epidemias de cólera. Todo ello le preparó para su nuevo destino en Italia, en plena pandemia del covid-19, donde aprendió una de las grandes lecciones misioneras de su vida junto a las combonianas ancianas a las que cuidaba, que murieron por el virus con el corazón puesto en la misión.
P: Tras muchos años preparándote y deseando ir a la misión, entraste en las misioneras combonianas, y fuiste enviada a Mozambique. ¿Qué es lo que hacías allí? ¿Cómo se lleva a Dios en un hospital, en un territorio de misión?
Al llegar, como había necesidad en el hospital, entré a trabajar directamente, ya que yo soy enfermera de profesión. Y comencé a compartir un poco mi fe, pero en otra cultura, otras costumbres, otras tradiciones. La mejor manera de llevar a Dios es dejar que la gente vea que en nuestra acogida, en nuestro ser, en nuestro estar, Dios está presente. Porque no es que vayamos a trabajar sin más, sino a acoger y hacer que las personas se sientan en casa. Y, la verdad, creo que es mucho más lo que recibimos que lo que damos. Estando ahí, aprendiendo a conocer a la gente, me he dado cuenta de que yo también tenía muchísimo que aprender. Y que también tenía mucho que dar, no con palabras, sino con los actos.
Os cuento un ejemplo. Cuando llegué la primera vez al hospital me tocó ir a la maternidad a ver a una madre que estaba con su bebé recién nacido. Y cuando me aproximé a ella y me agaché sobre la cama para verla, la cruz que llevamos las misioneras siempre se movió. Entonces la señora la tomó en su mano, y me preguntó: ¿Qué es esto? A mí me sorprendió la pregunta porque en un ambiente católico como en el que nací, en un país donde todo mundo conoce a Dios aunque no crea, todo el mundo sabe que esto es una cruz y que el que está aquí es Jesús. Escuchar que alguien no sabe lo que es, me hizo darme cuenta de que nuestro estar ahí, más que hablar con palabras, es con nuestra vida, con lo que hacemos. Con estar con ellos, ya les hablaba de Dios… Para ellos es difícil entender que alguien deje su tierra, deje todo para ir a donde hay necesidad, para ir a lugares lejanos, para ir fuera de su familia… Entonces se dan cuenta de que no es por trabajo, sino que hay algo más que nos motiva a estar ahí.
P: Viviste un episodio con una epidemia también del cólera en el que estuviste a punto de dar la vida. ¿Puedes contárnoslo?
En una ocasión, en una pandemia que era frecuente cada año de cólera, sucedió que estaba muriendo mucha gente en la localidad. Desde el hospital queríamos ayudar llevando cloro en polvo a donde tenían los pozos de agua, donde cogían los baldes de agua para beber o lavar la ropa. Aun con el cloro que pusimos, la gente seguía muriendo, y la población empezó a pensar que éramos nosotros los que con el cloro llevábamos el cólera. Entonces se organizaron y decían que nos iban a matar, porque supuestamente nosotros queríamos acabar con ellos. Hablaron con los líderes y vinieron al hospital. Comenzaron a acercarse cantando, tocando tambores… Venía la gente armada, gracias a Dios solo con palos, con fuego, con lanzas… Si hubieran venido con armas de fuego hubiera sido peor. Y llegaron hasta el hospital. Muchos de los enfermeros se refugiaron en el hospital, que está distribuido en pequeñas casitas. Los llevamos a la parte de maternidad, y allí se refugiaron, y allí estaba yo con ellos. Mientras, la gente destruyó todo lo que estaba ahí: la cocina, el almacén, la dirección… Todo, todo, todo. Cuando llegaron a la maternidad yo me puse de pie en la puerta para evitar que entraran.
P: ¿Cómo pensabas hacerlo?
No sabía cómo lo iba a evitar, porque no estaba armada. No tenía nada más que una linterna para que vieran que era yo, porque había mucha oscuridad. Y me quedé ahí de pie, sin saber cómo iba a detenerles, pero ahí me puse. Ellos comenzaron a pasar y pasaban destruyendo todo lo que veían. Pero cuando llegaron a donde yo estaba, no hicieron nada, no me atacaron ¿Por qué? ¿Porque me tenían miedo? No, no lo creo. ¿Porque yo estaba armada? ¿Porque yo era valiente o les iba a hacer algo? No, porque no tenía nada en las manos. Estoy segura de que había una fuerza mucho más grande que yo, que me protegía y que me dio valor porque yo tenía miedo.
P: ¿De dónde sacaste las fuerzas para hacer algo así? Estuviste cerca del martirio.
Si me preguntas hoy si lo volvería a hacer, te diría que no. Yo estoy segura de que la oración de mi madre me protegió, y de toda la Iglesia que reza por la Iglesia perseguida, por la Iglesia que sufre, por los que están en peligro. Esas oraciones que de vez en cuando decís desde aquí, un Padrenuestro o un Ave María… Yo estoy segura de que eso fue lo que me dio la fuerza y lo que me protegió.
P: ¿Qué pensaba la gente de que permanecieras?
Una de las enfermeras, un poco enfadada, me dijo que por qué no me iba. Que ellos no podían huir porque su familia está allí, pero que yo podía irme. Me repetía: ¿Por qué no te vas? Y yo le dije: Sí, yo puedo irme. ¿Pero y si yo me voy, qué va a cambiar aquí? Si yo me quedo, tal vez no cambie nada, pero por lo menos saben que no están solos. Sí. Entonces nuestra presencia es una manera de decirles: Dios está contigo. Sí, Dios está contigo, Él no te abandona.
El Señor no me consideró en ese momento digna del martirio, y se lo agradezco porque yo tenía miedo, la verdad. Algunos años después, los fundamentalistas mataron a una de nuestras hermanas en esa misma comunidad donde yo estuve, aunque en ese momento yo me había ido ya a Italia.
P: En 2020 te cambian de destino y llegaste a Italia, y te encontraste con la pandemia del covid-19. ¿Cómo lo viviste?
Me tocó estar en una casa de hermanas ancianas y enfermas. Entonces éramos unas cincuenta y cinco, y la más joven después de mí tenía 84 años. Ya cuando comenzamos a escuchar que esta enfermedad atacaba mucho los pulmones de las personas ancianas y débiles, todas las hermanas sabían que si llegaba a nuestra casa el fin iba a ser la muerte. Eran conscientes, y antes de que comenzara la parte más dura, todas las hermanas se alegraban de que la pandemia hubiera azotado más en Europa. ¿Y si fuera en América Latina? ¡Señor, qué desastre! Otras decían, Si llega a África, ¿cómo va a ser? La gente no tiene nada, no hay oxígeno, no hay material… Nosotras tampoco teníamos ni material ni nada. Y sin embargo, las hermanas estaban preocupadas con lo que fuera a pasar en la misión, en África, en América. Les preocupaba porque conocían las condiciones de precariedad, porque sabían que esta enfermedad era muy fuerte y necesitaban recursos que no hay con facilidad.
P: Impresiona afrontar la muerte así, con el corazón en la misión
A mí personalmente me tocó mucho. Una hermana que tenía graves problemas del corazón y de los pulmones, antes de caer muy enferma, me llamó. Y vi que en su habitación tenía todo organizado, una parte del armario donde tenía ropa para Mozambique, otra para Cáritas, otra para los pobres de la parroquia y su familia…. Todo lo organizó porque ella sabía que iba a morir, pero antes de que le pasara o de quedar inconsciente, dijo: Esto va para los pobres. A mí me tocó mucho el hecho de que, aun sabiendo que podían morir, su preocupación era los que menos posibilidades tenían y qué podían compartir con ellos. Y me acuerdo de que hizo una carta que encontré después, en la que decía que si la pandemia se la llevaba, que daba muchas gracias a su familia…
Otras hermanas, cuando les daba de comer, en sus platos dividían la comida y decían: Esto dalo para los niños, esto vamos a mandarlo para los pobres… Lo que está ahí abajo de mi cama lo mandas a Uganda… Aun con oxígeno, perdiendo sus facultades, y sabiendo que les quedaba poco tiempo, su preocupación fue siempre por la misión donde ellas habían estado y con nombres, con rostros, con situaciones bien concretas. Eso a mí me llenó el corazón.
P: Qué curioso que una de las lecciones más misioneras que has podido vivir en tu vida fue en Italia, que no es un territorio de misión.
Aquí yo me di cuenta de que la misión va con nosotros y la llevamos en el corazón. El territorio es el lugar donde hacemos la misión. Pero la misión nos acompaña siempre. Porque nuestras elecciones, nuestras opciones y lo que hacemos es siempre pensando en la misión, en no desperdiciar comida porque hay gente que no la tiene, el no desperdiciar agua porque hay otros que tienen que caminar kilómetros, en agradecer porque tenemos médicos, porque hay otros lugares donde no los hay… Yo creo que el Señor quería que me diera cuenta de que la misión la tengo que vivir donde esté, y que mis experiencias me van a servir en cualquier lugar donde esté.