“Misioneros por el Mundo” en Tokio

“Misioneros por el Mundo” en Tokio

  • On 20 de abril de 2018

OMPRESS-TOKIO (20-04-18) El próximo domingo 22 de abril, Misioneros por el Mundo – el programa de TRECE, con la colaboración de OMP – presenta el testimonio de algunos de los 128 misioneros españoles que permanecen en Japón. Los más de 370.000 km2 de superficie que tiene el país son considerados por la Iglesia territorios de misión y son ayudados por Obras Misionales Pontificias (OMP). Pero, ¿cuál es el reto de los misioneros en este país “tremendamente rico” donde la gente parece no necesitar a Dios? Los misioneros presentan algunas de las pobrezas de esta sociedad opulenta.

La madrileña Beatriz Cavestany, misionera de Cristo Jesús es una “enamorada de Japón”; pero no está en Japón porque le guste su cultura, sino porque tiene “un contrato con Dios”. Hay otras españolas de Congregación en la comunidad de Nagareyama (Prefectura de Chiba): Ana María Díaz, de Santiago de Compostela; Montserrat Montagut Freixas, de Barcelona; y Magdalena Vicent González de Burriana (Castellón). En esta casa tienen grupos de alcohólicos anónimos, grupos de Catequesis, y un Jardín de Infancia. La mayoría de los niños no son católicos, aunque se les habla de Dios y aprenden a rezar, y a veces esa llamita enciende años después el interés por la Iglesia.

Ante el preocupante problema de los suicidios en Japón (unos 30.000 al año), Beatriz afirma que la gente necesita cariño y que se la escuche, para sentirse fortalecida. En la Prefectura de Chiba hay una residencia de mayores en la que la misionera visita a una anciana católica viuda a la que conoció en la parroquia. La soledad de los ancianos es otro de las grandes pobrezas de este rico país.

Beatriz vive con otras dos misioneras españolas de Cristo Jesús, ambas valencianas: Amparo Franco Burguera y Mª Antonia Sanz. Amparo trabaja con los refugiados asiáticos y africanos en el Centro de Migraciones. En 2016 solicitaron refugio casi 11.000 personas de las cuales sólo 29 pudieron regularizar su situación. La misionera confiesa que sigue en la misión porque “intenta responder pobremente a la llamada”. Mª Antonia cree que “la misión es tu país” (y eso que ella no quería ir a Japón y estuvo una semana llorando cuando la enviaron).

Entre las Adoratrices Esclavas del Santísimo Sacramento se encuentran tres religiosas ancianas: Mª Carmen Medina Arselene, una madrileña de 98 años; Cándida Flores Rosado, extremeña de 104 años; y Mª Victoria de la Cruz, una malagueña a la que no le pesan sus 110 años, porque es “tan feliz como hace 20 o 30 años. Entre los recuerdos misioneros centenarios estas religiosas citan el de recoger a “las chiquitas que andaban por la calle”, a las que primero le daban cariño para luego poder corregir. Estas ancianas misioneras afirman que misión les ha dado “alegría”. No hay duda, vemos a la hermana Mª Victoria tocando las castañuelas para celebrar que es la misionera española más longeva.

En el centro social de los jesuitas en Tokio, el jesuita salmantino Juan Andrés Vela ayuda a los inmigrantes a superar las barreras de la burocracia y el idioma. El padre “Ando Isamu”, que tiene nacionalidad japonesa desde hace 30 años, trabaja sobre todo en el apostolado es social, detectando los problemas de la sociedad para poder hacer una contribución a la Iglesia. Desde este centro se lucha por la abolición de la pena de muerte, que apoya el 86% de la población japonesa. También desde una escuela para inmigrantes (donde hay 25 niños y unos 30 adultos) el padre Ando enseña el idioma japonés a un grupo de inmigrantes (trabajadores filipinos), y les ayuda resolver sus papeles con Inmigración.

En la Universidad Católica de Sophia ‒que el Papa Pío X encargó construir a los jesuitas‒, espera el padre Vicente Bonet, de origen valenciano. El misionero reconoce la “peculiaridad” de la misión en Japón; un país donde la gente “no necesita a Dios, viven bien y además están muy ocupados, porque trabajan mucho, muchas horas y no tiene tiempo libre para pensar en Dios”. El padre Bonet llegó a Japón en los años 60, a un país pobre que había perdido la guerra y en el que había un poco más de apertura al cristianismo; esta apertura ha involucionado a medida que el país se consolidaba económicamente. No obstante, el misionero afirma que ese progreso no ha contribuido a solventar los problemas “psicológicos” de Japón. El sacerdote describe su misión diciendo que se trata de que la sociedad sea “cada vez más humana”, que redescubra el valor de la persona.

 

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