Misión es encontrar al otro, a la humanidad herida
- On 25 de octubre de 2022
OMPRESS-MADRID (25-10-22) Las Obras Misionales Pontificias han entrevistado a Pier Luigi Maccalli, el misionero que sufrió dos años de cautiverio en manos de un grupo yihadista en el Sahel africano. En esta entrevista revela su compromiso de ser testigo, como dice el lema del Domund, testigo de la fraternidad.
P: Acaba de publicar el libro “Cadenas de libertad”, ¿se sintió realmente libre siendo un hombre encadenado?
Puede parecer paradójico, pero fueron las cadenas las que abrieron en mí lo que yo llamo el espacio libre, el espacio del corazón. Fue mirando mis cadenas una tarde que me dije que mis pies estaban encadenados, pero mi corazón no. Entonces pensé en la pequeña Teresa. Ella, monja de clausura, patrona de las misiones. Y sin embargo, ha encontrado su espacio de ser en la Iglesia el corazón, el amor que late por las periferias del cuerpo. Me he dicho, haré yo también así. Seré misionero e iré con el corazón a los pueblos que antes visitaba a pie, en coche. Y entonces me he sentido libre y he recorrido estos caminos, y he llevado ante Dios las personas que tengo en el corazón. Nuestro fundador de la SMA, de la que yo soy misionero como miembro, decía también él esta expresión, que he entendido bien en aquella situación, ser misionero desde lo profundo del corazón. Este corazón libre ha sido mi manera de ser misionero.
P: ¿Cómo fue su oración durante el cautiverio? ¿Sintió que Dios le había abandonado?
Muchas veces he llorado en aquel desierto, he derramado lágrimas, he gritado, interiormente repetía las mismas palabras que dijo Jesús en la cruz, Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? No era una oración desesperada. Y me aferraba a sus palabras. Lo ha dicho Él. Lo has dicho tú, Jesús. Puedo también decirlo yo. Me he aferrado a estas palabras suyas y tomaba fuerzas, sabiéndome en profunda comunión con su sufrimiento y con su cruz. Esta ha sido mi manera de rezar y sinceramente he tenido momentos en los que me he sentido desconsolado, aislado, solo. Pero en esa soledad le decía a Dios: no me dejes. Al menos Tú, quédate conmigo. Este diálogo hecho de lágrimas, de gritos. Después de todo, las palabras no son la única forma de orar. Cuando una persona sufre, o grita o llora. Creo que ha sido también la oración de las lágrimas, que mi corazón ha derramado en aquel momento. Pero de confianza, siempre.
María y el Rosario eran mis oraciones diarias. Me hice un rosario de tela. Lo llevo siempre conmigo en la muñeca. Porque me mantiene en comunión con todos los rehenes. Rezo por la paz. Y continúa esta oración que ha sido para mí vivir en comunión con todos, con mi familia y mis comunidades, con todos los misioneros.
Y el detalle es que, luego, el 7 de octubre, fiesta del Rosario, y en Fátima María es honrada bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario. Ese mismo día, por la tarde, nos han anunciado que íbamos a ser liberados. Llegó aquel convoy de personas fuertemente armadas. Y el colega que conducía el auto cuando salió abrió los brazos y dijo: liberation, c’est fini.
Miré hacia lo alto. Estaba muy tranquilo porque tantas veces nos habían anunciado la liberación y no había tenido lugar. Saludé a las estrellas aquella noche, he rezado mi rosario y me siento en fuerte comunión con esta oración. Invito a todos durante este mes de octubre, a rezar el Rosario, a orar a María para sostener a quienes están pasando por momentos difíciles en nuestros hogares, en misión. Para sostener a todos los rehenes que están pasando por momentos de desánimo, por sus familias, como lo vi en mi familia. María me ha sostenido, ha sostenido a mi familia y le pido que sostenga a cuantos están sufriendo en este momento.
P: Usted ha venido a Madrid para recoger el premio “Pauline Jaricot” de las Obras Misionales Pontificias, que reconoce la vida y el testimonio de los misioneros. ¿Qué significa para usted recibir este galardón?
Estoy un poco sorprendido. No estoy a recibir premios, pero lo entiendo bajo esta óptica. La Iglesia es misionera por su propia naturaleza. Si quiero imaginar y pensar en la Iglesia me viene, como imagen bíblica, la tienda, la shekhinah, porque la tienda es una casa sin paredes. He visto tantas de ellas en el desierto, de estos tuareg. Sostiene el techo con tirantes, pero las paredes están abiertas al viento, al viento del espíritu. Creo que este premio invita a la Iglesia a centrarse en un rincón de la misión, especialmente Bomoanga, la zona donde yo he estado, pienso en Níger, pienso en todo el Sahel. Por tanto, es una oportunidad de decirles a todos los fieles cristianos, vivamos esta comunión concreta con una población concreta que está pasando por un momento difícil en esta coyuntura. Por lo tanto, este premio más que para mí es para ellos.
P: Usted ha cumplido de manera admirable el lema del Domund de este año, “Seréis mis testigos”, ¿qué puede decirnos para animarnos a ser testigos misioneros?
De esta desventura que he vivido, mi invitación es muy simple. No encadenemos nunca más a nadie. Las cadenas me han molestado, me han humillado, pero el misterio de la persona humana es mayor de lo que puede parecer, de lo que los mismos errores que las personas puedan también cometer. Todos somos personas heridas. Misión es encontrar al otro, a la humanidad herida, sabiendo que nadie nace malo, se vuelve uno así por una historia, por sufrimientos que se han padecido. Creo que es importante que juntos demos testimonio de ese amor que cura las heridas, que acoge al otro, que humaniza las relaciones.
He sufrido el frío, el calor, he comido lo que me daban, he bebido agua con sabor a gasolina… Pero lo que más me faltaba era el no poder comunicarme. En cambio, en respuesta recibía palabras que me humillaban y que me herían profundamente. Por eso digo que la palabra muchas veces inflama nuestras relaciones. Lo he visto, escuchando ahora ya libre, la televisión, en los deportes, en la política, en la familia. De una palabra nacen reacciones que pueden ser una mano, que se convierte en puño, que se convierte, si está armada, un asesinato, un feminicidio, una guerra. Pero todo viene de una palabra fuera de lugar o de una palabra que ha herido. Por eso, desarmemos la palabra, desarmemos las manos, desarmemos el corazón, desarmamos la mirada y convirtámonos en testigos de fraternidad.
Mi compromiso como hombre libre ahora, es dar testimonio de la fraternidad. Me siento hijo de aquella palabra profética que nos ha dirigido el Papa Francisco “Fratelli tutti”. Me parece extraño. Hay un episodio que he recogido. Lo escuché, nos dieron una pequeña radio y ese 4 de octubre escuché en la radio que el Papa Francisco había firmado la encíclica “Fratelli tutti”. Yo no la conocía. Solo he pillado el título, el nombre. Había firmado esta encíclica sobre la tumba de San Francisco de Asís.
Fui liberado el 8 de octubre y es más, quizás ahora, pensándolo bien, pienso que la palabra que he captado, ha sido la que me ha conmovido por dentro. El 8 de octubre le he dicho a Abu Naser, que me conducía a la libertad, – lo cuento también en el libro -: Abu Naser, tengo una palabra que decirte. Él que no me saludaba, que me consideraba un kafir, un incrédulo. De un suspiro le he dicho: Que Dios nos dé a entender un día que todos somos hermanos. Él ha levantado las manos del volante y no ha respondido. Me he quedado callado. He guardado silencio. Me ha salido del corazón y se lo he ofrecido porque hoy me siento llamado a testimoniar la fraternidad, la fraternidad a todos. Esta acaba, rompe las cadenas del odio, de la enemistad, de la guerra, y creo que es el camino a seguir para un mundo nuevo, un mundo de paz. Testigo de la fraternidad, esto quiero ser.