Los siete santos que serán canonizados el Día del Domund
- On 15 de octubre de 2025
OMPRESS-ROMA (15-10-25) Este 19 de octubre, el DOmingo MUNDial de las Misiones, serán canonizados en Roma siete nuevos santos, que mostrarán con el ejemplo de su vida, sus virtudes heroicas y su procedencia, la universalidad de la Iglesia que proclama el DOMUND y el compromiso de llevar el Evangelio hasta los confines de la Tierra.
El primero, Ignacio Choukrallah Maloyan (1869-1915), tras unos años como sacerdote en Egipto fue nombrado arzobispo católico armenio de Mardin, Turquía, su ciudad natal. Supervisó la formación espiritual y pastoral de sus sacerdotes, dedicó tiempo a visitar a los fieles, reabrió escuelas y renovó iglesias. Fue llevado a prisión, junto con cientos de otros hombres, y torturado bajo la falsa acusación de ocultar armas. Cuando se le pidió explícitamente que se convirtiera al islam para ser liberado, se negó rotundamente. Llevado al lugar de la masacre, se despidió de sus fieles por última vez: los exhortó a estar dispuestos a dar la vida por Cristo y, tomando un poco de pan que encontró, lo consagró y se lo distribuyó a todos como viático. Ante su última petición de conversión, pronunció estas palabras: «Considero el derramamiento de mi sangre por mi fe el más dulce deseo de mi corazón, porque sé perfectamente que si soy torturado por amor a Aquel que murió por mí, seré de los que tendrán alegría y dicha, y habré alcanzado a ver a mi Señor y a mi Dios en lo alto». Su martirio tuvo lugar en la festividad del Sagrado Corazón de Jesús.
Peter To Rot (1912-1945), Es el primer beato de Papúa Nueva Guinea, y ahora será su primer santo. Nacido en la isla de Nueva Bretaña, hoy parte de Papúa Nueva Guinea. Sus padres fueron bautizados ya adultos, formando parte de la primera generación de cristianos del país. Desde muy joven comenzó su ministerio de catequista. Su familia – tuvo tres hijos– fue un ejemplo para quienes le conocían. Fue arrestado durante la Segunda Guerra Mundial por las fuerzas de ocupación japonesas. A pesar de las prohibiciones impuestas por los japoneses a las prácticas religiosas, Peter To Rot había llevado a cabo un apostolado ejemplar en su pueblo y en las comunidades vecinas, ya que muchos catequistas, dominados por el miedo, habían abandonado su ministerio. El día antes de que lo mataran, uno de los líderes de la aldea tuvo la oportunidad de verlo por última vez. Fue él quien escuchó de labios de To Rot la declaración más clara y hermosa del catequista: «Estoy aquí por quienes rompen sus votos matrimoniales y por quienes no quieren que la obra de Dios continúe. Basta. Debo morir. Vuelve a cuidar del pueblo. Ya me han condenado a muerte».
Luigia Vincenza Maria Poloni (1802-1855), nacida en la ciudad italiana de Verona, durante la epidemia de cólera de 1836, se distinguió por su heroica dedicación al cuidado de los enfermos, confirmando su vocación a una vida de servicio. En 1840, Luigia, junto con tres compañeras, se trasladó al Pío Ricovero de Verona, fundando la comunidad que más tarde se convertiría en el Instituto de las Hermanas de la Misericordia. Su espiritualidad se basaba en una profunda unión con Dios, alimentada por la oración y la devoción a la Eucaristía y “Servir a Cristo en los pobres”, su lema, que guiaba todas sus acciones. El Instituto de las Hermanas de la Misericordia continúa su misión hoy, encarnando los principios de su fundadora y promoviendo una cultura de solidaridad y amor al prójimo. En las “Constituciones” del mismo escribía: «Dado que su deber principal es servir a los enfermos, lo cumplirán con toda la diligencia, cordialidad y exactitud posibles, conscientes de que cumplen este deber caritativo no tanto con los pobres enfermos como con Jesucristo mismo. Por lo tanto, ellos mismos les llevarán alimentos y medicinas, tratándolos con compasión, gentileza, cordialidad y respeto».
La venezolana Carmen Rendiles Martínez (1903-1977), también fundadora –de la Congregación de las Siervas de Jesús de Venezuela–, abría su corazón a todos, especialmente a los pobres. Nació en Caracas, sin el brazo izquierdo. Como recuerdan quienes la conocieron, era especialmente atenta con los enfermos, visitándolos, apoyándolos, sirviéndoles y ayudándolos en todo. También poseía una cualidad especial: la dulzura, el respeto y el perdón, hacia todos aquellos que le causaban sufrimiento. También los sacerdotes fueron objeto de su dedicación y cuidado, y para muchos se convirtió en una consejera sabia y maternal. Junto con sus hermanas, sirvió con amor en parroquias, escuelas y junto a los más necesitados. En la última etapa de su vida se vio confinada a una silla de ruedas y solía decir que “”Más que cantarle a la Cruz, quiero llevarla cantando”. A sus religiosas les decía: “Nos hemos consagrado a Dios, por medio de los votos religiosos de castidad, pobreza y obediencia, hemos querido demostrarle nuestro amor, hemos querido ser sus esposas, sus imitadoras, seguir sus huellas, caminar sobre sus pisadas”.
Maria Troncatti (1883-1969). Nacida en la provincia italiana de Brescia, desde su infancia le fascinó la vida de los misioneros, y se sintió cautivada por el deseo de “llevar a Dios” a quienes aún no lo conocían. Aceptada en el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora, salesianas, fue enfermera durante la Primera Guerra Mundial. En 1922, a los 39 años de edad, se hizo realidad su sueño misionero. Su destino sería Ecuador. La hermana María dedicó los siguientes cuarenta y siete años a la misión, entre la etnia Shuar, en Macas, en el centro sur de la región amazónica de Ecuador. Zona de primera evangelización y también de primeras atenciones hospitalarias y asistenciales, su preocupación también fue la educación y el progreso de las mujeres. Ni siquiera la edad paró su labor. Falleció el 25 de agosto de 1969, en un accidente de avioneta. En 1926, con cuatro años ya en Ecuador, escribía en una carta: “Aquí estamos en Macas, en el corazón de la vasta región oriental del Ecuador, a un mes de Cuenca, rodeados por los inmensos y densos bosques que aún cubren la mayor parte del Ecuador. ¡Aquí estamos en nuestra tan esperada Misión! Nuestra Santísima Virgen nos condujo milagrosamente hasta allí, después de días agotadores, atravesando todo tipo de peligros y penurias indecibles; y aquí nos ha preparado un vasto campo de trabajo. Que sea bendita por siempre”.
José Gregorio Hernández Cisneros (1864-1919), también venezolano, como Carmen Rendiles, tras estudiar medicina sintió la vocación sacerdotal y religiosa pero, por motivos de salud tuvo que abandonarla. Se dedicó definitivamente a su profesión médica y a la enseñanza universitaria, y también se unió a la Tercera Orden Franciscana, siguiendo fielmente su Regla. En su profesión, favoreció a los pobres, de quienes no solo no recibía compensación, sino que a menudo les daba dinero para medicinas. Por esta actitud, se le conocía como «el médico de los pobres». El 29 de junio de 1919, falleció trágicamente, atropellado por un automóvil mientras entregaba medicamentos a un enfermo. El Dr. Razzetti, no creyente, fue llamado a urgencias y, al ver el cuerpo, exclamó: «Este hombre era un santo». Se convocó un concurso para colocar un epitafio en su tumba, y el elegido fue el de E. G. Machado, director de la Biblioteca Nacional: «Dr. Giuseppe Gregorio Hernández: Médico eminente y cristiano ejemplar. Por su ciencia, fue erudito y por su virtud, justo. Su muerte alcanzó las proporciones de una desgracia nacional».
Bartolo Longo (1841-1926) laico italiano, devoto del culto mariano y entregado a la educación cristiana de los campesinos y de los niños. Tras una juventud alejada de la fe, sufrió una conversión en Nápoles donde había ido a completar sus estudios de derecho. A través de santa Catalina Volpicelli, conoció a la condesa Marianna Farnararo De Fusco, una joven viuda con cinco hijos. Para administrar sus bienes, viajó al Valle de Pompeya en 1872. Comenzó catequizando a los campesinos y también comenzó a renovar la pequeña y abandonada iglesia parroquial del Santísimo Salvador, pero la imagen milagrosa de la Virgen del Rosario lo cambió todo. Comenzó la reconstrucción de la iglesia que acabaría siendo el Santuario del Rosario de Pompeya, para cuya construcción se recibieron de ayudas desde Nápoles, y poco a poco, desde todo el mundo. Una verdadera ciudad se fue creando alrededor del santuario. Bartolo moriría en el Valle de Pompeya a la edad de 85 años. Promovió la devoción de los 15 sábados y fue uno de los mayores promotores laicos del Rosario entre los siglos XIX y XX, fundando uno de los santuarios de devoción mariana más conocidos y queridos del mundo.