Los colegios de las hermanas de la Pureza de María, un oasis en Venezuela

  • On 7 de marzo de 2019

OMPRESS-VENEZUELA (7-03-19) Del 31 de enero al 17 de febrero, la superiora general de la Congregación Pureza de María, la hermana Emilia González García, visitaba a las hermanas que viven y llevan a cabo su misión en Venezuela. A pesar de que le desaconsejaron el viaje, por la situación que había de marchas, manifestaciones y violencia, al final pudo más su deseo de acompañar a la comunidad de la congregación en el país. La crónica de su viaje muestra su labor en un país que está atravesando dificultades sin precedentes:

“Las Hermanas están presentes en el Barrio Isaías Medina Angarita de Petare, población del área metropolitana de Caracas. El colegio de Fe y Alegría Roca viva se encuentra enclavado en una antigua cantera. En Cumaná (Estado Sucre) atienden a dos colegios de Fe y Alegría: Madre Alberta y San Luis. En total educan alrededor de 4.400 alumnos, desde preescolar hasta el bachillerato técnico que cuenta con diferentes menciones.

Las dificultades que experimentan en el día a día son grandes, faltan alimentos y, cuando se encuentran, el precio los hace inaccesibles para los maestros y profesores. Muchos niños llegan al colegio sin haber comido nada. Gracias a las becas que se envían desde España, cada día se preparan para los niños más necesitados unas sencillas meriendas consistentes en una arepa o una empanadilla acompañadas de lo que se pueda encontrar (huevo revuelto, queso, mortadela…) o simplemente con margarina. El ingenio se agudiza para poder ofrecer algo a los niños; a veces son croquetas de lentejas o de berenjenas. Otras veces llegan donaciones de bienhechores inesperados o a través de la organización de Fe y Alegría. Cuando llega un paquete con alimentos se siente la alegría de la Providencia de Dios que cuida de sus hijos.

Los colegios son lugares de referencia y, en palabras de las hermanas, oasis para los niños del barrio; lugares en los que, a pesar de todo, los niños se sienten seguros y pueden correr y jugar a sus anchas. En las aulas, los maestros y profesores se esfuerzan por transmitir a sus alumnos las ganas de aprender y de mejorar. La educación de la interioridad atraviesa de manera transversal las materias que se enseñan y ayuda a gestionar la violencia y a generar esperanza. No es fácil, pues los horarios se han reducido a causa de la escasez de medios de transporte y de su elevado precio. Muchos tienen que caminar largas distancias y temen hacerlo cuando es oscuro por la inseguridad. Otros tienen que desplazarse en viejos camiones, de pie y sin ninguna comodidad.

Los colegios son también comunidades de fe donde se aprende a orar, a escuchar la Palabra de Dios y a prepararse para recibir los sacramentos. Los sábados, las aulas se transforman para acoger a todos aquellos que quieren participar en las catequesis, en las reuniones de formación humana y cristiana.

Es admirable el buen humor y la colaboración de todos para hacer fiesta, para conseguir hacer un bizcocho de bienvenida: uno trae un huevo, otro un poco de harina, otro la margarina, un poquito de levadura… y así, entre todos, se acoge a los que vienen de lejos. Aquí se vive diariamente la multiplicación de los panes y los peces.

Al dejar Venezuela, precioso país de paisajes tan variados, junto a las imágenes de dolor y miseria, nos llevamos también el espíritu de superación, el canto y la esperanza”.

 

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