Las vacaciones de un misionero
- On 13 de septiembre de 2024
OMPRESS-CÁDIZ (13-09-24) La Delegación de Misiones de Cádiz y Ceuta comparte las líneas escritas por el misionero en Zimbabwe Manuel Ogalla. Con “Haciendo balance… de mis vacaciones misioneras”, este misionero claretiano cuenta cómo ha vivido un tiempo con su familia, y con su congregación, su familia religiosa.
“No es fácil definir el tiempo de vacaciones de un misionero. Es más, cabría destacar en todos los telediarios e informativos las carambolas y sofisticaciones que se aprecian en este espacio limitado de tiempo; así como llamar la atención de los doctorandos en geometría y Teología (valga el guiño a John Kennedy Toole) sobre la complejidad de este fenómeno en el que se dan la mano presencia y ausencia, misterio y transparencia, risas y lágrimas, momentos de paz y descanso junto a torbellinos de actividad e iniciativas. Así son las vacaciones de un misionero… O al menos así son las mías.
Hace unos días que aterricé de nuevo en Zimbabwe tras haber pasado un par de meses de vacaciones por mi tierra natal, Cádiz, y sus alrededores (que llegan hasta las islas Canarias). Intentando hacer balance, creo que confirmo lo anteriormente dicho… Mis vacaciones han sido un tiempo de descanso y de sosiego, disfrutando de paseos por la alameda, o perdiéndome en los rincones maravillosos de nuestra Tacita acompañado por un café o una cerveza, o acariciando la arena de la playa en tardes interminables o saboreando la trama narrativa de un buen libro (¡han caído unos cuantos!).
Mis vacaciones han sido un tiempo de compartir con la familia y saberme hijo, hermano, cuñado, padrino… saberme dulcemente amado, saberme privilegiado. Una vez más confieso la suerte que tengo por crecer en el seno de mi familia, que es raíz y hogar, a caballo entre Cádiz, Medina Sidonia y Madrid (¡con excursión a Soria!), pero siempre palpando la ternura que es ungüento frente a las heridas y los revés de la historia. Basta una mirada, un gesto cómplice, una palabra queda, o sentir sencillamente cómo mi sobrina me agarra mi mano con su pequeña manita para saber quién soy y de dónde vengo.
Mis vacaciones han sido explosión de amistad. Un momento privilegiado para constatar que no importan los años que pasen o los abrazos que echamos en falta, porque siempre el tiempo y la distancia hacen pacto de confianza para hacernos coincidir y brindar con otros y otras por la vida. Una amistad cantada y un canto que es vida. Ya sea en Sevilla, en Granada o en San Fernando; compartiendo una copa o una merienda; siempre es un nuevo amanecer para seguir caminando y soñando.
Mis vacaciones han sido un manguerazo de celo apostólico y fuego carismático al estilo de Claret. Visitar a mis hermanos Claretianos, compartir el día a día de algunas de nuestras comunidades, dejarme la voz por los pasillos del cole de las Palmas, recordar los días en el Noviciado de Loja, celebrar la Eucaristía sabiéndome misionero independientemente del lugar donde me encuentre, predicar incansablemente en diferentes parroquias, colegios, conventos… tal y como el Padre Claret hiciera allá por el siglo XIX. Y para colmo de bendiciones, participar en el Congreso de Espiritualidad Claretiana en Vic y celebrar el 175 aniversario de nuestra fundación junto a representantes de la familia Claretiana de todo el mundo.
Pero si tuviera que quedarme con algo particular de estas vacaciones que acabo de terminar, es sin duda afirmar que estas vacaciones han sido un momento privilegiado para testimoniar la generosidad y el compromiso del pueblo gaditano. Un pueblo que sabe de penurias y luchas, que a veces no llega a fin de mes, que palpa la frialdad de una casapuerta actuando como dormitorio, que se reinventa para no hundirse… y sin embargo enarbola la bandera de la solidaridad y la sensibilidad con los más necesitados. Durante estos dos meses en Cádiz, han sido abundantes los gestos de cariño y cercanía con la misión Claretiana en Zimbabwe. Durante estos dos meses, mi corazón rebosa de tantos testimonios sencillos de personas e instituciones que han querido aportar su granito de arena con este proyecto misionero y humanizador. Un sinfín de detalles que me ayudan, más si cabe, a sentirme orgulloso de mi tierra y proclamar a los cuatro vientos que soy gaditano. Mi espíritu es para todo el mundo, no cabe duda, pero sé cuál es mi origen y me siento dichoso por ello.
Desde el primer día, la Diócesis de Cádiz y Ceuta me ha cuidado y acompañado como un verdadero hijo suyo. Claretiano por carisma y diocesano por origen. Desde la cercanía del obispo D. Rafael, como la delicadeza de los párrocos y hermanos sacerdotes con los que he coincidido. Comunidades parroquiales y religiosas, Cáritas, hermandades (qué bonita celebración flamenca a los pies del Nazareno), colegios (especialmente María Inmaculada, Salle Viña y Vedruna)… Y por supuesto la atención inmejorable de la Delegación de Misiones y nuestro querido Pepe. ¡Qué grande eres «Pepe de misiones»!
Esta generosidad, compromiso, solidaridad y cariño por la misión no se reduce a la comunidad eclesial. Vecinos de mi barrio Santa María y la peña de la Perla, la Cátedra de Flamencología, Fundación Márgenes y Vínculos, la Asociación Gaditana de Fibromialgia, el Parral de Benaocaz, El Mirador de Onda Cádiz, el Diario de Cádiz… y una lista larguísima de tantos gaditanos y gaditanas que se han volcado por Zimbabwe. Con todo, cabe una muy especial mención al Cádiz C.F. que ha bañado de amarillo la ilusión y ganas de crecer de los más pequeñines de nuestro colegio Claret de Chiutsi, con una preciosa y emotiva donación de equipaciones oficiales (¡incluso la mía con nombre incluido!).
Así han sido mis vacaciones, difíciles de definir, grandiosas por su densidad, riqueza y profundidad. Llenas de momentos increíbles, nombres y detalles. Únicas por su fuerza testimoniante y por ser símbolo de generosidad y solidaridad. Muchas gracias a todos por hacerlo posible. Gracias por regalarme tanto. Gracias por cuidarme en la distancia y en la cercanía. Gracias por hacer que me sienta orgulloso de ser misionero y gaditano”.