Las “primeras comunidades cristianas” del Vicariato Apostólico de Caroní

  • On 3 de diciembre de 2025

OMPRESS-VENEZUELA (3-12-25) Carlos Bobillo (Bobi), laico misionero de Hakuna, está viviendo una experiencia misionera en el vasto territorio de Canaima, en el Vicariato Apostólico de Caroní, en Venezuela. Desde allí, Bobi escribe presentando una imagen entrañable y real de este territorio, y de la labor evangelizadora, especialmente ardua y laboriosa a cargo de una Iglesia diocesana que cuenta con apenas media docena de sacerdotes.

“Canaima forma parte del Vicariato Apostólico de Caroní, un extensísimo territorio de misión de 80.000 km cuadrados, cuya evangelización empezó con la misión capuchina de la Gran Sabana hace poco más de 100 años en distintos lugares como Santa Elena, Luepa, Cavanayén, Kamarata, Uonkén, Urimán… La misión de los capuchinos, que también fueron ayudados por los dominicos, terminó hace ya un tiempo, y ahora es la Iglesia diocesana la que se encarga de este territorio.

Este es un territorio muy amplio y muy mal comunicado, donde los desplazamientos únicamente son posibles a pie, por río o con avioneta, y donde la Iglesia está todavía dando sus primeros pasos en cierta forma, con apenas media docena de sacerdotes, encabezados por su pastor Mons. Gonzalo Ontiveros, Vicario Apostólico de Caroní.

En lo que se refiere al pueblo pemón, también es relevante dar algunas pinceladas sobre su cultura para comprender el contexto de la misión. Se trata de un pueblo indígena milenario que ocupa la parte sureste de Venezuela que corresponde a la Gran Sabana, y que se establece cerca de la selva. Se calcula que hay unos 33.000 pemón, diferenciados en tres grupos principales: Taurepán, Arekuna y Kamarakoto.

Los pemón han sido tradicionalmente agricultores, cazadores y pescadores, aunque poco a poco se han ido desarrollando –en mayor o menor medida, dependiendo de la zona– y ahora hay algunos de ellos que se dedican al turismo o a profesiones del ‘mundo moderno’.

Hablan su propio idioma, y poseen una gran riqueza cultural, en la que destaca sobre todo su conexión con la naturaleza, estableciéndose un vínculo especial con Dios que nace de la contemplación y de su capacidad de interpretar la creación como obra divina, como nos sugería el papa Francisco en Laudato si’.

A pesar de tratarse de un lugar idílico como pocos hay en el mundo, o quizás precisamente por ello, pues toda gran obra divina suele ser especialmente tentada por el demonio, la misión católica se encuentra con muchísimas dificultades en Canaima, lo cual hace que el trabajo de evangelización sea especialmente arduo y laborioso.

Las dificultades pudieran concentrarse en los siguientes puntos: tamaño muy extenso del territorio; malas comunicaciones, lo que multiplica el tiempo y el precio de los desplazamientos; idioma pemón propio; diferencias culturales; proliferación de otras religiones, especialmente protestantes, bautistas y adventistas; inestabilidad del turismo. Además, la minería ilegal, principalmente de oro, lo que afecta a los mineros, muchos de ellos muchachos menores de edad, que sufren problemas de salud fruto del trabajo en la mina (pulmones, oído, incluso riesgo de muerte por derrumbamiento) y también problemas de adicciones como consecuencia de ganar dinero ‘fácil’; coste de la vida muy elevado, como consecuencia de todo lo anterior, lo cual dificulta mucho el trabajo de la misión, pues todo es dos o tres veces más caro que, por ejemplo, en Caracas; y condiciones de vida difíciles propias de un lugar tan aislado en la selva (falta de agua corriente, de luz, internet, mosquitos, humedad, calor, escasez de comida…).

El padre Xavier Serra, un misionero español que lleva 25 años atendiendo a las comunidades indígenas Pemón, desarrolla su labor a caballo entre las misiones de Canaima y Kamarata, incluyendo todas las comunidades indígenas que se hallan entre ambas. Cuando se está en la misión de Kamarata o de Canaima, el trabajo es más ‘rutinario’, aunque cada día es distinto.

Como no podía ser de otra manera, la parte pastoral ocupa la gran mayoría del tiempo: celebración de la eucaristía, atender la parroquia, celebración de la liturgia de la palabra, visitar a enfermos y llevarles la comunión, bautizos, comuniones, bodas, confirmaciones, catequesis, horas santas, liturgia de las horas, ensayos de música, charlas a los jóvenes en la escuela, organizar actividades para transmitir valores cristianos… A esto, se suman las actividades más ‘mundanas’: trabajo físico, ordenar el archivo de la misión, jardinería, cosecha de café, cocinar y limpiar, etc.

Estos meses se han tenido, además, varios eventos extraordinarios como la festividad de la resistencia indígena, la canonización de los dos primeros santos venezolanos –la madre Carmen Rendiles y el Dr José Gregorio Hernández– que coincidió, además, con la celebración del DOMUND, la visita del obispo del vicariato, Mons. Gonzalo Ontiveros, y hasta todo un clásico del fútbol que como no podía ser de otra manera se llevó con mucha emoción el Real Madrid.

Y, por supuesto, siempre dejando algo de tiempo libre para descubrir una creación que aquí se revela de forma tan explícita, y para compartir el día a día con la comunidad: participar en todo tipo de celebraciones, jugar algún partido de fútbol, ver una película de vez en cuando, compartir la pasión por el Real Madrid, ir a alguna cascada, bajar a bañarse al río o a la laguna, pasear por la sabana, escaparse con la bici o en canoa…

Esta misión no es nada sencilla, pero Xavi ha conseguido lo que para muchos de nosotros sería un reto imposible. Con su espontaneidad, su sencillez, su cercanía y amistad con el pueblo pemón, basada en su respeto a las costumbres de estas comunidades, ha sido capaz de desaprenderse a sí mismo, de redefinir sus prioridades, de no caer en el riesgo de la auto-referencialidad, y de tener siempre muy presente que la misión solo puede nacer del encuentro con Cristo.

Así, vive llevando a cabo una misión sencilla pero preciosa, caracterizada por la presencia, el encuentro, el diálogo y el acompañamiento, logrando llevar la palabra de Dios y la esperanza en este lugar tan lejano donde a veces parece que el tiempo se detiene y la vida parece no avanzar.

Lo que el misionero Carlos se lleva de esta misión tan dura, con tantas dificultades, pero al mismo tan increíble es la esperanza. Esperanza en un pueblo que, a pesar de todo, no ha dejado de creer en la promesa de Dios. Y esperanza que se ve renovada con las primeras vocaciones nativas, como es el caso del Padre Tirso Javier, un joven sacerdote pemón con quien ha podido compartir unas semanas en la misión de Kamarata, su primer destino tras haberse ordenado recientemente.

Tirso, como dirían en España, es un crack: hombre de gran fe, trabajador, músico, ganadero, agricultor, futbolista… Le contó a Bobi con total naturalidad que, cuando se metió al seminario, sus padres no podían enterarse porque jamás lo aprobarían, así que se tuvo que inventar que se iba a trabajar a una ciudad lejana, y así estuvo varios años, sin verlos, hasta que finalmente les avisó cuando ya estaba cerca de ordenarse y no había marcha atrás.

Ahora, sus padres están muy orgullosos de que su hijo sea uno de los primeros sacerdotes pemón. Su historia me recordaba en cierta forma a la de san Andrés Kim –el primer sacerdote coreano– y a la de tantos cristianos que viven su fe en la clandestinidad, por su valentía y perseverancia frente a las dificultades, y sin duda daría para otro artículo, pero no quería dejar de agradecerle aquí el tiempo compartido y su testimonio de fe inquebrantable en la adversidad.

La historia de Tirso hace pensar que, lo que a primera vista parecía un ‘fracaso’ de la Iglesia, como es la ausencia de nuevas vocaciones misioneras que tomen el relevo en la Amazonía, se ha transfigurado en precisamente lo contrario: la Iglesia local ha arraigado, ha crecido y ahora se enfrente al gran reto de seguir llevando la palabra de Dios a sus propios hermanos.

Cuando parecía apagarse la llama, la gracia de Dios, que nunca abandona a su pueblo, ha encendido el fuego de la Iglesia pemón, que ahora asume la responsabilidad de evangelizar a los suyos: y es que, como nos recuerda Mateo en su Evangelio, la primera misión de los apóstoles fue con su propio pueblo: ‘vayan antes a las ovejas perdidas de la casa de Israel’.

Así es como Bobi se ha dado cuenta de que el sembrador es Cristo y la semilla, su Palabra. Y aunque cambien los obreros, o incluso el terreno, lo único importante es que, valga la redundancia, no cambia lo único importante: siguen siendo los mismos el sembrador y la semilla.

Por otro lado, están las visitas a comunidades más o menos alejadas de la misión, con el objetivo de celebrar los sacramentos y llevar la palabra de Dios. Para ello, hay que desplazarse generalmente en curiara (canoa), y en ocasiones también a pie. Hay comunidades que están a apenas unas horas de viaje, pero hay otras cuya visita requiere de varios días.

Esto supone un esfuerzo importante, tanto físico como en muchas ocasiones económico por la escasez de combustible (aunque las comunidades también intentan colaborar con lo poco que tienen), pero el padre Xavier intenta visitarlas todas al menos una vez al año. Sin duda, el esfuerzo merece la pena: es un auténtico regalo el poder compartir con personas tan sencillas el amor de Dios, nuestra fe, nuestra vida…

Después de la Misa, siempre hay un momento para compartir la fe y algo de comida: nunca falta el tumá, el plato local por excelencia, la tradicional bebida cachire, algo de yuca, algún cambur –plátano–, un poco de café… 

Estos meses leían las cartas de san Pablo dirigiéndose a las primeras comunidades cristianas y no podían dejar de pensar en cuánto debían parecerse a estas comunidades indígenas tan remotas perdidas en medio de la Amazonía, donde, como ocurría hace dos mil años, se comparte lo poco que se tiene, las dificultades también se comparten y se superan entre todos, y además son motivo de crecimiento y cohesión, y la fe une más que los lazos de sangre.

Así como san Pablo, que en su última carta desde prisión antes de ser ejecutado se despedía uno a uno y agradecía el trabajo de sus hermanos de la primera comunidad cristiana de Roma, empezando por Priscila y Aquila, Bobi no se perdonaría el dejar pasar la oportunidad de hacer lo propio con sus hermanos de Kamarata (Andrés, Gari, Judith, Violeta…) y de Canaima (Óscar, Valentina, Alejandro, Gregoria, Evelyne, la señora Betty, Hebreo…), con quienes se siente profundamente agradecido y en deuda.

También le gustaría detenerse para agradecer con todo su corazón al Padre Xavier Serra por haberlo invitado a compartir unos meses de su misión; de su vida. Después de mucho convivir y de compartir esta aventura mano a mano, ha podido aprender mucho de él, de cómo dejó su vida cómoda en Barcelona y apostó por seguir su vocación misionera en este rincón perdido del estado Bolívar, y de cómo se ha enfrentado con gran valentía al inmenso reto de continuar la labor de los primeros misioneros llegados a estas tierras hace un siglo, entregando su vida por el pueblo pemón, compartiendo sus luchas y sus logros, sus penas y sus esperanzas”.

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