Las cartas de un misionero desde China
- On 4 de noviembre de 2022
OMPRESS-CHINA (4-11-22) Se acaba de publicar el libro “Fulgencio de Bargota. Cartas desde Kansu (China) 1927-1930”, un pequeño volumen que recoge las misivas escritas por este misionero que fue pionero de la misión de los capuchinos en esta zona de China, hoy conocida como Gansu. Fue en 1926 cuando la Santa Sede confió a los capuchinos de la Provincia de Navarra-Aragón-Cantabria, la evangelización del Kansu oriental.
Fulgencio de Bargota Jerónimo Segura Gómez, que este era su nombre completo, nació el 30 de septiembre de 1899 en Bargota, Navarra. Tomó el hábito capuchino en Sangüesa en 1915, hizo sus votos perpetuos en Pamplona, en 1920, y se ordenó sacerdote tres años después. En 1927 partía a la nueva misión de China confiada por la Santa Sede, con otros tres compañeros, Tarsicio de Villava, Julián de Yurre y Rafael de Gulina, con esa forma tan capuchina de los nombres, en los que se reflejaba siempre el lugar de nacimiento… como Francisco de Asís. Tardarían seis meses en llegar a su destino.
La editora de esta cuidadosa recopilación, Magdalena Aguinaga Alfonso, cuenta en la presentación cómo las cartas que regularmente enviaba Fulgencio de Bargota se publicaban en la revista Verdad y Caridad. Recogían sus vivencias misioneras, sus viajes, sus contrariedades, pero “narrados sin ningún dramatismo, con optimismo misionero e incluso con sentido del humor”. Descripciones de montañas y ríos, de paisajes únicos de la China que le rodeaba. La preocupación por el tifus que afectaba a sus hermanos misioneros. La sorpresa ante la Providencia y los avances de la evangelización. Todo se recoge en esta pequeña publicación que huele a misión.
Su última carta, de abril de 1930, concluía contando los avances que se lograban con las aperturas de escuelas. Fulgencio fallecería el 10 de mayo de 1930 en Sifengchen, Prefectura de Pinpliang, pocos meses antes de cumplir los 31 años. Un misionero joven y con la madurez de quien ha conocido a Jesucristo y está dispuesto a dar su vida por Él hasta en lo más básico. “¿Que de qué nos alimentamos?, me preguntan en confianza”, escribe en una de sus cartas: “nuestra alma se alimenta con la oración y se recrea con la alegría que produce la vida apostólica, verdaderamente encantadora; el pobre cuerpo se alimenta, poco más o menos, como por ahí, descontando el pescado que por aquí no se ve”… “A veces no hay ni esto, y entonces se ayuna”.