Las aguas del Nilo “recogen el llanto desgarrado de vuestra comunidad”
- On 6 de febrero de 2023
OMPRESS-SUDÁN DEL SUR (6-02-23) Ayer por la tarde volvía el Papa Francisco a Roma, tras su viaje que le ha llevado a la República Democrática del Congo y a Sudán del Sur. En este último país, han sido cuatro los actos centrales de su visita: el encuentro con obispos, sacerdotes y religiosos, el encuentro con los desplazados internos, la oración ecuménica y la misa de ayer domingo.
En el primer encuentro con los obispos, sacerdotes, diáconos, consagrados, consagradas y seminaristas, en la Catedral de Santa Teresa, de Yuba, en la mañana del sábado, les recordaba que llevaba “grabados en el corazón algunos momentos que hemos vivido antes de esta visita, como la celebración en San Pedro en el 2017, durante la cual elevamos una súplica a Dios pidiendo el don de la paz; y el retiro espiritual del 2019 con los líderes políticos, que fueron invitados para que, por medio de la oración, acogieran en sus corazones la firme resolución de trabajar por la reconciliación y la fraternidad en el país”. Y con el río Nilo, el Papa recordaba la historia de Moisés: “Las aguas del gran río, en efecto, recogen el llanto desgarrado de vuestra comunidad, recogen el grito de dolor por tantas vidas destrozadas, recogen el drama de un pueblo que huye, la aflicción del corazón de las mujeres y el miedo impreso en los ojos de los niños”. Pero, recordando la historia bíblica, añadía, “las aguas del gran río nos evocan la historia de Moisés y, por eso, son signo de liberación y de salvación”. Les animaba, a ellos pastores del pueblo, a ser como Moisés, a pesar de las dificultades: “Ser profetas, acompañantes, intercesores, mostrar con la vida el misterio de la cercanía de Dios a su Pueblo puede requerir dar la propia vida”, como ha ocurrido en Sudán del Sur. Pero, como decía San Daniel Comboni, “que con sus hermanos misioneros realizó en esta tierra una gran labor evangelizadora”, el misionero debe “estar dispuesto a todo por Cristo y por el Evangelio”, que se necesitaban “almas audaces y generosas que supieran sufrir y morir por África”.
Por la tarde, el Papa Francisco se reunía con desplazados internos en el Freedom Hall de Yuba. Una realidad sangrante pero que es el día a día de Sudán de Sur donde hay 2.300.000 desplazados, para una población de 14 millones de habitantes. Ha respondido a las preguntas y a las comunicaciones de representantes de estos desplazados que describían la terrible realidad que se vive en los campos de desplazados, porque, como apuntaba el Papa, “lamentablemente en este país martirizado ser desplazado o refugiado se ha convertido en una experiencia normal y colectiva”. Compartía lo expuesto sobre la mujeres, porque ellas, “las madres, las mujeres son la clave para transformar el país”, que “por medio de su laboriosidad y su actitud de proteger la vida, tendrán la capacidad de cambiar el rostro de Sudán del Sur”. Y dirigiéndose a los desplazados, y a su compromiso de no responder al mal con otro mal, les decía que “serán los árboles que absorberán la contaminación de años de violencia y restituirán el oxígeno de la fraternidad. Es verdad, ahora están “plantados” donde no quieren, pero precisamente en esta situación de sufrimiento y precariedad pueden tender la mano al que está a su lado y experimentar que están enraizados en la misma humanidad; de ahí es necesario recomenzar para redescubrirse hermanos y hermanas, hijos en la tierra del Dios del cielo, Padre de todos”. Y, “aunque los conflictos, la violencia y los odios hayan arrancado los buenos recuerdos de las primeras páginas de la vida de esta República, sean ustedes los que vuelvan a escribir la historia de paz”.
En la oración ecuménica en el Mausoleo “John Garang”, con el arzobispo de Canterbury y el moderador de la Asamblea General de la Iglesia de Escocia, se ha valorado el patrimonio ecuménico de Sudán del Sur, que el Papa ha definido como “un tesoro precioso, una alabanza al nombre de Jesús, un acto de amor a la Iglesia, su esposa, un ejemplo universal para el camino de la unidad de los cristianos”. Les pedía, como conclusión de esta oración ecuménica, que comenzasen “cada día rezando los unos por los otros, y con los otros; trabajando juntos, como testigos y mediadores de la paz de Jesús; caminando por el mismo sendero, dando pasos concretos de caridad y de unidad”.
La misa de ayer domingo tenía lugar en la explanada del mismo Mausoleo “John Garang”, ante una inmensa multitud de personas que lo recibieron con cantos y bailes. En la homilía, haciendo referencia al Evangelio del día, a la sal de la tierra, el Papa les decía que “las Bienaventuranzas son la sal de la vida del cristiano; en efecto, llevan a la tierra la sabiduría del cielo; revolucionan los criterios del mundo y del modo habitual de pensar. ¿Y qué dicen? En pocas palabras, afirman que, para ser bienaventurados —es decir, plenamente felices—, no tenemos que buscar ser fuertes, ricos y poderosos; más bien, humildes, mansos, misericordiosos. No hacer daño a nadie, sino ser constructores de paz para todos. Esta —nos dice Jesús— es la sabiduría del discípulo, es lo que da sabor a la tierra que habitamos”.
Pero los cristianos, “aun siendo frágiles y pequeños, aun cuando nuestras fuerzas nos parezcan pocas frente a la magnitud de los problemas y a la furia ciega de la violencia, podemos dar un aporte decisivo para cambiar la historia. Jesús desea que lo hagamos como la sal: una pizca que se disuelve es suficiente para dar un sabor diferente al conjunto”. Y en cuanto a la invitación de Jesús a ser luz del mundo “es clara. Nosotros, que somos sus discípulos, estamos llamados a brillar como una ciudad puesta en lo alto, como un candelero cuya llama nunca tiene que apagarse”.
Concluía el Papa recordándoles que los sur sudaneses están en los corazones de los cristianos de todo el mundo: “No pierdan nunca la esperanza. Y que no se pierda la ocasión de construir la paz. Que la esperanza y la paz habiten en ustedes. Que la esperanza y la paz habiten en Sudán del Sur”.