La vocación de una joven misionera en Centroáfrica
- On 10 de febrero de 2025
OMPRESS-MADRID (10-02-25) Lucía Fonts es una joven misionera en República Centroafricana. Su vocación de Misionera Comboniana nació de manera sencilla en la biblioteca de la universidad, en Barcelona, con una revista que le llamó la atención y que le hizo conocer la labor misionera. Lo cuenta en esta entrevista concedida a las Obras Misionales Pontificias.
P: Preséntate y cuéntanos cuántos años tienes, y desde hace cuánto perteneces a la congregación de las Misioneras Combonianas.
Gracias por tenerme aquí, por darme esta oportunidad de poder compartir un poco con vosotros de mi historia, de lo que soy. Me llamo Lucía, soy de Barcelona y soy misionera comboniana. Tengo 32 años y hace seis años que profesé por primera vez los primeros votos que así se llama en la congregación de las Misioneras Combonianas.
P: ¿Qué te lleva a la decisión de entrar en esta congregación misionera?
Yo creo que el Señor, como dice el salmo, me escogí desde el seno materno. Lo dice la Palabra de Dios y yo lo siento así. Siento que el Señor me estaba amando y eligiendo desde antes de que naciera. Y veo que toda mi historia es una historia de amor. Soy historia de lo que el Señor ha hecho conmigo siempre, pues la parte misionera ha estado presente en mi vida porque mis padres estaban en el Camino Neocatecumenal y allí se vivía mucho el tema de la misión ad gentes. Nací en Holanda. Allí estaban trabajando mis padres, y “estaban caminando” en una comunidad donde había de todas las nacionalidades, había italianos, había franceses, había un colegio internacional también, y esto también como que ha sido un poco el seno de de mi vocación. La congregación donde estoy es una congregación internacional. La formamos hermanas de muchas nacionalidades distintas. Regresamos a España y yo entré en el Camino y allí experimenté mucho lo que es la oración a través de la Palabra de Dios y cómo aplicar la Palabra de Dios en mi propia vida. Este de compartir con los hermanos, esta espiritualidad, me ayudó mucho a plantearme también la pregunta: ¿Qué quieres de mí? Yo era una joven normal, sin muchas aspiraciones. Me gustaba y me gusta bailar e ir con los amigos. Pues sí, he tenido novios también y un poco pues buscando lo que buscan todos, todos los jóvenes de mi edad, solo que llegó un momento en el que entró una inquietud en mi corazón, pues yo ya sentía como si dijéramos algo, un fuego que ardía dentro de mí. Cuando leí un libro que se llama “La ciudad de la alegría”, de Calcuta. Es un médico que se va a Calcuta a ayudar y está ahí con los pobres. Y me llamó mucho la atención y dije, bueno, pues yo quiero ir a la India. Tenía entonces 16 años después. Tenía la fijación en mi cabeza de que tenía que llegar allí como sea. Empecé a trabajar, a ahorrar dinero mientras estudiaba Enfermería. Y al final no salió, pero este deseo se transformó. Veo que el Señor me ha ido guiando en todas las decisiones que he ido tomando. Estaba un día en la universidad leyendo la revista Mundo Negro que no conocía. Me llamó la atención la portada, en la que había una monja con un niño negro en brazos y me parecía bonita. Y al final, encontré “¿Quieres hacer una experiencia de misión?”. Esto es lo mío. No he podido ir a la India, pero bueno, sí puedo ir a África y, me puse en contacto con la hermana que ponía allí, la hermana Expedita. Me dijo: si quieres hacer experiencia de misión, pues vente a Madrid, que tenemos encuentros mensuales para que podamos conocernos y tú puedas conocer también más de la misión. En este lío me metí y así fue como comenzó todo.
P: Le preguntaste al Señor directamente qué es lo que quería de ir. ¿Crees que los jóvenes de hoy en día, incluso jóvenes de parroquia, jóvenes de fe, no se lo preguntan, van un poco a ciegas, van viendo, pero no terminan de preguntarse realmente qué es lo que quiere Dios para mí?
No, no lo veo así. Al revés. Sí que veo en mi entorno, los jóvenes que conozco, empezando también por mi hermana pequeña que tiene ahora 19 años. Yo creo que esa pregunta sí que está presente. Quizá el siguiente paso después de esa pregunta es me fío, me fío. Hay muchos elementos en el discernimiento vocacional que son importantes, no solo para plantearse la pregunta, pero también buscar ayuda, dejarse acompañar y luego, también, saber tomar la decisión y arriesgar.
P: Tú sí arriesgaste, y eso te llevó a Mozambique…
Exacto, fue mi primera experiencia. Estuve allí durante un mes, nada más. Me fui a África durante un mes como voluntaria. Allí me di cuenta de que en realidad ayudar, ayudar, no ayudé mucho porque era más bien un estorbo. Cuando volví dije: Oye, ¿esto es para mí? Me gustaría dedicarme a esto como enfermera profesional, trabajando como cooperante. Ese fue mi primer sueño. Y, luego, cuando los sueños los pones en manos de Dios, el Señor va modelando esos sueños y se convierte en algo bonito. Yo creo que es descubrir como tu sueño también es el de Dios, ¿no? En este camino de discernimiento vocacional, tuve otras ocasiones para hacer experiencias misioneras, era un poco de vueltas, estaba saliendo con chicos también. Nunca pensé que la vida religiosa fuera para mí.
P: ¿Cómo fue el paso de querer ser enfermera en territorios de misión, que también es algo que está muy bien, a la vida religiosa?
Hay un encuentro, un encuentro muy importante, que es el que he tenido yo con Jesús. En el silencio de la oración, en el dejarme acompañar, y en el autoconocimiento, o sea, conociéndome más a mí misma y conociendo también más a Dios, purificando esas imágenes de Dios. Descubrir que Dios me ha hecho mujer, me ha hecho con ciertas capacidades, con ciertos dones y que con eso es con lo que cuenta, con lo que yo soy. También con mi debilidad. Entonces descubrí a Jesús que me ama tal como soy.
He hecho dos años de postulantado en Granada y dos años en Ecuador. Hice los votos en Quito. Y nosotras somos misioneras ad gentes, ad vitam, ad extra. Tres palabrotas en latín. Quiere decir que somos misioneras para siempre. Y además vamos a salir de nuestra tierra de origen. Por eso, cuando hacemos los primeros votos, ya tenemos una carta con el destino de dónde vamos a ir. Mi destino, Centroáfrica, sin saber ni dónde estaba. Tuve que buscarlo en el mapa.
P: ¿Y qué te encontraste al llegar allí?
Bueno, pues allí tuve que primero estudiar francés. Ya lo sabía un poco por el tiempo que estuve en Holanda, que yo hablaba francés allí. Pero me encontré una realidad totalmente nueva, diferente sobre todo por la cultura. Y luego, enseguida me tocó entrar en el trabajo, en el hospital, en un pequeño hospital, en medio de la selva, una zona de muy difícil acceso. Hay que cruzar un río con una estructura tirada por poleas. Al principio todo es novedad, todo es muy romántico, y las dificultades pues no se notan tanto porque es todo muy nuevo. Yo siempre que he estado viajando mucho y acostumbrada a la novedad, no me costó mucho.
Lo que sí que me costó fue la realidad de la estructura sanitaria, y cómo vive la gente, la miseria, la pobreza. Como enfermera, ver morir niños, ver morir recién nacidos, gente con enfermedades que podrían ser curadas pero que no había medios allí para curarlas. Eso sí fue un choque muy grande con el sufrimiento de la gente. Yo creo que es el distintivo del joven, lo que le caracteriza, el entusiasmo, el querer hacer, la acción. ¿Por qué tiene que morirse cuando hay solución? Estoy en medio de un pueblo en el que hay dos etnias mayoritariamente. Son los bantúes y los pigmeos. Los pigmeos están, desgraciadamente viviendo una situación de semi esclavitud. Entonces te encuentras con unas situaciones vitales de muchísimo sufrimiento y de injusticia. Por eso ese tiempo de formación, de entrar en uno mismo, de cultivar esa relación con Jesús, es fundamental. Ha sido la base lo que me ha permitido mantenerme ahí, porque si no, a la primera de cambio, creo que no habría aguantado ni cinco meses.
Darte cuenta que estás ahí, que no vas a cambiar el mundo. Sí creemos que vamos a cambiarlo, pero de una forma muy humilde y de una forma escondida. Y lo que te mantiene ahí, lo que me mantiene a mí ahí, es la fe. La fe que mi presencia puede hacer un cambio. Simplemente la presencia. Ni siquiera los actos, porque con los actos a veces metemos más la pata, porque es otra cultura, es otra forma de pensar, de ver la vida. Muchas veces tenemos que aprender más a callar, a escuchar, a ver y acompañar.
P: Has hablado de los pigmeos y sé que ahora mismo estás centrada gran parte en poder llevarles el Evangelio a estos que están en semi esclavitud. Cuéntanos.
Esa es mi parte favorita. Pero ahí yo me puedo enrollar un montón, porque es que soy una apasionada y una enamorada del pueblo pigmeo. Le doy gracias a Dios cada día y me acuerdo que antes de hacer la profesión yo no sabía dónde me iban a mandar. Me acuerdo que entré a la capilla y dije Señor, yo no sé dónde me vas a mandar, pero el pueblo al que tú me mandes me gustaría amarlo, amarlo con todo mi ser, como si fuera a amar un esposo. Y tengo que decir que enamorada no. Lo siguiente. El pueblo pigmeo es una pasada, es un pueblo indígena, vive en una situación de mucho, mucho sufrimiento, mucha vulnerabilidad ahora mismo, porque es un pueblo nómada, semi nómada, recolector, cazador, o sea que vive del 80% de lo que recoge, de lo que encuentra en la selva. Y es una selva que es la selva que está en la cuenca del río Congo, que es la segunda selva más grande del mundo y está sobre explotada. Se ven salir camiones de troncos de árboles cada día, toneladas y toneladas de madera. Me encuentro ahí, acompañando a este pueblo que me ha acogido con los brazos abiertos, entablando una relación de confianza. Estamos ahí ayudándoles en todo lo que podamos para que ellos puedan ser más libres y puedan vivir con más dignidad de la que tienen, a través de la educación y a través de la salud.
P: ¿Qué hiciste para mirar a los pigmeos, a ese pueblo, como los miras tú, que entiendo que es desde una situación de igual a igual? ¿Cómo haces para no mirarles desde una situación de superioridad?
Esa pregunta es difícil, pero es muy acertada. Creo que eso nos pasa mucho. Es un poco el síndrome del blanco que viene a salvar, ¿no? Que la misión no sea una forma de colonizar. Hay que tener mucha atención con eso, porque llegas a África y yo soy blanca y, por el hecho de ser blanca, ya tengo puesta la etiqueta. Entonces todo mi trabajo ha sido darme cuenta de eso. Primero, que a mí me van a dar privilegios, me van a ver de otra forma, me van a poner como en un pedestal. Y entonces el trabajo es bajarse, es hacer mucho esfuerzo por caminar con ellos. Soy consciente que, como dijo el Concilio Vaticano II, los misioneros no van a llevar un mensaje que es externo al pueblo al que vas, porque las semillas del verbo ya están presentes en todas las culturas. Es esa semillita, encontrarla, regarla, cuidarla para que pueda dar fruto. Es poder descubrir en ellos cuáles son los valores que tienen que dar, que son buenos, que aportan vida, que son para la libertad del hombre, para que tenga vida en abundancia. Es también dejarse enriquecer.