La misión es llenar el corazón de Dios y dejar que se desborde
- On 12 de diciembre de 2025
OMPRESS-MADRID (12-12-25) Este pasado miércoles tenía lugar una mesa redonda impulsada por la Cátedra de Misionología de la Universidad Eclesiástica San Dámaso y las Obras Misionales Pontificias. La idea de su título, “La vocación cristiana, vocación a la misión”, vino expuesta por una laica, una religiosa y un sacerdote.
Esta mesa redonda es el primero de los actos abiertos que organiza la Cátedra de Misionología madrileña en este curso académico. Un curso que tendrá precisamente como ruta “La misión es mi tema”, con el objetivo de celebrar los 100 años de la Jornada Mundial de la Propagación de la Fe, centrándose, sobre todo, en la responsabilidad de todo bautizado de tener siempre muy presente su compromiso misionero.
En la presentación de los ponentes, el director nacional de las Obras Misionales Pontificias, el padre José María Calderón, recordó la necesidad de que los cristianos tomemos conciencia de que nuestro camino es un camino vocacional. “Somos cristianos por vocación, por llamada y por elección de Dios”, señaló, recordando que la vocación cristiana es vocación a la misión.
La hermana Xiaoli Zhao, Misionera de Cristo Jesús, de nacionalidad china, expuso el carisma de su vocación y de su congregación religiosa: “San Francisco Javier nos inspira en nuestra vida religiosa y misionera”, de ahí que “nuestro destino es llegar a los lugares donde Cristo no es conocido”. Recordó que ha tenido tres grandes gracias a lo largo de su vida. La primera fue su misma vida, ya que, para que ella naciera, sus padres desafiaron la política de un solo hijo, impuesta en China. La segunda gracia es que heredó la fe de sus padres, porque su familia es católica desde hace generaciones. La tercera gracia es la vocación misionera.
Mónica Marín García, la responsable de la Asociación Misionera Jatari, también valoró la gracia de haber recibido la fe de sus padres. No obstante fue a los 18 años cuando marchó a su primera experiencia de misión un verano. Fue a Rumanía, no a Etiopía… pero, “aún así, se me explotó la burbuja”, precisamente por ese “irse de casa para ir de misión”. Ya con 23 años partió de experiencia misionera a Perú durante dos meses. Allí sintió que pasaba de una llamada a la misión en general, a la respuesta del Espíritu Santo. Se trataba de “Quiero vivir en modo campamento todos los días de mi vida, vivir en modo misión y quiero hacer de altavoz de todo esto”. Fue entonces cuando llegó el covid, impidiendo los viajes fuera, pero no se podía quedar con todo esto dentro así que comenzó a hacer misiones en la misma España. Se dio cuenta de que igual que en Perú un misionero lleva muchos pueblos, también aquí sacerdotes hacían lo imposible para atender 20 pueblos en las sierras palentinas. Mónica explicó que “hay mucha gente que no conoce la misión” y que la vocación a ser laica es una vocación que hay que aceptar y discernir. “Vocaciones hay muchas, tantas como personas, pero hay mucho ruido en el mundo, y es complicado discernir” para elegir ser laico y misionero. Acabó citando el hermoso texto de la Carta a Diogneto: “Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres”, pero “son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo”.
El tercero en intervenir fue el padre Pablo Fernández Martos, sacerdote de la diócesis de Getafe, con 10 años de misión en Chile. Reconoció que la misión le ha perseguido. Nacido en una familia de profunda fe, a su padre se le encargó el grupo de misiones de la parroquia. Además estudió en los jesuitas donde se percibía el ambiente de misión. No obstante desde muy pequeño sintió la vocación sacerdotal, específicamente diocesana. No se veía como misionero, después de todo, se decía, “aquí hay menos cristianos que en Perú, y si me voy de misiones es para quedarme, y como no me voy a quedar no me voy”. Además, en ocasiones, cuando escuchaba testimonios de experiencias misioneras, “me parecía ‘turismo de pobres’ con las fotos”. Pero al final su vocación misionera nació de un convento de clausura. En una visita a la clarisas de Soria, había dos religiosas chilenas formándose. Mantuvo una amistad por correspondencia con ellas y las religiosas le invitaron a que fuera a visitarlas a Chile. No le pareció mal porque Chile no es el típico país de misión. Aquella experiencia le marcó. Conoció además al capellán de las religiosas que, con el paso del tiempo, se convirtió en el obispo de Villarrica. Volvió en varias ocasiones a Chile, pero fue este obispo el que le propuso para ser director espiritual del seminario. Así fue como vivió diez años en Chile siendo, sí, director espiritual, pero con la suerte de tener un abanico de misiones en capillas, cárceles, hospitales. Siempre ha sido consciente que “la misión es anunciar a Jesucristo, que es lo único que importa. Y es verdad, que anunciando a Jesucristo podemos ayudar a la gente de mil maneras”. Además en seguida te das cuenta de que “la misión te supera, que me queda un poco grande el traje de misionero. Pero al mismo tiempo te das cuenta de que en realidad no eres tú, sino que es el Señor el que la lleva adelante”. Y concluía: “Lo único importante para la misión es llenar el corazón de Dios y dejar que se desborde”.

