Igual que las penas con pan son menos, la tristeza despojada es más ancha
- On 19 de diciembre de 2022
OMPRESS-PERÚ (19-12-22) Iglesia en Camino, la publicación de la archidiócesis de Mérida-Badajoz, publica el testimonio del sacerdote diocesano César Luis Caro Puértolas, misionero en el Vicariato Apostólico de San José del Amazonas. Lleva como misionero en Perú desde septiembre de 2014.
“Tocan a la puerta de la casa por la mañana para que vayamos a un difunto. Eso descuadra la marcha del día, pero la muerte no se puede programar y siempre tiene guardadas maneras nuevas de sorprender y enseñar, registros de sentimientos tal vez antes no explorados. Estamos en Aucayo y llaman ‘al padre’.
Con el sol en todo lo alto, caminamos y llegamos a una vivienda muy modesta, en alto porque esa zona alaga, y lo que vemos al entrar nos conmociona. El cadáver está sobre la mesa, la única que se ve en toda la casa, seguramente donde comen. Es de un hombre de treinta y tantos años y está cubierto con una sábana color rosa, que solo le deja al descubierto medio rostro, la nariz afilada, los ojos perdidos y la tez cetrina propia de la muerte. A los costados, seis desvalidas velas. Hay unos cuantos niños sentados en un extremo de la estancia, junto a una cama sin colchón. Más allá, en otro cuarto, una hamaca colgada, ropa allí y acá, y la cocina asomando al fondo. Una pobreza que concuerda con el hecho de que el cuerpo siga sin ataúd a pesar de que han transcurrido muchas horas, pues el deceso aconteció de madrugada. Las calaminas del techo, demasiado bajas, desprenden un calor que vuelve el ambiente asfixiante.
La mamá de Denis se llama Olinda. Conversamos un poquito de pie, la voz instintivamente queda, así suele ser casi siempre, como si la muerte reclamase silencio. Escucho sobrecogido a esta madre de ocho hijos, deshecha pero serena. En su compostura, en su aguante, en su dignidad, veo la fuerza y la humildad de tantas mujeres que han padecido el ensañamiento de la injusticia. El dolor es indescriptible, pero ella ha remado ya tanto, está tan acostumbrada al sufrimiento (Isaías 53, 3), que parece insensible en su circunspección.
Pasa un rato hasta que nos decidimos a hacer una oración. Todavía van a esperar a mañana, a que lleguen familiares de lejos, para enterrarlo. Me preocupa que siga sin caja y les digo que, si no se consigue, nos avisen para dar un apoyo. Nadie dice nada mientras volvemos a la misión. Una desolación tan rotunda no deja resquicio. Las dentelladas de la penuria material, en momentos como este, añaden crueldad a la pérdida. Igual que las penas con pan son menos, la tristeza despojada es más ancha”.