Hoy se abre en la historia de la Iglesia una época misionera nueva
- On 6 de octubre de 2025
OMPRESS-ROMA (6-10-25) Ayer durante la Misa en San Pedro ante los peregrinos llegados para la Celebración del Mundo y de los Migrantes, el Papa León XIV dedicaba su homilía a la vocación misionera y al compromiso que exige en primera persona, al hacernos cargo, con la compasión del Evangelio, del sufrimiento del prójimo.
“Es una hermosa ocasión para reavivar en nosotros la conciencia de la vocación misionera”, comenzaba el Papa, una vocación “que nace del deseo de llevar a todos la alegría y la consolación del Evangelio, especialmente a aquellos que viven una historia difícil y herida”. Toda Iglesia es misionera, añadía, porque “el Espíritu nos manda continuar la obra de Cristo en las periferias del mundo, marcadas a veces por la guerra, la injusticia y por el sufrimiento. Ante estos escenarios oscuros, brota de nuevo el grito que tantas veces en la historia se ha elevado a Dios: Señor, ¿por qué no intervienes?, ¿por qué pareces ausente? Este grito de dolor es una forma de oración que permea toda la Escritura y, esta mañana, lo hemos escuchado del profeta Habacuc: «¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que tú escuches […] ¿Por qué me haces ver la iniquidad y te quedas mirando la opresión?» (Ha 1,2-3)”.
Antes estos interrogantes, León XIV recordaba que “hay una vida, por tanto, una nueva posibilidad de vida y de salvación que proviene de la fe, porque la fe no solo nos ayuda a resistir al mal perseverando en el bien, sino que trasforma nuestra existencia hasta hacerla un instrumento de la salvación que Dios sigue queriendo realizar en el mundo. Y, como nos dice Jesús en el Evangelio, se trata de una fuerza mansa, la fe no se impone con los medios del poder y en modos extraordinarios; es suficiente un grano de mostaza para logar cosas impensables, porque lleva en sí la fuerza del amor de Dios que abre caminos de salvación”.
“Es una salvación”, explicaba “que se realiza cuando nos comprometemos en primera persona y nos hacemos cargo, con la compasión del Evangelio, del sufrimiento del prójimo; es una salvación que se hace camino, de forma silenciosa y aparentemente ineficaz, en los gestos y en las palabras cotidianas, que son como la pequeña semilla de la que habla Jesús; es una salvación que lentamente crece cuando nos hacemos ‘siervos inútiles’, es decir, cuando nos ponemos al servicio del Evangelio y de los hermanos no para buscar nuestros intereses, sino sólo para llevar al mundo el amor del Señor”. Es con esta confianza, con la que “estamos llamados a renovar en nosotros el fuego de la vocación misionera”.
El Papa no dudaba en decir que “hoy se abre en la historia de la Iglesia una época misionera nueva. Si por un largo periodo hemos asociado la misión con el “partir”, el ir hacia tierras lejanas que no habían conocido el Evangelio o se encontraban en situaciones de pobreza, hoy las fronteras de la misión ya no son las geográficas, porque son la pobreza, el sufrimiento y el deseo de una esperanza mayor las que vienen hacia nosotros. Nos lo atestigua la historia de muchos de nuestros hermanos migrantes, el drama de su fuga de la violencia, el sufrimiento que los acompaña, el miedo a no lograrlo, el riesgo de peligrosas travesías a lo largo de las costas del mar, su grito de dolor y desesperación. Hermanos y hermanas, esas barcas que esperan avistar un puerto seguro en el que detenerse y esos ojos llenos de angustia y esperanza que buscan una tierra firme a la que llegar, no pueden y no deben encontrar la frialdad de la indiferencia o el estigma de la discriminación”.
Por eso, “la cuestión no es ‘partir’, sino más bien ‘permanecer’ para anunciar a Cristo a través de la acogida, la compasión y la solidaridad. Permanecer sin refugiarnos en la comodidad de nuestro individualismo, quedarnos para mirar a la cara a aquellos que llegan desde tierras lejanas y sufrientes, permanecer para abrirles los brazos y el corazón, acogerles como hermanos, ser para ellos una presencia de consolación y esperanza”.
Como exigencias de este momento, el Papa ponía, en primer lugar, la promoción de “una renovada cooperación misionera entre las Iglesias. En las comunidades de antigua tradición cristiana como las occidentales, la presencia de muchos hermanos y hermanas del sur del mundo debe ser acogida como una oportunidad, para un intercambio que renueva el rostro de la Iglesia y suscita un cristianismo más abierto, más vivo y más dinámico. Al mismo tiempo, cada misionero que parte para otras tierras, está llamado a habitar las culturas que encuentra con sagrado respeto, dirigiendo al bien todo lo que encuentra de bueno y de noble, y llevándoles la profecía del Evangelio”.
En segundo lugar, recordaba la importancia de las vocaciones misioneras: “Me dirijo en particular a la Iglesia europea. Hoy se necesita un nuevo impulso misionero, de los laicos, religiosos y sacerdotes que ofrezcan su servicio en las tierras de misión, de nuevas propuestas y experiencia vocacionales capaces de suscitar este deseo, especialmente en los jóvenes”.