Estoy fascinada por mi vocación misionera
- On 18 de marzo de 2024
OMPRESS-VENEZUELA (18-03-24) Las Misioneras de la Consolata comparten el testimonio de la hermana Yolanda Mancera. El testimonio de su vocación es elocuente de cara al especial Año de Acompañamiento y Discernimiento Vocacional que comenzará mañana la región de Colombia de esta congregación misionera. A partir de este 19 de marzo y durante un año, quieren acompañar a jóvenes en su proceso de discernimiento, crecimiento y maduración en el seguimiento de Jesús, ayudándoles a reconocer la llamada de Dios que los compromete con la misión de la Iglesia en el mundo. En este vídeo el misionero de la Consolata Óscar Medina explica la iniciativa. El testimonio de la hermana Yolanda muestra su fascinación por la vocación misionera:
“Soy Sor Blanca Yolanda Mancera Lombana, nacida el 4 de marzo de 1962 en un pequeño pueblo del centro de Colombia, llamado Quetame. A los 18 años respondí a la llamada de Dios, cuando apenas había terminado la escuela secundaria en Bogotá, entrando a la nueva familia de las Hermanas Misioneras de la Consolata. Desde el principio percibí que ese era mi lugar, aquí Jesús tenía planes maravillosos para mi futuro. Estaba feliz de estar aquí, feliz de responder con generosidad y toda mi vida al servicio de la Misión. Me enamoré profundamente de Jesús y de su Reino, y sentí que Nuestra Señora de la Consolata me tomaba delicadamente de la mano.
Entré en el Instituto de las Hermanas Misioneras de la Consolata y después de la formación inicial recibí como regalo el destino misionero entre el pueblo Yanomami de Brasil. Con ellos viví durante 10 años, que considero los más ricos, fértiles y especiales de mi vida. Me encantaba estar con ellos, me encantaba sentarme en el suelo junto a ellos para escucharlos, aprender su cultura y su idioma; fue hermoso y emocionante salir de casa y adentrarme en la espesa selva de árboles y vivir las más increíbles aventuras con los yanomami, recoger frutos silvestres, pescar en los pequeños ríos usando el método de dormir a los peces con una sustancia natural y luego capturarlos con la mano y ponerlos en cestas, era tan hermoso vivir con ellos las fiestas religiosas propias de su cultura. Me gustaban las reuniones, las asambleas con ancianos, mujeres y jóvenes, lo mucho que aprendíamos unos de otros. Fue difícil dejar esta misión, me había enamorado de la sencillez, la alegría, las celebraciones, la espiritualidad, etc. del pueblo, pero la obediencia me alejó de esta tierra y me pidió otro servicio. La Virgen de la Consolata que me había traído entre los yanomami, ella misma me llevó a otro lugar y con ella fui confiada y sin dudas.
Después de 10 años de servicio interno para mi familia religiosa, he salido de nuevo. Hoy vivo la misión en Venezuela entre los Pueblos Originarios de la Amazonía. Llegué en 2016, justo cuando Venezuela atravesaba la crisis más aguda de su historia, por a la situación política y social creada por la guerra de poder. Una vez más sentí la alegría de haber sido elegida por Dios para ofrecerme la oportunidad de ser un pequeño signo de consuelo entre los más vulnerables, los pobres, los niños, los indígenas… aquí puedo compartir el sufrimiento, las angustias, los miedos de la gente. Vivo junto a Hermanas muy comprometidas en el servicio amoroso de quien más la necesita, según la metodología y el carisma del Padre Allamano.
La ciudad donde me encuentro se llama Puerto Ayacucho, un pueblo fronterizo con Colombia. Pero puedo decir que no es un solo pueblo, hay muchos pueblos en una sola tierra. Aquí existen pueblos originarios Wuotthuja, Hoti, Baré, Ñeengatú, Tukano, Yekwana, Yanomami, Wayú, Jivi, Warequena, Baniva, Curripaco, etc. Todos provenientes de sus comunidades, que llegaron a la ciudad en busca de mejores oportunidades y ya no quieren irse, aunque tengan familiares en sus lugares de origen dentro de la selva.
He aquí nuestro desafío en la labor misionera en la pastoral indígena urbana: acompañarlos en sus dificultades, permanecer cerca en los momentos de alegría y de duelo, escucharlos cuando buscan a alguien con quien desahogar sus angustias, comprenderlos en el elecciones que toman, y todo esto, porque, al llegar a una ciudad que tiene poco o ningún interés por los pueblos originarios, tienen que valerse por sí mismos y vivir como ‘no indígenas’, aquí tienen que olvidar sus orígenes, su lengua y cultura, guardar silencio cuando violan sus derechos humanos. Ante esta realidad, en nuestro proyecto misionero les ofrecemos un ambiente seguro y sereno donde puedan reunirse, celebrar según sus culturas, hablar sus lenguas. Cuidamos del más frágil, especialmente niños, ancianos y mujeres embarazadas con una buena alimentación, favorecemos pequeños proyectos para que aprendan algún oficio para ganarse la vida. Cuidamos su vida espiritual, acercándolos a la Palabra de Dios, los sacramentos y las celebraciones religiosas. Estamos con ellos en todos los momentos que tienen necesidad, visitando constantemente a sus familias. Sobre todo, abriendo las puertas de nuestra casa y las puertas de nuestro corazón cada vez que buscan ayuda.
¡Frente a este panorama, podéis comprender por qué estoy tan fascinada por mi vocación misionera! ¡Qué bien me siento al quedarme en la ciudad de Puerto Ayacucho! ¡Qué feliz soy de dar mi vida día tras día, entre los pueblos originarios! Aunque con pocos recursos humanos y materiales, está Jesús para ofrecer, Él es el verdadero consuelo, en quien tengo toda mi fuerza. Nunca me he sentido sola en el camino, también porque nuestra Mamá Consolata me sostiene como solo ella sabe hacer.
En mi corazón hay mucha gratitud y hasta que Dios quiera estaré a su disposición y pido para que muchas jóvenes tengan hoy la valentía de responder a la llamada de Jesús, sin miedo, porque ofrecer la propia vida al servicio de los hermanos es un gran privilegio”.