“Esas almas que me tocan”

“Esas almas que me tocan”

  • On 7 de octubre de 2024

OMPRESS-TAIWÁN (7-10-24) El padre Vincent Balsan, es un sacerdote de las Misiones Extranjeras de París, que desde hace varios meses sirve en la parroquia de Nuestra Señora de Nansongshan, en Taipei, la capital de Taiwán. Es el tercer sacerdote francés que se hace cargo de esta comunidad. El padre Vincent describe en estas líneas cómo las almas de sus feligreses le tocan el corazón y el alma.

“Trabajo como pastor no falta, lo que me mueve más que nada es la esperanza que Dios me da cada día. Cuando estoy cansado, me digo a mí mismo que soy un trabajador emigrante, sano, llegado para hacer, por poco dinero, lo que la gente no quiere. Cuando estoy en buena forma, imagino que estoy haciendo realidad mi sueño universitario: ser directivo de empresas. Cuando oro, recuerdo que soy un siervo de Jesucristo y doy gracias por todas las almas que me ha confiado.

Estas son algunas de esas almas que me han impresionado especialmente. Madame Deng es una mujer de 50 años que lucha por recuperar la custodia de su nieto. Su propio hijo, en prisión, y su nuera no se hacen cargo del asunto y las relaciones familiares pasan todas por los tribunales. Tanto la salud como el nivel educativo del niño dejan mucho que desear. Madame Deng, bautizada de niña en la fe católica, después de un largo deambular por la religión popular (mezcla de taoísmo y otras creencias o supersticiones), regresó a la Iglesia gracias al apoyo del equipo parroquial de Saint-Vincent-de-Paul. Su frágil psicología la somete a una gran tensión en su lucha y me doy cuenta, poco a poco, de que probablemente no tendrá los recursos humanos y económicos necesarios para cuidar de su nieto. A veces amenaza con suicidarse, me bombardea muy a menudo con ráfagas de mensajes de texto, no siempre come muy bien, trabaja ocasionalmente, sobre todo, se pasa el tiempo visitando hospitales. Con el equipo de Saint-Vincent y varios feligreses, intentamos apoyarla lo mejor que podemos, orando por ella, consolándola, haciéndole recados e invitándola a hablar más con la trabajadora social. Cuando el domingo llega a misa, más tarde de lo previsto, entra orgullosa en procesión por la nave central, para situarse dignamente en primera fila.

Yi-Ru es el único no cristiano de su familia. Su hermano pequeño, bautizado el año pasado, es ahora monaguillo y asiste asiduamente al catecismo, donde felizmente encuentra a otros dos niños de su edad, un trío terrible que pone a prueba a los catequistas. Mientras veía la película Titanic, Yi-Ru empezó a pensar que cuando muriera, no querría separarse de su familia, y que la forma más segura de estar con ellos es pedir el bautismo. El único problema es que no tiene amigos en la parroquia y, cuando se levanta, hace tiempo que la misa ya ha terminado. Por ahora, me maravillo de su deseo y rezo para ver cómo, con su padrino, podemos hacerle más familiar la comunidad parroquial y darle el gusto por la oración.

Mamá Tu, fallecida a la hermosa edad de más de 90 años, es una buena representante de la sociedad taiwanesa y del contexto actual de la Iglesia católica. Por un lado, pertenece a la clase de personas de edad avanzada de la población, que no deja de crecer y que requiere la contribución decisiva de cuidadores extranjeros; por otro lado, forma parte del 10% de los antiguos feligreses diligentes, a quienes, debido a su falta de salud, es necesario llevar los sacramentos durante años, y cuyos hijos regresan poco a poco, pero de forma segura, al paganismo. Actualmente dedico dos tardes al mes a visitar a nuestros feligreses mayores. Cuando me doy cuenta de que no dedico tanto tiempo a los jóvenes, me cuestiono. Y, sin embargo, para estas personas que muchas veces han prestado servicio a la Iglesia hasta el agotamiento de sus fuerzas, existe el deber fraterno de acompañarlas. Los hijos de Mamá Tu ya casi no creen en Dios, ¿debería culparla? Una lectura del ‘Manual de supervivencia para parroquias’ de James Mallon, un sacerdote canadiense, me iluminó. Señala que los mismos niños, hace un siglo, seguramente habrían seguido la fe de su madre e incluso se habrían esforzado en transmitirla a sus propios descendientes. Hoy en día, las tradiciones, especialmente en materia de fe, ya no se transmiten automáticamente. Además, ya no se trata de pensar en términos de practicantes, sino de creyentes, no de ir a misa, sino de tener hambre de la Eucaristía, no de conocer la Biblia y el catecismo, sino de enamorarnos de Cristo. Un mes antes de su muerte, Mamá Tu estuvo lo suficientemente lúcida como para confesarse. Pude darle la extremaunción a tiempo. El coro parroquial estuvo presente en su funeral. ¡Debemos proclamar nuevamente a Jesucristo, debo recordar que para eso estoy aquí! ¡Oren por mí, para que nunca deje de anunciar la esperanza de Dios Salvador!”.

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