El viaje misionero a “Ecuador no ha acabado”
- On 26 de marzo de 2025
OMPRESS-ALCALÁ (26-03-25) Es lo que piensa y experimenta Alba Marín Valera, una chica de 18 años que participó en el Viaje Misionero del verano de 2024 organizado conjuntamente por la Delegación de Misiones de la diócesis de Alcalá y Grupos Misioneros del Hogar de la Madre. El testimonio de Alba que comparten desde Alcalá, es también una invitación a sumarse al Viaje Misionero a Ecuador 2025, cuya preparación ya está en marcha.
“Quién ha viajado de misiones a Ecuador queda marcado”, explica Alba. “Quedé impresionada por la pobreza material de la mayoría de lugares que visitamos en las provincias de Manabí y Guayas, que contrastaba con la alegría y la apertura de corazón de la gente a la que habíamos sido enviados para hablar. Además, siempre se nos recibía con un espíritu generosísimo, tanto es esto que muchas personas lo poco que tenían nos lo daban, y con todo el gozo del mundo.
Por otro lado, algunas de las chicas visitamos Samborondón, la zona «pelucona» (es decir, rica) de Guayaquil, puesto que las hermanas daban catequesis de confirmación en una parroquia. Quedamos en shock. Parecía que estábamos en Miami, pero solo habíamos cruzado un puente. Aun así, aunque los niños pareciesen adormecidos, se les veía a la legua una gran necesidad de Dios. Si no sed, como el resto de niños que habíamos conocido en el viaje, sí auténtica urgencia del amor de Dios, como todos.
Dos cosas voy a decir que me han marcado profundamente. Una es comprender que la voluntad de Dios es lo mejor para mí y que podré dar mayor gloria a Dios si la cumplo. Esto lo entendí, puesto que a mí me costaba muchísimo el hecho de tener que separarnos, las chicas del viaje misionero, en grupos más pequeños. Las hermanas lo organizaron así porque éramos muchas y en pequeños grupos podíamos abarcar muchos campos. Me costaba simplemente porque yo lo quería hacer todo. Un día concreto nos encontrábamos en Gómez, un pueblo entre Chone y Guayaquil, y debían mandar a algunas chicas a Río Plátano, una comunidad pequeña metida en la selva. Yo anhelaba ir, pero ahí comprendí que daba igual si domaban caballos salvajes, iban allí y convertían a toda la selva, puesto que lo mejor sería hacer la voluntad de Dios, que en mi caso era quedarme en Gómez. Por cierto, esos días en Gómez fueron el Cielo en la tierra.
La segunda cosa que me ha marcado fue conocer a Sarita. Sarita es una mujer de uno de los barrios de invasión de Guayaquil. Es una mujer muy pobre, de hecho antes de conocer a las hermanas vivía en casa de caña. Hace dieciséis años le diagnosticaron esclerosis y, al poco tiempo, quedó ciega y paralítica, en cama. Su marido la abandonó y la dejó sola con sus dos hijos de siete y cuatro años, lo cuales tuvieron que aprender a cocinar a través de las instrucciones de su postrada madre, a la vez de hacerse cargo de ella y de la casa. Me impresionó la grandeza de corazón de esta mujer, puesto que a pesar de vivir únicamente en su casa o en el hospital, sin poder salir por ella misma, tenía al mundo entero dentro de su corazón. Ella había sido evangélica, pero hacía cuatro años de su conversión al catolicismo y poseía una profunda fe.
Solo una cosa más: Ecuador no ha acabado. La situación exterior ha sido transformada, pero la interior, la donación total (o el intento constante) por Dios y por amor a las almas no se puede agotar, debe continuar. Ecuador no debe terminar hasta que lleguemos al Cielo”.
Para saber más sobre el Viaje Misionero a Ecuador 2025 aquí.