El “padre Riverito”, el misionero sencillo
- On 17 de octubre de 2022
OMPRESS-PERÚ (17-10-22) Este próximo jueves, día 20 de octubre, en la misma semana del Domund, en Chosica Perú, se celebrará una misa y la apertura del proceso de canonización del misionero agustino, Serapio Rivero, el conocido como “padre Riverito”, un santo de lo cotidiano, accesible y sin horarios para cualquiera que le necesitara. El acto tendrá lugar en la Parroquia de Santo Toribio, en Chosica, presidida por el obispo de Chosica, y con la presencia de muchos que le conocieron y apreciaron la santidad sencilla de este hombre de Dios.
El padre Serapio Rivero Nicolás, O.S.A., nació en Bercianos del Camino Real, provincia de León, el 14 de noviembre de 1917. Entrada en la Orden de San Agustín, hizo su noviciado y la Filosofía en Valladolid, y terminó la Teología en El Escorial, ordenándose sacerdote en 1942. Al año siguiente era destinado a Perú, a Chancay, donde los agustinos tenían un Seminario Menor. En marzo de 1944 se incorporaba a la comunidad de Chosica, a la que perteneció hasta su muerte el 24 de noviembre del 2002, fiesta de Cristo Rey, tras sufrir un cáncer de páncreas.
Los agustinos de Perú han hecho un esfuerzo por dar a conocer la figura de este agustino, “que hizo de la sencillez, camino de santidad”, con la publicación de un libro biográfico escrito por el padre Agustín Crespo Zumel, OSA. Este biógrafo recuerda que el “padre Riverito” No hizo “grandes cosas”, pasó de puntillas, sin hacer ruido, pero como recuerdan los que le conocieron, emocionaba oírle hablar de Cristo, su bondad apaciguaba, y se hacían filas interminables de personas cuando confesaba.
Pasó gran parte de sus años como misionero en el aula, patios y capilla del Colegio Santa Rosa de Chosica. Fue durante casi treinta años capellán de las Religiosas Salesianas de Chosica, vicario parroquial de las parroquias de San Fernando o la de Lourdes, pero, sobre todo, de Santo Toribio de Mogrovejo. En esta parroquia, donde el jueves se dará inicio a su proceso de canonización, durante años celebró todos los días la misa vespertina, previo rezo del Santo Rosario, y donde confesaba.
Era un hombre de una franca sonrisa que translucía bondad y paz, dice su biógrafo. Una persona que impactaba solo con su presencia. Hablar con él animaba a quienes le escuchaban a ser mejores, y se hacía posible ser santos de manera sencilla. Como él.