El gran milagro de los misioneros es el amor y la esperanza que reparten y multiplican
- On 27 de febrero de 2025
OMPRESS-CÁCERES (27-02-25) El obispo de Coria-Cáceres, Mons. Jesús Pulido, recuerda, en una carta con motivo del Día de Hispanoamérica de este domingo, la figura de San Juan Macías, el famoso santo extremeño, y también peruano, protagonista del milagro del arroz ocurrido en la localidad pacense de Olivenza en 1949.
“El próximo 2 de marzo es el día de Hispanoamérica. La Iglesia en España da gracias y pide por sus misioneros, especialmente en el continente americano. Hay más de cuatro mil misioneros españoles en América latina, que, junto con el anuncio del Evangelio, han llevado también un mensaje de esperanza. El lema para esta jornada es: ‘Historia de esperanza’. Cinco siglos han pasado desde el comienzo de la evangelización del Nuevo Continente, y ahora ya son muchos más lo que vienen que los que van: alrededor de 1.500 misioneros extranjeros –un 10% del total de sacerdotes– recorren los caminos de la vieja España predicando la fe que recibieron.
En nuestra diócesis se reunirán el día 28 de febrero en Gata los sacerdotes procedentes de otras tierras que se han integrado en nuestro presbiterio, que actualmente son diez aproximadamente, y las religiosas extranjeras que se han incorporado a la diócesis.
En la provincia eclesiástica, celebraremos el Día del Misionero Extremeño el próximo sábado 1 de marzo de 2025 en Ribera del Fresno (Badajoz), localidad natal de San Juan Macías (1585-1645), de cuya canonización, que tuvo lugar el 28 de septiembre de 1975, hace ahora 50 años.
Las Delegaciones de Misiones de Mérida-Badajoz, Plasencia y Coria-Cáceres han querido así destacar la figura de este insigne misionero extremeño que vivió a caballo del siglo XVI y XVII. En aquel tiempo, no hubo solo grandes conquistadores de nuevas tierras como Francisco Pizarro, Hernán Cortés; no solo hubo comerciantes en oro o especias que hicieron las Américas y se enriquecieron sobre manera. También hubo evangelizadores que, obedeciendo el mandato de Jesús, anunciaron la Buena Nueva de la salvación hasta el confín del mundo conocido. San Juan Macías pertenece a este último grupo.
Buscando los ‘cielos nuevos y la tierra nueva’, se embarcó hacia Lima, donde descubrió su vocación y vistió el hábito de hermano lego en la Orden de Predicadores cuando contaba ya treinta y siete años. No fue nunca superior, ni intelectual, ni predicador como los grandes padres dominicos del momento. Durante 25 años fue el portero de su convento. Al estilo de San Martín de Porres del que fue amigo, desempeñó siempre las tareas más humildes y, sin embargo, toda la ciudad, y hasta el mismo virrey, buscaban su compañía y su consejo.
En Lima era frecuente que pobres, enfermos o gente de la calle tocase la puerta del convento en busca de ayuda. Había quienes llamaban directamente a fray Juan Macías, pidiendo pan, pero también ánimos para su vida.
Sus devotos suelen llamarlo cariñosamente hasta hoy “el ladrón del purgatorio”, porque San Juan Macías se distinguió siempre por la oración de intercesión, pidiendo para los demás más que para él mismo, y especialmente por los difuntos, por aquellos que no pudieron morir en gracia. Desde su más tierna infancia, mantuvo la buena costumbre de rezar diariamente el Rosario con esta finalidad.
Llama la atención que los milagros atribuidos a san Juan Macías son sencillos y para los sencillos como los del Evangelio: para hacer caridad a los necesitados, para dar de comer como la multiplicación de los panes y los peces, como la pesca milagrosa del Señor. Fray Juan Macías recorría las calles pidiendo limosna para los pobres, y, cuando no podía salir, enviaba a su burrito, al que había amaestrado para tal fin.
De esta naturaleza fue también el famoso milagro del arroz que le valió la canonización en 1975, tres siglos y medio después de su muerte. Ocurrido el 23 de enero de 1949 en la localidad pacense de Olivenza, el milagro consistió en que, con solo tres tazones de arroz, unos 750 gramos, que pusieron en una olla pequeña pudieron comer todas las personas necesitadas del pueblo, más de 200, y sobró para llevar a las casas y almacenarlo en ollas mucho mayores.
El gran milagro de los misioneros es el amor y la esperanza que reparten y multiplican con el anuncio del Evangelio allá por donde pasan, especialmente entre los más desfavorecidos de la tierra. La esperanza es la certeza de la fe extendiéndose en el tiempo: Dios no abandona a su pueblo y está siempre atento a sus necesidades. Y el amor es la respuesta a la fe extendiéndose a toda la humanidad sufriente.
Desde nuestra diócesis se fletarán varios autobuses el día 1 de marzo para facilitar la participación de cuantos quieran en esta jornada del misionero extremeño que nos llena de esperanza por lo que damos y también por lo que recibimos de las misiones.
Con mi agradecimiento y oración diaria por los extremeños que van al mundo entero a predicar el Evangelio, y mi bendición para todos”.