Dos cartas de recuerdo y cariño a un misionero anciano
- On 13 de junio de 2024
OMPRESS-ASTORGA (13-06-24) La Delegación de Misiones de Astorga ha compartido dos cartas de felicitación de cumpleaños, 89, dirigidas al padre Manuel Uña, religioso dominico y misionero de la diócesis de Astorga. Regreso hace un tiempo de su querida Cuba por razones de salud, pero quienes le conocieron no le olvidan. El lunes, 10 de junio, el padre Manuel cumplió 89 años.
Marina Menéndez Quintero – La Habana, 2 de junio de 2024. “Entre los muchos legados que ha dejado el padre Manuel Uña en Cuba, uno ha sido fundamental para que se conformase esta estela de cariño y gratitud tan amplia con que lo recordamos quienes le conocimos: su oído atento, que le permitió escuchar, como si usara un estetoscopio, y posibilitó su ‘reconocimiento del otro, más allá de sus condicionamientos culturales o ideológicos’, algo que él ha considerado fruto mismo de su tarea y ojalá sea una marca a seguir para todos, de una orilla u otra, de un lado u otro.
Me lo comentó durante una entrevista realizada a propósito de la Conferencia Magistral que dictó en la Universidad de La Habana –justa elección de su persona– cuando se conmemoraron los 293 años de existencia de esa casa de estudios. Y he conseguido hallar toda la dimensión de la expresión ahora, algún tiempo después, cuando su ausencia en la Isla nos sigue dejando un hueco en el corazón, y repaso aquel encuentro que me lo pone delante, con su chaleco oscuro y sus mangas blancas, sus lentes y su sonrisa, para hurgar más profundo en su pensamiento.
Releer sus frases y analizarlas con calma me demuestra que es un libro de enseñanzas, y me ayuda a explicarme esos atributos que han hecho de él un párroco con tan extensos afectos y profunda admiración sembrados aquí, más allá de los feligreses que le conocieron en su iglesia del nuevo San Juan de Letrán o en el Centro de Estudios Fray Bartolomé de las Casas, que fundó y dirigió y ha sido otra importante obra que lo coloca como fiel exponente y seguidor de los predecesores a quienes debemos, precisamente, nuestra primera Universidad en Cuba.
A la locuacidad, desenfado, buen humor y amplísima cultura que hace del diálogo con el padre Uña un momento inolvidable que una quiere repetir –‘la vida se define, no por el tiempo que pasa, sino por la calidad de los encuentros’, me había advertido– se ha unido esa convicción de la necesidad de estrechar lazos y abrir los corazones con las puertas. Así pude descubrir una Iglesia que no es solo institución sino, y más que ello, expresión de una convicción comunitaria que puede permitirnos, a creyentes y no creyentes, caminar juntos, algo que con tanta fe consigue cada día el quehacer del Papa Francisco, y de lo que la ejecutoria del padre Uña es viva muestra. Él expresó durante aquel, nuestro encuentro, de una manera puntual: ‘Escuchar me compromete a acompañar a las personas en su propio camino humano y espiritual. Caminar cerca de todos, aprendiendo el lenguaje de los más jóvenes que me ayudan a no envejecer demasiado pronto; de los más débiles, que me enseñan a ser agradecido; de los no creyentes, que me muestran lo imprescindible que es ser creíbles’. Padre Uña, Ud. lo ha conseguido. Por todo ello me permito felicitarle y desearle una aún más larga vida en este nuevo cumpleaños. Es algo que, estoy segura, muchos en Cuba quisieran hacer. Pudiera ser yo su vocera”.
José Luis Peláez – Madrid, 4 de junio de 2024 “Querido padre Uña: Te escribo hoy esta carta para felicitarte en tu cumpleaños, pues cumples, este 10 de junio, 89 años. Te hubiese escrito, como otras veces, a tu correo personal. Pero esta vez me han pedido por sorpresa que lo haga a través de una publicación.
Pensé que debía escribirte, con gratitud, en nombre de mi familia, en cuyo seno te he conocido, y a la que, a lo largo de tantos años, has proporcionado auxilio y protección espiritual. Sé que tu misión en la Iglesia ha sido más amplia y más compleja. Pero también que has formado parte de la biografía íntima de numerosas familias, en las que has dejado impresa, ya para siempre, la trayectoria de tu vida consagrada. Entraste en mi familia por la puerta del chalet de mis abuelos, en Almería. Entonces mi abuelo sufría un cáncer avanzado. Era y había sido un hombre religioso. Yo lo recuerdo apenas. Lo recuerdo serio, afectuoso, de sonrisa liviana. Y años más tarde supe que, en aquel trance, rezaba incansablemente el rosario en su despacho. Y tú viniste, padre Uña. Te trajo consigo el menor de sus hijos, que era estudiante. Y te presentó como un dominico amigo suyo, pues debías tener, más o menos, su misma edad. Y te dejó allí, al lado de su padre, que se moría.
Yo era entonces muy pequeño y no supe muy bien lo que ocurría en aquella casa. Otras tragedias golpearían durante esos años de mi infancia a mi familia, y te unirían más a ella. Recuerdo sobre todo a mi primo Enrique, Enriquito, quien con siete u ocho años padecía una enfermedad que lo obligaba a guardar cama. Se trataba de una enfermedad grave, que avanzaba, y que le conduciría a una muerte prematura. Durante meses tú estuviste con él, a la cabecera de su cama, hablándole a solas. Nadie de mi familia alcanzaba a conocer como tú la experiencia interior de ese niño tan bueno. Y todos sabíamos eso, que en el corazón del sacerdote, que mediaba ante Dios, y se presentaba en su nombre, se reservaban los secretos más preciados e importantes de la vida. Y Dios se sentía agradecido por ello.
De todos los detalles de entonces, de todas las circunstancias en las que estabas, en las que aparecías, destacaría tu sonrisa. Pues eras un fraile muy sonriente. Y tenías el privilegio además de gozar de un aspecto muy agraciado. De verdad. Lo confesaban mis primas más chicas, no te miento. Yo guardo las fotos de las primeras comuniones. Te parecerá una tontería, pero lo que más envidiaba en ellas era el hábito dominicano, en miniatura, con el que estrenaban la comunión. El hábito más inmaculado, más precioso. Pues tú eras de esa Orden que se distinguía por llevar el hábito más bonito. A los ojos de un niño era así. Si yo hubiese sido sacerdote o fraile, lo que seguramente imaginaba alguna vez, habría escogido ser dominico solo por eso. Y por la ráfaga de alegría que dejaba, a su paso, tu sonrisa. Cuando pienso en tu vida, padre Uña, pienso en tu vida como en una plegaria. Como en una plegaria abierta infinitamente a Dios.
Muchas veces me pregunto cómo es posible que la ausencia de Dios, siendo infinito, quepa dentro de nosotros. Y por qué ha elegido precisamente su ausencia para instalarse y manifestarse en ella. Por eso, cuando en Almería pasabas a nuestro lado, y éramos niños, con tu hábito blanco y negro de dominico, algo se conmovía en nuestros corazones. El rumor, acaso, de una plegaria infinita. El deseo incipiente y puro de un resplandor sagrado.
Partiste como misionero hacia Cuba, un país que se alejaba activamente de la Ciudad de Dios, como en tantos sitios ayer y hoy.
Tenías entre manos una misión delicada y casi imposible: despertar y promover la fe sin molestar a nadie. Pero tú sabías que Dios te había llevado allí y que tenía sus razones. Poco a poco esas razones fueron abundando y dando su fruto. Sin saberlo, ibas dejando tras de ti la estela del amor y la caridad. Me contaste que, un día, un responsable del partido al que te unía una honda amistad, te advirtió de la crisis económica que se avecinaba, del llamado ‘período especial’. Y te aconsejó volver a España. Tú te dirigiste a él llamándole por su nombre. Y le respondiste lleno de convicción: ‘Es cierto que yo vine a esta isla por decisión propia, pero ha sido Dios quien me ha traído a ella’. Y él te abrazó entonces, como diría César Vallejo, ‘emocionado… emocionado…’ ¿Cómo no has de sentir ahora, allende el mar inmenso, este nuevo destierro interior? Pero, a pesar de todo, con la docilidad que te caracteriza, sé que, en tu fuero íntimo y claro, estás contento con tu suerte. Pues ha sido el mismo Dios que te condujo allí, el que te ha traído aquí de nuevo. Y Él es, definitivamente, tu verdadero exilio y tu patria verdadera.
Celebra, padre Uña, tu nuevo cumpleaños en la residencia de la Virgen del Camino, al abrigo y amparo de tu madre del cielo. Déjate cuidar por los médicos y por tu familia. Y si miras hacia adelante o hacia atrás, sonríe íntimamente, como has hecho siempre”.