Diseñar nuevos mapas de esperanza, carta apostólica del Papa
- On 29 de octubre de 2025
OMPRESS-ROMA (29-10-25) El Papa León XIV acaba de publicar la carta apostólica “Diseñar nuevos mapas de esperanza”, dedicada a la educación, cuando se cumplen 60 años de la declaración Gravissimum educationis, del Concilio Vaticano II. Y es que la educación forma la trama misma de la evangelización.
Aquel texto del Concilio, dice el Papa al comenzar su carta, recordaba “a la Iglesia que la educación no es una actividad accesoria, sino que forma la trama misma de la evangelización: es el modo concreto con el que el Evangelio se convierte en gesto educativo, relación, cultura”. El Evangelio no envejece y “cada generación lo escucha como novedad que regenera”. En un ambiente educativo complejo y fragmentado como el de hoy, el Papa León XIV invita a pararse y mirar “la cosmología de la paideia cristiana: una visión que, a lo largo de los siglos, ha sabido renovarse”, porque “la historia de la educación católica es “la historia del Espíritu Santo en acción. La Iglesia es «madre y maestra» no por supremacía, sino por servicio: genera fe y acompaña el crecimiento de la libertad”.
La carta hace un recorrido desde los Padres del Desierto que enseñaron sabiduría y “redescubrieron el camino de lo esencial, de la disciplina de la lengua y del cuidado del corazón”, a San Agustín que integró “la sabiduría bíblica en la tradición grecorromana”, tocando después el monacato que preservó las obras clásicas, o la creación de las universidades que nacieron “del corazón de la Iglesia”, y el pensamiento especulativo que nació de ellas y “encontró en la mediación de las órdenes mendicantes la posibilidad de estructurarse sólidamente y proyectarse hacia las fronteras de las ciencias”. No olvida tampoco la Ratio studiorum que fundió la tradición escolástica “con la espiritualidad ignaciana, adaptando un programa de estudios tan complejo como interdisciplinario y abierto a la experimentación”. “Consciente de que la alfabetización y el cálculo son dignidad incluso antes que competencia” San José Calasancio abrió escuelas gratuitas para los pobres. Una labor educativa con nombres apellidos, como San Juan Bautista de La Salle y sus Hermanos de las Escuelas Cristianas; San Marcelino Champagnat y los maristas, San Juan Bosco y los salesianos. Todo ello sin olvidar a mujeres valientes como Vicenta María López y Vicuña, Francesca Cabrini, Giuseppina Bakhita, María Montessori, Katharine Drexel o Elizabeth Ann Seton”.
Y es que, señala el Papa, “la educación cristiana es una labor coral: nadie educa solo. La comunidad educativa es un «nosotros» donde el docente, el estudiante, la familia, el personal administrativo y de servicios, los pastores y la sociedad civil convergen para generar vida”. Y aquí la cuestión de la relación entre fe y razón no es un capítulo opcional: “la verdad religiosa no solo forma parte del conocimiento general, sino que es condición del mismo”, en palabras de San John Henry Newman, el santo cardenal inglés al que el Papa León XIV ha declarado, junto con Santo Tomás de Aquino, copatrono de la misión educativa de la Iglesia.
“La formación cristiana”, continúa el texto, “abarca a la persona en su totalidad: espiritual, intelectual, afectiva, social y corporal. No contrapone lo manual a lo teórico, la ciencia al humanismo, la técnica a la conciencia; por el contrario, exige que la profesionalidad esté imbuida de una ética, y que la ética no sea un concepto abstracto, sino una práctica cotidiana. La educación no mide su valor únicamente en función de la eficiencia: lo mide en función de la dignidad, la justicia y la capacidad de servir al bien común. Esta visión antropológica integral debe seguir siendo la piedra angular de la pedagogía católica”. Por eso “la escuela católica es un ambiente en el que se entrecruzan fe, cultura y vida”.
No obstante, el Papa recuerda que “la familia sigue siendo el primer ámbito educativo. Las escuelas católicas colaboran con los padres, no los sustituyen, porque el deber de la educación, especialmente la religiosa, recae sobre ellos antes que sobre cualquier otro”.
La contemplación de la creación ha sido parte esencial de la tradición filosófica y teológica cristiana, donde el estudio de la naturaleza también buscaba desvelar las huellas de Dios (vestigia Dei) en nuestro mundo, de ahí que “olvidar nuestra humanidad común ha generado divisiones y violencia; y cuando la tierra sufre, los pobres sufren aún más. La educación católica no puede permanecer en silencio: debe unir la justicia social y ambiental, promover la moderación y los estilos de vida sostenibles, y formar conciencias capaces de elegir no solo lo conveniente, sino también lo justo”.
El Papa habla de la constelación educativa, porque “el mundo educativo católico es una red dinámica y diversa: escuelas y colegios parroquiales, universidades e instituciones de educación superior, centros de formación profesional, movimientos, plataformas digitales, iniciativas de service-learning y pastorales educativas, universitarias y culturales. Cada ‘estrella’ tiene una luminosidad propia, pero todas juntas trazan un rumbo”.
El Papa propone tres prioridades. La primera hace referencia a la vida interior: “los jóvenes exigen profundidad; necesitan espacios de silencio, discernimiento y diálogo con su conciencia y con Dios”. La segunda apunta a un uso racional de la tecnología y la IA, “priorizando a la persona sobre el algoritmo y armonizando la inteligencia técnica, emocional, social, espiritual y ecológica”. La tercera se refiere a la paz desarmada y desarmante: “eduquemos en lenguajes no violentos, reconciliación, puentes y no muros”.
Por eso, concluye el Papa en su carta, “pido a las comunidades educativas: desarmad las palabras, elevad la mirada, custodiad el corazón”, haciendo suya la exhortación del apóstol Pablo, debéis brillar “como lumbreras del mundo, manteniendo firme la palabra de la vida”. (Fil 2,15-16).

