Dilexit nos, cuando el amor de Cristo nos hace misioneros

Dilexit nos, cuando el amor de Cristo nos hace misioneros

  • On 25 de octubre de 2024

OMPRESS-ROMA (25-10-24) La nueva encíclica del Papa Francisco es un verdadero canto al amor de Jesús, simbolizado en su Corazón, en su costado abierto en la cruz, “manantial de vida”. Muestra cómo el “amor por amor” se prolonga en el amor a los hermanos, en el vivir la dimensión misionera de nuestro amor a Cristo.

La encíclica fue anunciada por el Papa Francisco el pasado junio, mes tradicionalmente dedicado a la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. El Papa reconoce que ha cultivado desde muy joven una particular devoción por el Sagrado Corazón de Jesús, y ha querido dedicarle esta encíclica en la celebración del 350 aniversario de la primera manifestación del Sagrado Corazón de Jesús a Santa Margarita María Alacoque, en 1673. Lejos de ser un texto devocional intimista, aunque en sus líneas recorre la experiencia de intimidad con Jesús de numerosos santos, “Dilexit nos”, como no podía ser de otra manera con ese “nos amó” inicial, apunta a la respuesta – consuelo, ofrenda, misión– al amor del Corazón de Jesús. Se trata de “enamorar al mundo”.

La encíclica comienza considerando en su primer capítulo “la importancia del corazón” y “¿qué expresamos cuando decimos ‘corazón’?”. Es la base para el segundo capítulo, “Gestos y palabras de amor”, los de Cristo hacia nosotros: “El Corazón de Cristo, que simboliza su centro personal, desde donde brota su amor por nosotros, es el núcleo viviente del primer anuncio. Allí está el origen de nuestra fe, el manantial que mantiene vivas las convicciones cristianas”. Ese amor que brota de su corazón, escribe el Papa Francisco, Cristo “lo mostró en sus gestos”, en su mirada, en sus palabras en el Evangelio. La Iglesia como se explica en el tercer capítulo, “Este es el corazón que tanto amó”, tomó conciencia desde el primer momento del triple amor de Cristo. Primero “el amor divino infinito que encontramos en Cristo”; segundo, la dimensión espiritual de la humanidad del Señor en la que el corazón es símbolo de su caridad, y, tercero, su amor sensible. Y, señala el Papa, “es enseñanza constante y definitiva de la Iglesia que nuestra adoración a su persona es única, y comprende inseparablemente tanto su naturaleza divina como su naturaleza humana”. Algo que supo expresar muy bien San Juan de la Cruz, “el Infinito de algún modo se abaja para que a través del Corazón abierto de Cristo podamos vivir un encuentro de amor verdaderamente mutuo”.

La cuarta parte de la Encíclica, “Amor que da de beber”, es un recorrido de la espiritualidad y devoción al Corazón de Cristo en la historia y peregrinar de la Iglesia. Así, desde los Santos Padres, sobre todo San Agustín, recorre las figuras de los santos y místicos que han permitido la difusión de esta devoción al Corazón de Cristo: San Francisco de Sales, el momento decisivo con Santa Margarita María Alacoque, San Claudio de La Colombière, San Carlos de Foucauld y santa Teresa del Niño Jesús, sin olvidar la espiritualidad ignaciana de los Ejercicios Espirituales. Una devoción que va íntimamente unida al consuelo de este Corazón, “ofendido por los pecados y la ingratitud de los hombres”.

El Papa Francisco no duda en rogar “que nadie se burle de las expresiones de fervor creyente del santo pueblo fiel de Dios, que en su piedad popular intenta consolar a Cristo. E invito a cada uno a preguntarse si no hay más racionalidad, más verdad y más sabiduría en ciertas manifestaciones de ese amor que busca consolar al Señor que en los fríos, distantes, calculados y mínimos actos de amor de los que somos capaces aquellos que pretendemos poseer una fe más reflexiva, cultivada y madura”.

“Dilexit nos”, llega en su última y quinta parte, “Amor por amor”, a lo que podría decirse que es la respuesta a ese Corazón “entregado hasta el extremo”. La lectura del Evangelio nos hace reconocer “que la mejor respuesta al amor de su Corazón es el amor a los hermanos, no hay mayor gesto que podamos ofrecerle para devolver amor por amor”, apunta el Papa. Y no basta con una reparación meramente externa, social, “si cada uno piensa en sus propios pecados y en sus consecuencias en los demás, descubrirá que reparar el daño hecho a este mundo implica además el deseo de reparar los corazones lastimados, allí donde se produjo el daño más profundo, la herida más dolorosa”.

“La luminosa espiritualidad de santa Teresa del Niño Jesús”, la Patrona de las Misiones, ayuda a reflexionar sobre cómo devolver amor por amor. Ella hace la “ofrenda al amor” que cita el Papa: «Me ofrezco como víctima de holocausto a tu Amor misericordioso, y te suplico que me consumas sin cesar, haciendo que se desborden sobre mi alma las olas de ternura infinita que se encierran en ti, y que de esa manera llegue yo a ser mártir de tu amor, Dios mío». La encíclica aclara que “es importante advertir que no se trata solo de permitir que el Corazón de Cristo extienda la belleza de su amor en el propio corazón, a través de una confianza total, sino también que a través de la propia vida llegue a los demás y transforme el mundo: «En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor […] ¡¡¡ Así mi sueño se verá hecho realidad…!!!». Los dos aspectos están inseparablemente unidos”.

El capítulo culmina recordando la dimensión misionera de nuestro amor al Corazón de Cristo: “La misión, entendida desde la perspectiva de la irradiación del amor del Corazón de Cristo, exige misioneros enamorados, que se dejan cautivar todavía por Cristo y que inevitablemente transmiten ese amor que les ha cambiado la vida. Entonces les duele perder el tiempo discutiendo cuestiones secundarias o imponiendo verdades y normas, porque su mayor preocupación es comunicar lo que ellos viven y, sobre todo, que los demás puedan percibir la bondad y la belleza del Amado a través de sus pobres intentos”. En resumen: “Hablar de Cristo, con el testimonio o la palabra, de tal manera que los demás no tengan que hacer un gran esfuerzo para quererlo, ese es el mayor deseo de un misionero de alma”.

El Papa Francisco, en un gesto muy suyo, cambia a un estilo más directo, dirigido al fiel cristiano que lee la encíclica: “De alguna manera tienes que ser misionero, como lo fueron los apóstoles de Jesús y los primeros discípulos, que salieron a anunciar el amor de Dios, salieron a contar que Cristo está vivo y que vale la pena conocerlo. Santa Teresa del Niño Jesús lo vivía como parte inseparable de su ofrenda al Amor misericordioso: «Quería dar de beber a mi Amado, y yo misma me sentía devorada por la sed de almas». Esa también es tu misión”.

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