De perros y gatos, y otras historias etíopes

De perros y gatos, y otras historias etíopes

  • On 13 de junio de 2023

OMPRESS-ETIOPÍA (13-06-23) Este es el título de la última carta, del misionero Paul Schneider, sacerdote de la diócesis de Getafe, en la que cuenta sus últimas andanzas en su misión del Valle de Lagarba, Etiopía, y el verdadero regalo que han sido para él los cinco años que lleva ya allí.

“Le pido al buen Dios que nos conceda tener un corazón de niño. Nada podemos sin Él, y con Él todo lo podemos. Nuestro vigor es limitado, nuestros propósitos son relativos, pero nuestra alma existe para siempre, y en Él debe descansar, recuperar la identidad, recobrar fuerzas y reanudar el camino. Somos sus hijos, y vamos a su encuentro. Nuestra vida es tanto más emocionante cuanto más nos asociamos a sus propósitos eternos.

Mis años de misión aquí son un regalo y una lucha. Ejercicio físico, religión, aprendizaje y experiencia. Caminatas, trayectos en la camioneta, ritos sacramentales, bendiciones de hogares, procurar mejorar la vida de la gente, descubrir formas nuevas de ayudar a mis vecinos, dedicar fuerzas y horas del día a los cultivos, los árboles, los animales. Ahora más que nunca doy gracias a Dios por haber creado a los perros y a los gatos, y os diré por qué. Estas criaturas han convivido con nuestra especie durante milenios, y nuestro desarrollo, salubridad y seguridad se han visto fortalecidos gracias a ellos. Los gatos son los mejores cazadores de ratas y ratones, que aquí abundan, y estos roedores omnívoros, además del perjuicio que causan en las cosechas, graneros y gallineros, por sus mordeduras transmiten enfermedades a los humanos, y son portadores de pulgas. Se cree que la peste negra, que diezmó a la población europea en el s. XIV, probablemente vino por las picaduras de pulgas que traían las ratas y los marinos en los navíos mercantes procedentes del lejano oriente.

Una gran ventaja de tener coche –soy el único de todo el valle de Lagarba que tiene coche propio, mi pequeña Toyota Hilux D4D–, es que puedes llevar perros y gatos, sin los riesgos de ir con ellos en transporte público, sin las quejas de otros pasajeros o las objeciones del conductor. Resulta que en las ciudades perros y gatos –con dueño o callejeros– abundan, pero en esta zona rural escasean, porque hay depredadores, como las hienas, los zorros, y pequeños linces. En varias ocasiones he traído, además de personas y materiales para la misión, gatos y perros desde las ciudades Addis Abeba o Dire Dawa, y he ido repartiendo los gatos, por ejemplo, a vecinos míos que tenían este problema de las ratas en sus casas. Antes la familia se pasaba la noche mal durmiendo, por el ruido de las ratas corriendo de un lado a otro dentro de la casa, comiéndose el maíz almacenado con tantos meses de trabajo y esfuerzo, y eventualmente mordiendo a alguien. Al tener un gato, los maullidos ya de por sí ahuyentan a las ratas, y las que no huyen son cazadas.

También he traído a la misión y he repartido perros de varios tipos, cachorros y mayores, hembras y machos. Los perros ayudan en el pastoreo, alertan de intrusos, ponen su vida en riesgo para salvar y proteger ovejas y cabras, tienen un fuerte sentido del territorio y de la propiedad, y hasta darían su vida por sus amos. En campos cercanos a las faldas de los montes, hay pequeños monos (cercopiteco verde) que descienden en manada desde las cárcavas en lo alto de los montes, como en la zona de Jille, y si no hay niños o adultos o perros vigilando permanentemente los cultivos, los monos acaban con el sorgo, el maíz, los cereales, las frutas, todo. Una tarea tan aburrida, como es pasarse el día espantando a los monos, los perros lo hacen encantados, les sale instintivo, correr y ladrar, y para el dueño de ese cultivo es un alivio. Los monos no pueden ser eliminados, son especie protegida por el gobierno etíope, hay que ahuyentarlos constantemente. Y aunque las hienas no son especie protegida, su desaparición provocaría otros males, porque consumen carroña que podría ser fuente de enfermedades para animales y personas.

No os cuento todo esto de los perros y gatos y otras fieras por hacer un elogio de estos seres, o porque me maraville una vez más de que Creador haya provisto al hombre de estos ayudantes, y de la armonía y complejidad que todo ello tiene. Os lo cuento porque, viviendo aquí en Lagarba, en la Etiopía rural, me doy cuenta de lo necesarios que son para los humanos, prácticamente imprescindibles para nuestra supervivencia, nuestro bienestar y nuestra cultura. Dios ha dado al hombre ingenio para sobrevivir y usar sabiamente la naturaleza, y tiene que arreglárselas con lo que hay, someterla para que rinda fruto, y todo sea lo más eficiente posible. Lo contrario de maltratar a los animales no es mimarlos con juguetes y tartas de cumpleaños, sino educarlos, poner límites, adiestrarlos con paciencia, con repetición diaria, darles el agua y la comida a sus horas, evitarles sufrimientos innecesarios, para que estén sanos y cumplan su función. Esto se aplica al ganado (vacas, ovejas y cabras), a los equinos (burros, mulos y caballos), y a nuestros queridos caninos y felinos. Pensad un momento: sin los burros y otras bestias de carga, por ejemplo, ¡qué penoso hubiera sido el avance de la civilización! Y aquí en Lagarba seguimos sirviéndonos de los burros diariamente, yo mismo poseo una burra con su pollino a escasos diez metros de mi casa. El contacto con animales está tan arraigado en nuestra naturaleza, que los psicólogos actuales siguen estudiando esta vía para ayudar a personas con TEA, Trastorno del espectro autista.

No os lo conté, pero hace unos meses, cuando estaban a buen precio, compré en el mercado de reses de Bedessa 6 bueyes de una vez. Los bueyes son propiedad de la misión, pero los cedemos durante dos años al cuidado y para el uso de agricultores particulares, vecinos nuestros de confianza. Los dejamos en buenas manos, con quienes van a estar bien tratados y alimentados. Y, ¿para qué los necesitan ellos? Para arar la tierra, con un arado tipo romano. Aquí el hombre que tiene tierras pero no tiene al menos un buey, lo tiene muy difícil para cultivar, y sus opciones de siembra serán muy limitadas, o los frutos serán muy escasos, o el gasto de pedir a otros que aren tu tierra apenas se compensará con la venta de los frutos finales. Siempre se ara aquí con un yugo de dos bueyes, y si me dejas tu buey para que junto al mío pueda arar mi tierra hoy, mañana te dejo el mío para que puedas arar tú tu tierra con ambos. Después de dos o tres años, estos vecinos nos devuelven un buey que ha comido bien, que ha trabajado y que ha desarrollado al máximo su musculatura y osamenta, y está listo para su última fase, de engorde, dentro del establo. Ya os dije una vez que aquí, el único camino agropecuario para salir de pobres, el negocio más rentable, es la venta de ganado mayor, porque vienen desde Addis Abeba hasta estos mercados rurales para comprar, y si no tienes prisa para vender, puedes esperar a cuando los compradores que vienen de la ciudad están más desesperados por hacer negocio, en vísperas de fiestas religiosas o del Año nuevo, y tras mucha negociación compran a regañadientes al precio que tú pongas, y así se nivela un poco la fuerte economía urbana con nuestra pobre economía rural. Actualmente tenemos dentro del terreno de la misión tres bueyes preciosos en su última fase, en un par de meses los venderemos a su precio máximo. Nuestros católicos y demás vecinos están orgullosos, y más que satisfechos, de cómo Shawle y yo estamos administrando y cuidando los bienes de la misión, procurando que haya beneficios, evitando al máximo que haya pérdidas por dejadez de los que vienen a ayudar o de aquellos a los que asalariamos puntualmente, combatiendo los reveses del clima, todo para que la misión tenga rentas, igual que una familia de aquí. Como blanco urbanita sin experiencia del campo y de la cultura local, al principio tienes todos los elementos en contra para meterte en estos líos, pero con mucha paciencia e interés por el asunto, vas teniendo tablas. Shawle, gracias a Dios, siempre me aconseja acertadamente. Veréis, cuando empecé en esta misión, me di cuenta de que, para esta gente, para estos campesinos católicos que trabajan literalmente con el sudor de su frente para sobrevivir, alimentar y educar a sus hijos, si no eres capaz de poner en orden la economía y hacer que la tierra de la misión produzca sus rentas, para la mayoría de ellos careces de autoridad y experiencia humana, por muchos libros que hayas leído. Serás muy sacerdote y te respetarán por ello, y algunos recibirán los sacramentos con devoción, pero en general te sentirán desconectado o desafectado de su mundo, de su modo de vivir, y eso se trasladará a las relaciones con ellos. Lo mismo que conocer su lengua es importante, también lo es conocer por experiencia su cultura, su modo de vida, mancharse las manos, saber los nombres de árboles y plantas, y el modo en que cuidan de sus animales, lo que los animales comen y lo que rechazan, y dónde están los mejores pastos, saber de sus labores y de la jerarquía de precios y valores de animales, plantas, campos y productos en general.

El cultivo del café es otra opción, puede ser una buena fuente de ingresos, pero necesitas muchas manos y muchas plantas de café para hacerlo rentable, y es un mercado con más restricciones legales. También está legislado el comercio del khat o chat, muy lucrativo y muy abundante en nuestra zona. El khat es un árbol o arbustos de hoja perenne, y es una droga natural, se mascan las hojas tiernas y se tragan, funciona como un estimulante, tiene los mismos efectos que las anfetaminas. Para algunos se convierte en una fuerte adicción que puede degenerar en episodios psicóticos y hasta causar ansiedad y depresión, o hay personas muy viciadas que cuando no consiguen su cantidad diaria no tienen motivación para estudiar, trabajar, o el esfuerzo que se requiera; en ese sentido el khat es una lacra. Para muchos otros, es la rutina diaria para animarse, como el café de la mañana, y en nuestra zona de Harar, como en el Yemen, está muy arraigado socialmente, es parte de la cultura y de la tradición, está presente en todas las reuniones y celebraciones. Todos los adultos y jóvenes de mi zona en Lagarba, ya sean cristianos o musulmanes, hombres o mujeres, consumen khat diariamente. Rara es la persona, por motivos de salud o alguna promesa religiosa que haya hecho, que no consume. Solo para los sacerdotes cristianos –católicos u ortodoxos– está culturalmente prohibido, y eso obviamente me incluye a mí. Como es adictivo, y hoy en día se cultiva intensivamente en esta zona, si tienes un gran campo de khat tienes que vigilarlo de noche, porque cuando está en su punto óptimo de maduración, cuando está listo para vender a un intermediario, es un objetivo favorito de pillos y ladrones. Yo no condeno el khat, como tampoco hay que prohibir el alcohol por ley, pero hay que predicar la libertad, y ser honestos con nosotros mismos y saber si nos hemos vuelto esclavos de un vicio, por mucho que nuestra tradición cultural lo apruebe y fomente.

La disciplina y la moderación son necesarias en todo: en la familia, en los recursos naturales, la alimentación, el trabajo, los negocios, las relaciones entre vecinos, las fiestas y celebraciones, en los conflictos y en la justicia. Con disciplina se cultiva la higiene, la buena educación, los gestos nobles, la generosidad. Si cuidas y educas, y acostumbras bien, cosechas lo que has sembrado, y cuanto más se mantienen esas costumbres, más se fomenta la cultura de la vida. Un tío mío, ateo, una vez me decía que qué bien nos lo hemos montado los curas, pues vendemos en nuestros sermones un producto perfecto, ‘El Cielo’, que ni se ve ni se puede disfrutar hasta que nos morimos. O sea, un negocio redondo. Para mí sin embargo no es así: de ser así, las normas de la religión serían una carga pesada, un yugo insoportable, y los consuelos de la religión serían una huida irreal, un ‘opio’ falso y efímero. Al contrario, la verdadera religión consiste en saborear y dar a probar el Cielo por medio de los bienes de la tierra, en acercar el Cielo a la gente, hacerles recordar las delicias del paraíso, mejorar sus condiciones materiales, y compartir lo que se tiene, comer y vivir lo mejor que se pueda, cuidar lo mejor posible nuestros cuerpos y nuestras almas, tratar a los demás con toda la dignidad que se merecen, honrar la Verdad y dar culto al Padre. La Biblia está llena de referencias a la ‘tierra que mana leche y miel’, los dones que debemos disfrutar y compartir, ‘el trigo, el mosto y el aceite’, las casas de cedro y de piedra, los pozos y las huertas y los viñedos, la Ciudad que nos llena de alegría cuando pisamos sus umbrales. También se habla de jóvenes que sueñan revelaciones, ancianos que profetizan, y mujeres que anuncian la salvación, y maestros auténticos de Israel que, como Nicodemo o José de Arimatea, sacan del arca lo antiguo y lo nuevo. Dice Jesús, ‘todo escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es semejante al dueño de una casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo’ (Mt 13, 52). Pones a disposición de los demás todos tus talentos, tu influencia, tus capacidades, energías y recursos, y eso te llena de alegría, y haces felices a los demás.

Ahora que vivo en Etiopía, muy a menudo me pienso en el rey Salomón, y su encuentro con la Reina de Saba, a quienes los etíopes tienen veneración, pues la reina Azeb, como la llaman aquí, dio a luz a Menelik (siglo X a.C.), primer emperador de la dinastía abisinia, el fundador de su imperio, su cultura y la legitimación de su ascendencia mesiánica y sus raíces bíblicas como pueblo de Dios. Un salmo dice misteriosamente, ‘Etiopía extienda sus manos a Dios’ (Sal 68, 32). Esta reina es mencionada por el mismo Cristo: ‘La reina del Sur se levantará en el Juicio contra esta generación y la condenará; porque ella vino de los confines de la tierra a oír la sabiduría de Salomón, y aquí hay alguien que es más que Salomón’ (Mateo 12,42 y su paralelo Lucas 11, 31, haciendo referencia al encuentro de Salomón con la reina Azeb – 1 Reyes 10 y a 2 Crónicas 9). El rey Salomón había heredado de su padre David un reino unificado, una corte llena de orden y esplendor, riquezas incontables, y tuvo el privilegio de perfeccionarlo todo y construir el templo de Jerusalén. La reina etíope peregrinó desde el sur con todo su séquito, y admiró la sabiduría del rey, sus discursos, la organización de su reino y sus celebraciones, y le hizo regalos, ‘ciento veinte talentos de oro, gran cantidad de aromas y piedras preciosas. Nunca llegaron aromas en tanta abundancia como los que la reina de Saba dio al rey Salomón’ (1Re 10, 10). Y –aquí viene lo interesante–, según la historia etíope, la reina Azeb quedó embarazada del rey Salomón en esa visita, y años después Menelik hizo un viaje a Jerusalén para conocer a su padre, y furtivamente se trajo de vuelta a la ciudad de Axum, capital de su imperio, en el norte de Etiopía (actual Tigray), la mismísima Arca de la Alianza, que para nosotros occidentales es ‘el Arca perdida’. Y para los etíopes aquí sigue, soterrada bajo la iglesia ortodoxa de Axum. El último emperador etíope, Haile Selassie (1892-1975), que fue una figura icónica y promovió la modernización del país, mantenía los títulos mesiánicos ‘Rey de reyes, Señor de señores, León de la Tribu de Judá’, por ser considerado por todos los etíopes descendiente de Salomón, hijo de David, el Ungido (Cristo) de Dios. A pesar de seguir siendo hoy Etiopía un país pobre, conocer esta historia inspira y motiva mucho para trabajar sin denuedo por civilizar, humanizar y deificar el mundo. Fascina descubrir que el cristianismo y la fe bíblica no la introdujeron en África los misioneros europeos del s. XIX, sino la mismísima Reina de Saba mil años antes de Cristo, el eunuco etiope, ministro del tesoro de la Reina Candaces en el siglo I, (Hch 8, 27ss), y misioneros de Alejandría de Egipto y del Imperio Romano en los tiempos de la iglesia primitiva, como el siro-fenicio san Frumencio –aquí llamado ‘Fromenatos’, o ‘Abba Salama’– (siglo IV), y los Nueve Santos (siglo V). Incluso en este lugar pobre y perdido, para la transmisión de la fe yo me veo a mí mismo como un eslabón muy pequeño, me siento un instrumento casi insignificante, comparándome con el peso de la historia y de la tradición, lo que Dios viene haciendo en África durante treinta siglos para la expansión de su Reino.

Con los proyectos no he parado. Como me veo más limitado de dinero, el proyecto del puente lo tengo que dejar para más adelante, y utilizar más racionadamente los recursos y las donaciones. Aunque no me da para hacer un puente, algo tenía que hacer, y en estos días de junio, con la ayuda de un ingeniero y un constructor, estoy haciendo unas rampas de hormigón armado, de unos 15 metros de longitud cada una, a cada lado del río Lagarba, para poder cruzar el río sin grandes dificultades. Cada rampa de hormigón tendrá sus muros de contención a cada lado. He estado cruzando el río con mi camioneta durante un año y medio ya, y he descubierto que el mayor problema no es vadear el río en sí, pues el suelo del cauce bajo el agua –o la ‘cama menor’ del río– es arenoso y con piedras y no tiene gran profundidad, o sea que las ruedas no se hunden fácilmente ni el agua llega al motor. El problema siempre ha sido salir del río cuando ha llovido y la tierra de las márgenes está embarrada y resbaladiza. Un día, por ejemplo, tras muchos intentos frustrados de intentar salir del río y patinar en la cuesta embarrada, sólo pude sacar el coche con la ayuda fortuita y generosa de unos 40 hombres y niños ayudando a los lados, cavando con picos y palas, añadiendo piedras, ramas y esparciendo tierra seca en los primeros metros del lado del río, para que las ruedas agarraran en tracción L4 y la camioneta pudiera subir y salir del río. Estas rampas, además, tendrán por su nuevo trazado un menor desnivel, y por su relieve rugoso se asegurará la tracción de las ruedas. Si Dios quiere y las lluvias no lo impiden, estarán terminadas antes del fin de este mes de junio, y las posibilidades de transporte, el tránsito de las motos y de la ambulancia publica, y de mi propio coche, se verán enormemente mejoradas, y podré salir de la misión, aunque haya llovido o aunque esté lloviendo. Con pequeños proyectos, todo va a mejor, estoy contento por estas cosas, os doy las gracias una vez más por todas vuestras colaboraciones, por pequeñas que sean. Recordad que las donaciones a mi misión tienen desgravación fiscal, como donación a la Iglesia Católica (a mucha gente esto les sirve para la Declaración de la Renta, mi amigo Eduardo Vilela prepara el certificado para Hacienda a quien lo pida) y si tenéis ganas de ayudar económicamente pero no tenéis capacidad en este momento de vuestra vida para hacerlo, siempre podéis recomendarlo a amigos y animarles a que donen, y me hacéis un gran favor. Es la cuenta de siempre, que incluyo al final de este mensaje, y lo donado va íntegro, al 100%, para mi misión y mis proyectos. Siempre procuro, con toda mi capacidad, dar el mejor uso posible a las donaciones que recibo, para el desarrollo y el bienestar, la salud y la educación de mi gente aquí. Agradezco mucho a mi querida Diócesis de Getafe, al Obispado, que me sigue ayudando, y me cubre todos mis gastos personales, y me sobra.

El niño de la foto con los gatos se llama Yonas Anbesaw, tendrá unos 11 años, y viene muchos días a la misión, a ayudarnos y a pasar el día. Sabe todo sobre el campo y el trabajo y hasta hacer la comida, y valoro mucho su ayuda. Debería ir a a la escuela, pero no le permitieron cambiarse a la escuela de Kirara, y este año se quedó en tierra de nadie, hasta septiembre. Vive muy cerca de la misión, con sus padres y hermanos, hace un año les ayudé a hacer su casa con tejado bueno, y esta familia es una bendición para mí y para la misión, para los que viven conmigo: Fikere, Adamu, Shawle y Demmelash. La madre, Lishan, viene cada dos o tres días y nos hace la injeera, el pan de aquí. El padre, Anbesaw, nos ayuda con muchas tareas o nos trae leche o un poco de khat, y los chicos –Shambel, Yonas y Habtamu– saben hacer de todo, son muy despiertos y obedientes, a ellos les he regalado dos gatos, para que su casa esté bien protegida. Lo mejor de la misión no son los animales, ni los proyectos, ni los hermosos atardeceres del campo africano. Lo mejor es la relación con las personas, y la oración, la relación con nuestro Creador.

Este año 2023 no iré a España, o sea que no nos veremos. Os encomiendo siempre. Pedid por mí en el altar”.

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