Cuando ser hermanos en Cristo exige tu sangre
- On 10 de julio de 2024
OMPRESS-BURUNDI (10-07-24) Fue en los años noventa, en el contexto del “genocidio de Ruanda”, de la “tragedia de los Grandes Lagos”, y de todas las secuelas que siguieron y pasó en Buta, una localidad del sur de Burundi, en un seminario, relativamente pequeño, que solo tenía 40 seminaristas, pero que eran la esperanza de esta diócesis burundesa.
Fue el 30 de abril de 1997. Los seminaristas intentaban seguir sus vidas de formación, estudio y preparación al sacerdocio con normalidad, en medio de noticias de muertes y violencia. Se oían relatos de ataques, de matanzas, de odio. Burundi, como Ruanda y parte del Congo, la región africana conocida como los Grandes Lagos, estaba sufriendo desde 1994 tragedia tras tragedia. Dos razas, los hutus y los tutsis, que habían vivido durante siglos en la misma zona, comenzaron a exterminarse unos a otros. Era el fruto de años y años de rencores, muchos de ellos exacerbados por el colonialismo europeo, que en este país africano impuso el “divide et impera” de los romanos. Los seminaristas, aquel 30 de abril, se levantaron como cada mañana, se asearon, hicieron sus oraciones, asistieron a Misa, desayunaron y empezaron sus clases. Un día normal en la vida de estos chicos de entre 16 y 24 años que tenían la ilusión de ser sacerdotes y vivir para Cristo.
De repente se oyeron gritos, ruidos, disparos. Un numeroso grupo armado se presentó delante del seminario. Entraron por la fuerza y sacaron a todos los seminaristas a la calle. Tras el susto inicial, les dieron unos minutos para que se separaran entre hutus y tutsis. Los cuarenta jóvenes y sus formadores hablaron entre sí y, de manera unánime, a pesar de saber con certeza lo que les iba a ocurrir, se negaron de modo rotundo y valiente a separarse. Cristo les había unido en la caridad, y “quién nos separará del amor de Cristo”, decía San Pablo. Unos momentos de perplejidad y duda en los asaltantes y después la brutalidad. Los asesinaron a todos, hutus y tutsis, mezclando su sangre, la sangre de inocentes.
Después de esta tragedia, en los terrenos del seminario se construyó un santuario dedicado a estos mártires de la fraternidad. Lo acaba de visitar el padre Yoland Ouellet, Misionero Oblato de María Inmaculada y director nacional de las Obras Misionales Pontificias en Canadá. Cuenta que durante su reciente visita a los seminarios de Burundi, pudo acercarse a Buta. Vio que “varios jóvenes de escuelas secundarias cercanas habían venido para su misa mensual” y cómo “cada domingo, son jóvenes seminaristas quienes dirigen las celebraciones en el santuario, cada vez más frecuentado por todos los habitantes de Burundi y de los países vecinos. Creo sinceramente que la sangre de los jóvenes mártires se ha vuelto una bendición para todos los jóvenes del país”, reconocía el padre Ouellet. Algo que se nota en los seminarios de Burundi
El Seminario San Carlos Lwanga de Bururi, el heredero de Buta, está lleno. De hecho hay sacerdotes de Bururi en otros países africanos, y en Bélgica, Francia o en el Canadá francófono. El seminario de la Sagrada Familia de Mugera, que en 2026 celebrará su centenario está también lleno. El de Juan Pablo II en Gitega acoge a 120 seminaristas, muchos de ellos a punto de ordenarse sacerdotes, a los que, en las clases, se suman otros sesenta religiosos en formación que envían sus congregaciones. El seminario mayor Santo Cura de Ars en Bujumbara tampoco tiene ya espacio. Las Obras Misionales Pontificias están ayudando a construir un nuevo edificio que acoja más seminaristas. Ahora suma 116. Al entrar en su capilla, cuenta el padre Ouellet “pude ver a Cristo en el fresco gigante que decía: ¡Os haré pescadores de hombres! Luego otro que dice: ¡La cosecha es mucha! Puedo dar testimonio de verdad que en Burundi la cosecha, fruto de una gran evangelización pastoral entre los jóvenes, es abundante, y que la pesca se extiende más allá del territorio de este pequeño país tan generoso en vocaciones misioneras”.