Celebrando a “Nyaatha”, la misionera piadosa

  • On 14 de noviembre de 2025

OMPRESS-KENIA (14-11-25) Las Misioneras de la Consolata comparten cómo vivieron la celebración de la Beata Irene Stefani, “el ángel de los pobres”, en Gikondi, en la archidiócesis de Nyeri, Kenia, el lugar donde esta misionera entregó su vida a los demás, hasta el punto de “morir por amor”. En la celebración se dieron cita miles de cristianos, de cerca y de lejos, devotos de “Nyaatha”, “madre piadosa” en la lengua local kikuyu, que cantaron y alabaron sus virtudes heroicas con discursos, experiencias, oraciones y cantos compuestos allí para ella.

La celebración tuvo lugar el 31 de octubre, fiesta de la beata. En Gikondi, mientras caminaban en procesión, cuentan las hermanas, el Arzobispo de Nyeri, Mons. Anthony Muheria, invitó a todos a entrar en la realidad que vivió la hermana Irene, a caminar sobre la misma tierra sobre la que ella había caminó, por las colinas por las que sigue caminando hoy, a dialogar con ella, a pedir su intercesión. La procesión partió de la parroquia de Gikondi y llegó al pueblo, donde se celebró la misa. El lema de la celebración fue “El amor por encima de todo”. El amor, en efecto, impulsó a la hermana Irene a recorrer montañas y valles, inclinándose sobre los más pequeños para darles una oportunidad. Sus gloriosas botas podrían describir los pasos que daba en un día. Un momento muy emotivo de la celebración fue el testimonio de quienes recibieron la gracia y la curación milagrosa por intercesión de la beata Irene. Dos adolescentes —un chico y una chica— que ya no podían caminar, recibieron la gracia de volver a hacerlo. Por este motivo, la reliquia de la Hermana Irene fue llevada entre la gente para que pudieran rezar y pedir gracias especiales.

Irene Stefani, con 19 años de edad abandonó su pueblo de Anfo, en la provincia italiana de Brescia, donde ya era conocida como “el ángel de los pobres”, para unirse a las Misioneras de la Consolata en Turín. Allí fue acogida por el mismo fundador, San José Allamano. Llegada a Kenia, en 1915, la joven Irene se consagró como enfermera a cuidar de las víctimas de la Primera Guerra Mundial, en los grandes hospitales levantados en Kenia y Tanzania. Pasó días y noches en las grandes tiendas de campaña donde se amontonaban hasta dos mil enfermos y heridos. Eran indígenas movilizados para defender las fronteras coloniales. En Nyeri fallecería sin haber dejado de caminar para ayudar a quien la necesitase. Por eso se dijo, cuando falleció, que “el amor la había matado”.

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