Bruno Delorme, sacerdote, joven y misionero ad vitam
- On 16 de septiembre de 2020
OMPRESS-BIRMANIA (16-09-20) Sacerdote de las Misiones Extranjeras de París (MEP), este joven francés ha pasado cinco meses como misionero en Myanmar, la antigua Birmania, haciendo realidad su vocación de misionero ad vitam. Bruno sigue los pasos de decenas de misioneros de la Misiones Extranjeras de París, que marcharon con destino a Birmania en el ochocientos y en el novecientos. Recuerda que gracias a los esfuerzos de dos sacerdotes de las Misiones Extranjeras de París, Paul Bigandet (1813-1894) y Alexandre Cardot (1857-1925), se levantó la catedral de la Inmaculada Concepción de Yangon a finales del siglo XIX. Es un gran edificio neogótico consagrado en 1911, en un país predominantemente budista.
Más de 100 años después, el joven padre Bruno continúa la labor de aquellos que, llenos de amor por la misión – y en ocasiones respaldados por la oración de quienes quedaban atrás, como Santa Teresita del Niño Jesús – partieron “a las misiones de Oriente”. Ordenado sacerdote el 29 de junio de 2019, el padre Bruno Delorme, de 35 años, fue enviado a Birmania “ad vitam”. En los muros de la sacristía, en la Catedral de la Inmaculada Concepción, se alinean retratos de sus antecesores. Esto no se le escapó al padre Bruno Delorme, “en todas las parroquias donde estuvieron presentes los padres de las Misiones Extranjeras de París, vemos esta alineación de rostros”, uno al lado del otro, en orden cronológico. Los más antiguos son retratos de “viejos padres europeos con sus grandes bigotes y sus largas barbas” y, después, están los retratos de sacerdotes birmanos. En cierto modo, dice Bruno, esto resume la misión que la Iglesia Católica encomendó a las Misiones Extranjeras de París hace más de 350 años: llevar el Evangelio a los países de Asia y formar un clero local. Hoy, hay 700 sacerdotes locales para 700,000 católicos (es decir, el 1% de la población).
Han pasado cinco meses desde que el joven sacerdote llegara a su país de adopción. Por el momento, vive en Yangon antes de ser enviado a alguna parte remota del país. Como sacerdote de las MEP, tiene tres años, al comienzo de su misión, para aprender la cultura y el idioma del país; el idioma es el primer “desafío misionero”. “Un maestro birmano me dijo que para un occidental que comienza a aprender, se necesitan al menos tres años para escuchar la diferencia entre diferentes tonos”. Aprender el idioma “te permite entrar en una cultura. Cuando entendemos la estructura de un idioma, entendemos la estructura del pensamiento, de la espiritualidad de un pueblo, de un país, es un tesoro, es una necesidad”.