Bodas de diamante de un misionero en Tailandia
- On 12 de noviembre de 2024
OMPRESS-TAILANDIA (12-11-24) El padre Ángel Becerril, sacerdote palentino y misionero del Instituto Español de Misiones Extranjeras, el IEME, recibía este pasado sábado un homenaje por sus 60 años como sacerdote en la catedral de Udon Thani, Tailandia. En su vida misionera ha unido Zimbabue con Tailandia. Desde el año 1964 hasta el 1991 estuvo como misionero en el país africano, para partir aquel año a su actual país de misión, por lo que ha dedicado su vida a dos Iglesia jóvenes de dos continentes, sirviendo a los más pobres, anunciando la buena nueva y creando comunidades y discípulos misioneros.
Hace unos años el padre Ángel escribía una carta artículo con el título “Me toca ser simplemente rocío”, recogía su propio camino misionero. Un camino inspirador:
“En mi anterior parroquia vivió una familia con dos hijas. A la primera le dieron el nombre de Rocío (en tailandés Namkhan) y cuando vino la segunda la llamaron Lluvia (Namfon).
En contraste con el orden en que vinieron las dos hijas de esta familia, en mi vida de misionero primero llegó la etapa de la lluvia con abundantes actividades misioneras en África donde se ve nacer y crecer a las comunidades como las plantas del huerto al contacto con el agua que desciende del cielo. En muchas partes de África la vida cristiana corre abundantemente como agua que llena ríos y pantanos. Esa lluvia que desciende sobre la montaña y riega los campos está empezando a producir ya frutos maduros en aquel continente: Una Iglesia joven pero dinámica.
Mi segunda etapa de misionero por estas tierras de Tailandia es la del ‘rocío’. Quizá sea esta la palabra que puede describir al misionero que ahora soy: rocío. Tenemos misioneros de la palabra, misioneros itinerantes, liberadores, misioneros de los areópagos modernos de los medios de comunicación, los sembradores y ejecutores de proyectos, etc. A mí me toca ahora ser simplemente rocío. ‘Seré como rocío para Israel; él florecerá como el lirio y hundirá sus raíces como el Líbano’ (Oseas 14,6). En aquellas tierras desérticas del Medio Oriente una gota de rocío tiene tanto valor como un pantano repleto de agua. La flor languidece cuando le afecta el sol tropical, el bochorno de las tentaciones o persecuciones, la sequía de unos cielos adornados por nubes estériles.
Cada mañana me hago esta pregunta: ¿Cómo puedo ser yo hoy rocío para las personas en mi entorno?
Veo languidecer las ilusiones de muchos jóvenes que llevados por los vientos de esta sociedad de cambios repentinos caen en la cuneta con su educación truncada y son lanzados a un mercado laboral inestable y opresor. Jóvenes parejas fracasadas y frustradas. Ancianos en soledad a quienes la nueva sociedad ya no acompaña como era la tradición de los antiguos. La flor que languidece rebrota con el rocío, se refresca, cobra vida y belleza. Ahí tengo yo una tarea que cumplir: ser rocío que reconforta.
El rocío no es como los ciclones que azotan con tanta frecuencia a países como a nuestro vecino de Filipinas. Su llegada no es repentina ni acompañada de truenos, no quebranta la hoja con su peso, se deja transformar en vapor invisible con el calor del día… pero se deposita nuevamente sobre las mismas hojas todas las mañanas. Sin ruido se hace presente cada día desde antes de la aurora.
Y cuando yo mismo experimento que mi flor se marchita y languidece acudo antes de que salga el sol a Quien es el verdadero rocío que me puede transformar en lirio para el jardín de este mundo; ‘como el lirio entre los cardos’, que recitaba el poeta del Cantar de los Cantares”.