Beatificación de los misioneros “mártires del Zenta”
- On 1 de julio de 2022
OMPRESS-ARGENTINA (1-07-22) Mañana serán beatificados en la localidad argentina de Orán, el sacerdote Pedro Ortiz de Zárate y el religioso jesuita Antonio Solinas, martirizados por las tribus Tobas y Mocovíes en el Valle del Zenta, en el norte de Argentina, cerca de la actual frontera con Bolivia.
La ceremonia comenzará a las 10:00h en el Parque de la Familia, de San Ramón de la Nueva Orán, Salta, y estará presidida por el Prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, el cardenal Marcello Semeraro. Fue el 13 de octubre de 2021, cuando el Papa autorizó a esta Congregación la promulgación de los Decretos relativos al martirio de los dos siervos de Dios Pedro Ortiz de Zárate y Juan Antonio Solinas SJ.
La historia de estos mártires de la fe se remonta a 1683 cuando en el Valle de Zenta, a 3 kilómetros de Pichanal, en el lugar que ocupa actualmente la capilla de Santa María, fueron asesinados, junto a sus acompañantes criollos y aborígenes (dos españoles, un mulato, un negro, una mujer indígena, dos niñas y 16 aborígenes). Los dos sacerdotes se internaron en la zona del Chaco salteño, con el objetivo de llevar la Palabra de Dios a los pueblos originarios, pero fueron martirizados por las tribus Tobas y Mocovíes. Un grupo de 500 aborígenes masacraron a los misioneros con garrotes y decapitándolos.
Los restos del vicario don Pedro Ortiz de Zárate fueron llevados a la catedral de Jujuy y los del padre Solinas a la iglesia matriz de Salta, la antigua iglesia jesuita de calle Caseros y Mitre, donde fue enterrado cerca del altar. Los demás quedaron enterrados en el sitio de su martirio. El martirio tuvo lugar en la tarde del miércoles 27 de octubre de 1683. Existe la tradición popular desde hace muchísimos años, y coincidiendo con la fecha del martirio, de realizar una peregrinación desde Pichanal hasta el lugar de martirio presidida por el obispo de Orán.
Antes de empezar la expedición misionera que les llevaría al martirio, ambos misioneros consideraron que se necesitaría un tercer acompañante, dada la ingente labor de evangelización que se les ofrecía. Escribieron por ello al provincial de la Compañía de Jesús, describiendo las cualidades que debía tener ese misionero, cualidades que, en verdad, eran las suyas propias: “primero, debe ser totalmente desprendido del mundo y bien resuelto en los peligros y dificultades; segundo, su caridad debe ser suma, para nada miedoso, con un rostro alegre, un corazón amplio, sin escrúpulos impertinentes, porque debe tratar con gente desnuda… Su Reverencia no debería enviar a quien no tuviera tales cualidades, porque sería más un peso que una ayuda”.