Aventura misionera por el Alto Napo

Aventura misionera por el Alto Napo

  • On 1 de julio de 2024

OMPRESS-PERÚ (1-07-24) César Luis Caro Puértolas es un sacerdote misionero que partió al Vicariato Apostólico de San José del Amazonas, en la Amazonía peruana, en 2014. Allí trabaja codo con codo con el también misionero español Mons. José Javier Travieso, obispo de este vicariato peruano. César Luis ha escrito a su diócesis de Mérida-Badajoz, contando uno de los viajes misioneros. Le ha puesteo como título “Aventura por el Alto Napo”, el gran afluente del Amazonas que recorre los territorios amazónicos de Perú y Ecuador.

“Ese es el apelativo que se merece este recorrido por el país kichwa”, dice César haciendo referencia al título de este relato, “días –que se me han quedado cortos– de encuentro directo con las comunidades, el combustible principal para el corazón de un misionero.

En cada pueblito hubo bautismos; hechos a su manera, con sus símbolos: el achiote con que marcan la frente de los wawakuna y son así recibidos en la comunidad, el santo wira para ungir el pecho de los bautizados… Eso es tarea de una mujer (warmi), y a continuación un ruku (anciano, sabio) va pasando y hace el soplo sobre la coronilla de los niños para sanar, liberar de malos espíritus, dejar espacio a Sumak Samay (el Espíritu Santo). Además del agua y la luz, todavía faltará que otra warmi coloque una pizca de sal (cachi) en la boca de los neófitos para que se conserven en la fe y para que hagan que la vida sea como tiene que ser, muestre su sabor genuino.

Como se ve, es una celebración sinodal (tukuy parihu) donde cada cual tiene su papel y todos intervienen. El Bautismo acá va mucho más allá del aspecto meramente religioso, hunde sus raíces en lo profundo de esta cultura porque es la palanca del compadrazgo: el vínculo sagrado entre familias, el parentesco espiritual cargado de responsabilidades y obligaciones recíprocas bien serias.

La celebración del Bautismo es el momento para tratar problemas y situaciones de la cruda realidad cotidiana. Son poblaciones pequeñas, casi totalmente abandonadas por el Estado, donde no hay electricidad, ni agua potable, ni saneamientos; con una precaria atención a la salud y escuelas catastróficas. Y además amenazadas por los depredadores de la selva: madereros, mineros, petroleros. Gente sin escrúpulos que viene a coimear con 200 soles al apu para que les permita meter la draga, o a cortar palos a 50 soles cada uno (13 euros). De modo que Jesús ve cómo han convertido el templo, es decir, la Amazonía, en un negocio; se molesta feo (piñarisca), se indigna y habla fuerte, dice mana, “no” a los abusivos con energía, con dignidad, y los bota a latigazo limpio (Mc 11, 15-19). Porque los indígenas son los dueños y custodios de este territorio, y seguir a Jesús significa defender sus riquezas naturales, cuidarlas y asegurar su legado. El achiote no es un adorno ni el Bautismo un mero rito o una costumbre. Qué encanto y qué orgullo”.

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